La Lilo duerme bajo el limonero, observo la calma del domingo por la mañana. Me encuentro caminando por Trastevere, la Roma que en los domingos de finales de febrero florece del somnoliento invierno. El monte Aventino no está lejos de aquí, por las calles ya no hay patricios ni plebeyos, solo anónimos viandantes de la que un día fue la puerta de África. En una librería me hago con un libro de Andrea De Carlo, Tecniche di seduzione ha sido desde siempre para mí su mejor libro. Italo Calvino lo descubrió y lanzó por Einaudi con su Treno di panna. Sigue escribiendo, pero su escritura se fue nublando de fama y de falta de inspiración. Me quedo con sus primeras novelas, me hacía reír una chica en el boliche Bianco & Nero de Porto Recanati, cuando me preguntaba que había leído esa semana de Andrea De Carlo, le gustaba burlarse del autor y un poco también de mí. Recorríamos la playa fría mirando al horizonte la aun ausente silueta de la Dalmacia, luego del amanecer el negro del Monte Conero envuelto en la neblina de febrero. Los domingos por la mañana pertenecen a los reflujos de la memoria, al sopor del cansancio semanal, a la única seria voluntad, la de servirnos un desayuno preparado con calma y voluptuosidad.
Lilo es ya vieja, catorce años con nosotros, no sé cuántos serán para un perro, ya no sale a perseguir las palomas que buscan alimento en el jardín, su vista se ha debilitado y no oye bien como algunos años atrás. Me observa ella también, ¿qué pensarán de los humanos los animales? Esta semana vi a Flow, aclamada película del letón Gints Zilbalodis, sin poseer nada de trascendental logra enviar un mensaje muy benéfico.
El stajanovista del Claudio inunda el domingo por la mañana con otra de sus joyas literarias, casi nos encontramos en la Paris donde fue adquiriendo Présentation des haïdoucs, de Panaït Istrati; algunos años después iba paseando los domingos por la mañana por anchas y desoladas avenidas parisinas encontrando refugio en los buquinistas que adornan las riberas del Sena. Andar rimbaudiano, en fuga (la fuite éternelle…) de la provincia y siempre con las manos en los bolsillos como llokalla, imaginando la bohemia, un Hemingway y un Henry Miller ebrios y una Colette sentada en un bistró. En el Instituto italiano de cultura, en aquella Saint Germain tan prohibitivas para nuestros bolsillos, me apareció otro libro de Andrea De Carlo, Yucatán, novela que había recién publicado y que estaba ahí esperándome, fue el impulso para un viaje a México. Ahí me compré también algunas monografías fotográficas: Franco Fontana, Jean François Bauret y de Henri Cartier-Bresson. Veo a esto libros en otra biblioteca, la que dejé en Italia, la que conserva mi sobrino junto a toda la música que guardé durante años, LP’s que valen la soundtrack de toda una vida. La biografía de Giuseppe Rensi, filósofo de rara elegancia, el estupendo libro ilustrado por Hugo Pratt de las Cartas de África de Arthur Rimbaud, y un magnífico "Je voudrais être illustre et inconnu" de Henri Loyrette sobre la vida y la obra de Edgar Degas. Centenares de otros libros dejé por el tiempo y el espacio por el peso y la distancia. Enfermedad de una mirada escéptica de algunos persuadidos y satisfacción de otros devastados por la miseria cultural. Libros y vinos serán siempre bálsamos divinos, escribió algún buen poeta.
Hay que pensar en el almuerzo de hoy, pasta corta con hongos preparados en aceite de oliva, con ajo y un buen manojo de perejil, una buena pizca de pimienta y un toque de sal, al servirlos se tendrá que cubrir todo con un buen queso rallado. En el jardín la Lilo espera su hueso de colágeno, las veterinarias me indican que le ayuda en sus articulaciones y que al recibirlo aumenta su buen humor.
Llega la tarde del domingo, como una novela de Vila-Matas, se perfila marzo cuando febrero sigue regalándonos lluvias increíblemente regulares. Un amigo que trabaja en Senhami me confirma cuanto leído en los social, en Cochabamba en enero eran setenta y seis años que no llovía tanto así; las lagunas de arriba se han casi completamente llenado, los atajados en las comunidades están cargados, solo la represa de La Angostura sufre debido a la construcción de muchos atajados en las comunidades de arriba. Solo me advierte lanzando el monito de que “¡Ojalá sepamos administrar semejante abundancia de agua!”
Vuelvo al libro que estaba leyendo, Viaggio in Italia, un Opus Magnum escrito por Guido Piovene en los años cincuenta, una narración única de una Italia recién salida de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, donde aún hoy encuentro su paisaje, el carácter, los vicios y las virtudes de este pueblo.
Maurizio Bagatin, 23 febrero 2025
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