Maurizio Bagatin / LE COQ EN FER
Según Walter Benjamin “el discurso conquista el pensamiento, pero la escritura lo domina”. Claudio es el escritor que sustrae su memoria y hace con ella el más inútil y el más bello de los juegos jamás existidos. Hace poesía. Va yuxtaponiendo marasmos y recuerdos, antes del olvido recompone cuanto ve desmoronarse frente a él. Para él escribir es una necesidad, desafiar el silencio y la locura es la prioridad absoluta. Como el acróbata de un circo a luces apagadas, como el afilador de cuchillos en una calle desierta de Lublin, como el sonador de platillos que nunca fue.
Todas sus felices alucinaciones son metamorfoseadas en prosas: Ucrania es parte del iris de sus ojos y todo el este europeo fluye en sus venas, en las arterias hay sangre gala que se mezcla con el fluido piamontés. Estás disfrutando de un asombroso ocaso en Odesa y de repente, la serpiente emplumada te conduce hasta Tlachihualtépetl en Cholula. Manojos de zanahorias, de perejil y rábanos van inundando una perdida ciudad moldava y se cruzan con el aroma a piratas del ron Zacapa. Te distraes y el Martín Fierro ya está desafiando a Goyeneche. ¿Cuál literatura puede permitirse semejante disputa? ¿Hasta cuándo Jean-Michel Basquiat podrá aguantar que el espanto de Erich María Remarque interfiera en sus obras, hechas de hormigón y de acero?
Claudio es el ladrón de su memoria, de la memoria de un Funes que recién ahora ha decidido hacerse escritor a tiempo pleno. Bien para nosotros que así podremos seguir embriagándonos de su lenguaje, de un lenguaje hecho de muchas raíces y que por eso sobrevive a la Historia, a todos sus efectos y a todos sus defectos, conservando el estupor de un niño al recordar donde había sepultado el gran tesoro, ahora que niño ya no lo es, y que desafiando a Faust, nos sigue guiñando como si aún lo fuera.
Octubre 2024
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Texto leído en la presentación del libro Sombra de la tierra sobre la luna de Claudio Ferrufino-Coqueugniot
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