Contemplar el celaje y sus tonos cambiantes se me volvió una costumbre adictiva. Se me enciende la motivación y voy más allá del automático placer de tomar una fotografía. Desnudo mis deseos y pongo a prueba mis pensamientos, viajo a otro sitio en lo alto para mirar desde allí la imperfección de los seres humanos.
Me doy cuenta que la visión embriagante de la naturaleza es vital para creer que la vida, aunque efímera, vale la pena sentirla en cada cosa, a cada instante, y saborear el aire, el fuego, la tierra y la luz, para conseguir sabiduría, tiempo y eternidad.
La vida se va modificando como los celajes que marcan el tiempo, lo sublime y lo que todavía no se pudo concretar. Los ciclos de la vida, el aprendizaje de caminar de frente, sin temblar ni detenerse. Hoy puede estar gris pero mañana sale el sol.
En el atardecer se entonaron todos los cantos. La vida es para los que sienten el latido de las cosas simples. Lo demás es pura cháchara.
María Cristina Botelho Mauri
Indiana, 18 de noviembre de 2025
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