Viejo cuento


Márcia Batista Ramos

“…Ved que un poco de fuego basta para quemar todo un gran bosque”. Carta de Santiago, capítulo 3.

El fuego, en una carrera imparable, alumbra noches y días del continente del sur, anunciando un futuro de hambruna en el nuevo orden social que se avecina. Los gobiernos dieron visto bueno para que empiecen a quemar, con cuidado, para preparar la tierra de forma ancestral para sembrar y ahora, después de un descuido, no hay Dios que acuda a apagar el incendio que se extiende a galope matando la Madre-Tierra.

Es aterrador ver la biosfera ardiendo en llamas por obra de manos asesinas, que increíblemente, son humanas. Las flamas ganan una fuerza titánica, que las hacen imparables y avanzan sin piedad, por extensiones inimaginables, destruyendo todo a su paso, cubriendo el suelo de dolor y desesperanza. Dejando una vibración de miedo en el aire.

La triste y cobarde quema que están sufriendo los animales de las llanuras es imperdonable. El Estado, con su engranaje burocrático oxidado, con centenas de funcionarios ineptos que no logran caminar y mascar chicle a la vez, tardó tanto en tomar cartas en el asunto, que, el fuego creció de manera incalificable e incontrolable. Ahora, como se si tratara de damiselas indefensas, los funcionarios gritan al mundo, rogando por socorro.

Los incendios, van de la mano de gobiernos que no cumplen ni hacen cumplir las Leyes. En una constante despreocupación con el medio ambiente, acompañada con una mirada soberbia de indiferencia y complicidad… Es así de sencillo y doloroso el destino de las naciones en el triste continente del sur, dónde lo único que importa es gobernar, mismo que sea a un pueblo famélico, con la vista perdida sobre un mar de hollín y cenizas.

Hace mucho que está comprobado que monte y ganado pueden ser simbióticos, sin embargo, en pleno siglo XXI, siguen quemando para renovar el pasto y por descuido o criminal negligencia, una y otra vez, queman todo, hasta la madre que los parió.

El viento lleva el fuego que carboniza los animales y todo ser vivo a su paso, nadie se ocupará de la reposición ambiental, se ocuparán del cambalache y distribuirán la tierra quemada a cambio de votos en las próximas elecciones. Todo tan desvergonzado y conocido a la vez.

Una imagen del biocidio que tiene lugar en Sudamérica en los días actuales, me trajo a la memoria la imagen de mi madre, en mi niñez, allá por los años setenta, leyendo un libro que por el color de la tapa y por el título parecía que ardía: “Moçambique – Terra Queimada”, de autoría de Jorge Jardim. En una ocasión, cuando ella dejó la lectura y el libro descansaba en la mesita de mármol blanco a lado de la poltrona, yo leí:

“Los incendios forestales africanos son imparables y aterradores. Comienza en la hierba seca que arde en llamas altas. Corre rápido cuando el viento sopla a su favor. Domina los tandos y asalta los bosques, escalando las laderas de las montañas. La quema, esta fiesta africana del fuego, dura días y puede durar semanas. Visto de lejos, de noche, engaña fácilmente a los ojos que no están acostumbrados a reconocerlo. Toma la apariencia de una gran ciudad y parece resaltar la presencia civilizadora del hombre sobre la tierra. […] Hombres que convirtieron Mozambique en una tierra abrasada que tardará años en volver a ser fértil. Hombres que África tendrá que olvidar para luego perdonarlos.”

Nunca más me atreví a tocar ese libro porque no me gustan los incendios, obvio está, que yo no sabía que el libro trataba sobre la descolonización de Mozambique y el siniestro proceso socialista que el país vivió. Tuvo que pasar casi cincuenta años para que yo vuelva a abrir el libro otra vez, cuando la mesa de mármol blanco ya no estaba, ni mi madre.

Tal vez, Ray Bradbury logró describir algo tan aterrador como un árbol retorciéndose en llamas de manera poética, en su relato Las doradas manzanas del sol: “…A veces el sol es un árbol en llamas”, pero, aun así, no me gustan los incendios. Mi madre no quería ser cremada… Total. Intento dormir, me invento un viejo cuento:

Érase una vez un bosque y muchos animales que vivían felices en él. Vino el hombre con muchos bidones de combustible… Ahora no hay más bosque, ni animales para que habiten felices en él.

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