Percy H. Fawcett, explorador de las selvas bolivianas


Luis Oporto Ordóñez *

Percy H. Fawcett (1867-1925), contratado por el presidente Ismael Montes llegó a La Paz en 1906, recomendado por la Geographical Royal Society of London, para delimitar la frontera boliviano-brasilera del noroeste. Coronó su trabajo con éxito, al haber ubicado las nacientes de río Verde, con lo que corrigió un histórico error de cartografía de 1873, con lo que se incorporó mil 200 millas² (mil 900 km²) al territorio nacional.

Ingresó a la región amazónica al poco tiempo de la revuelta de filibusteros liderada por Luis de Galves, seguido de Plácido de Castro que propugnó la creación de la República del Acre. El conflicto llegó a su fin con la firma del Tratado de Petrópolis, el 17 de noviembre de 1903.

Fawcett era explorador profesional, investigador nato y gran observador. Ingresó a Bolivia en 1906, por el puerto de Mollendo (Perú), internándose por tren, “invadido por hordas de mujeres vendedoras que por poco nos metían en el rostro sus canastos de frutas”; calificó a Arequipa como “ciudad de mujeres hermosas, tiendas finas y campos verdes”. En Juliaca abordó el “Coya”, “vapor transoceánico con todas sus comodidades”, cruzó la Isla del Sol, perfilando el estrecho de Tiquina, hasta arribar al puerto de Guaqui. “Pronto estuvimos cruzando Tiahuanacu, cuyas antiquísimas ruinas son tal vez las más viejas de todas, más antiguas aún que la esfinge”. Fawcett se enamoró de Bolivia, fue subyugado por la cordillera y la inmensidad de las selvas bolivianas. Deslumbrado por la belleza de la ciudad de La Paz, la retrató con genuino asombro, describiendo la fisonomía de las cholitas, los cholos, los indios y la burocracia de la época.

Hombre de temple de acero, recorrió palmo a palmo la frontera con Perú, el noroeste y el este, frontera con Brasil utilizando todos los medios a su alcance: mulos y llamas, balsa de callapos, batelón y embarcaciones comerciales. “Con diez indios ixiamas y diez indios tumupasas”, llegó a la barraca Palestina, en el río Orthon, donde encontró “vestigios de la lucha con Brasil en 1903. El lugar estaba fortificado y atrincherado, y desde allí salía una huella que conducía a través de la selva hasta el río Abuná, y hasta el Acre, más debajo de la ciudad brasileña de Xapury”, donde encontró a Plácido de Castro como gobernador del Estado del Acre, premio a su desempeño en la revolución separatista, al que retrató en su barraca Capatara poco antes de su asesinato.

Fawcett documentó el sistema de vida de las barracas, cruel y extremadamente despiadado. Fue testigo del triste destino de los siringueros y sus esposas e hijos enganchados en Santa Cruz, los que eran negociados “por el valor de sus deudas; y el monto de ella es el valor mercantil de sus cuerpos”. Le repugnaban los esclavistas, que asolaban aldeas indígenas, capturaban hombres y mujeres y asesinaban niños, “¡azotándolos contra los árboles hasta matarlos!”.

Gracias a sus notas conocemos la celebración del día de la patria en Riberalta, en ese lejano 1907: “cinco días de borrachera ininterrumpida finalizaban con exhibiciones deportivas militares en la plaza, donde se juntan todos los ciudadanos equipados con botellas, vasos y hasta con latas de querosene llenas de licor”.

El 17 de octubre de 1907 presentó en La Paz un informe al presidente Montes, quien le invitó a trazar la frontera con el Brasil en el río Paraguay. El 6 de marzo de 1908 regresó a Bolivia, en el Avon, en Southampton, vía Buenos Aires. Este viaje lo llenó de gloria, pues en su exploración del río Verde, a pesar que estuvieron a punto de morir de hambre, tenía la esperanza de ser auxiliado por los indios, que no estaban lejos: “de noche veíamos por aquí y por allá sus hogueras; pero jamás se mostró un salvaje. Era amargamente desalentador que nos evitasen tan obstinadamente, porque nosotros los habríamos recibido muy bien, con la esperanza de obtener algo de comer”.

Sus informes los remitía al general Pando, delegado de Colonias, de esa época. La travesía de retorno lo hizo a bordo del Oravia, vía Estrecho de Magallanes, con escalas en Islas Malvinas, Cabo de Hornos, Punta Arenas y Mollendo. De allí por tren a La Paz, donde se entrevistó con el presidente Villazón, que le invitó a fijar el límite con el Perú, donde tomó la vía de Tambopata (Pelechuco) y Santo Domingo (territorio peruano), rumbo al río Heath, trayecto donde encontraron indios chunchos que los acosaron con sus formidables flechas.

La Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (Fcbcb) auspició el estudio sobre la hazaña de Percy H. Fawcett con el objetivo de recuperar su impactante biografía para el patrimonio boliviano, pues como se demuestra en este volumen Fawcett sirvió con fidelidad a Bolivia, frente a los intereses de Perú y Brasil. Pablo Cingolani y Álvaro Diez Astete son los más llamados a encarar este desafío que se concretó con el generoso apoyo de la Corporación Andina de Fomento (CAF), y que se publicará en breve.

Álvaro Diez Astete reconstruye el vasto territorio que recorrió Fawcett en sus tres expediciones (ríos Acre-Abuná, 1906-1907; ríos Verde-Guaporé, 1908-1909; ríos Heath-Tambopata, 1910-1912) describiendo lo que denomina “los contextos de P. H. en Bolivia”, que enfrentó el explorador inglés, en una época en la que no existían facilidades para hacerlo. En su epílogo identifica a los pueblos indígenas sobrevivientes en la Amazonía, el Oriente y el Chaco, lo que constituye un acierto pues una corriente historiográfica denomina estos territorios con el término genérico de “los Orientes”.

Pablo Cingolani, el principal promotor de este esfuerzo, pretende establecer la fuente de la pasión de Fawcett sobre Bolivia y expone su hipótesis de que la leyenda empezó en Pelecchuco. Cingolani le devuelve la palabra a Percy H. Fawcett para reconstruir su hazaña, comenzando su “Introducción a la selva”, sus extensos recorridos “en las temibles tierras del Acre”, “la resistencia y templanza en el mundo perdido”, la fascinación del “río Heath y los pueblos indígenas”, y el descubrimiento: “Todos los caminos conducen a Pelechuco”, afirmando y preguntando a la vez si “La leyenda, ¿se forjó en Pelechuco?”. De un salto nos lleva hasta el extremo confín del territorio, “Viendo Bolivia desde Corumbá”.

Cingolani incorpora en esta magnífica obra los estudios de Rob Hawke: “La forja de una leyenda: coronel Fawcett en Bolivia” (2003); el trabajo de Nic Madge, escritor, profesor y fotógrafo, con el sugerente título: “Fawcett y su oposición a la esclavitud en el alto Tambopata (Bolivia-Perú)”.

Sin duda esta obra constituye un aporte fundamental a la bibliografía boliviana y cumple ampliamente el objetivo de recuperar para el país al gran explorador Percy Harrison Fawcett.

* Magister Scientiarum en Historias Andinas y Amazónicas y docente titular de la Carrera de Historia de la UMSA.

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Publicado originalmente La Época (la-epoca.com.bo) 17/11/2024

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