Ahora y siempre


La ultima luz está colgada ahí, en la última rama del molle del patio. Tendrá su edad, luz de una reminiscencia apócrifa, la que acompaña desde el alba del mundo el último instante del hombre sobre la tierra. El árbol se resintió del mal trato de una mal llamada poda. En sus raíces circula una linfa que nunca ha sido y nunca será aleatoria, nunca pertenecerá a algún logaritmo. Aporto al suelo un preparado biológico, bosta, ceniza y sangre. Ningún animalito, ningún insecto, ninguna vida que en estos dias fueron cremados vivos se acordaran en otra vida de este horror.

La señora baja de un auto aparentemente nuevo, y no mira a derecha y tampoco a la izquierda, saca del auto dos bolsas negras llenas de basura y las deposita en la montaña de basura que está al lado del portón de mi casa. Miro la dulce alfombra de flores violeta que los jacarandas han ido depositando durante la tibia noche. Sí, es un encanto, solo el rojo de las flores del ceibo lo superan en cuanto a su infatigable psicodelia urbana. No me mira la señora, no me ha visto mientras estaba parqueando mi auto, deja que las dos bolsas negras caigan encima del otro ominoso y diario hacer de otros llamados ciudadanos. Me acerco y le pregunto si esta es la hora de educación cívica, se hace a la loca, no ha entendido o no quiere oír, la distracción del capitalismo más salvaje o la eterna estupidez del ser humano. Repito la pregunta, ahora me ve, mira al hombre que está sentado al lado del conductor del auto, y me contesta: “Hay ya tanta basura!”…” …que hoy la hora cívica le ha tocado propio al portón de mi casa…”. Levanta las dos bolsas negras, sube al auto y se va. Bajo el basural que se ha generado no quieren caerse las flores de jacaranda, han creado un borde y una sombra, una barrera y así evitan mezclarse con el dolor de nuestros pasos.

Te fuiste sin saludar. No fue el humo triste de estos apocalípticos dias, y no fueron los cigarros o el alcohol. Es la vida que se nos va sin avisarnos. Te reías de la tragicomedia boliviana y de las clases de Umberto Eco a las cuales lograste asistir en Siena. De por cierto de toscano te quedó algo de esta ironía sutil pero penetrante que leíamos en Curzio Malaparte, que gozábamos con Aldo Palazzeschi, pero también en la fine sinceridad de Oriana Fallaci. “Malditos toscanos”, me decías siempre, hijos de Dante, de Boccaccio y de Maquiavelo. Me queda el chatear de los últimos dias, Allart, una de cal y una de arena por el mundo, por las mujeres, por el arte, por la farsa que como seres humanos seguimos recitando. Hasta siempre Allart.

Maurizio Bagatin, septiembre 2024
Imagen: Edvard Munch, Retrato de Jans Jaeger, 18

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