El Wawa Cactito


A todos los compañeros, de aquí y de allá

El Franklin me llama por wasapi desde la cola para cargar diésel en la gasolinera de Jupapina. Se le viene la noche -la noche real encima de la noche económica- y seguro dormirá allí, en medio de la serpiente venenosa que forman decenas de camiones, como el suyo. Franklin carga piedras -de donde me digan que tienen para cargar, me aclara, y el va- y cuando la crisis y el laburo se lo permiten va a estar y dormir con su esposa y sus dos hijos en su casa en Chasquipampa. Él no se queja -¿para qué sufrir de más?, me acotó, horas antes, mientras manejaba su camión cargado, trajinando las laderas del cerro de Mullumarka, la montaña mágica- pero está aburrido, en la puta cola, así que, para que se entretenga, conversamos un rato -¿por dónde anduviste?, pregunta- y para ilustrarle le envió unas fotos -al wasapi, como dicen los brasileños: una de ellas es la del Wawa Cactito.

Busco en la señora IA: diminutivo de cactus. Dicen que la dichosa RAE, la Real y recontraconchuda Academia de la lengua española -huele a Franco- carece de tal termino, “pero que se podría usar "cactito" o "cactillo" de forma creativa, aunque no son palabras de uso generalizado”. ¡Minga!: Los portugueses son menos complicados, a un cactus pequeño le dicen cactinho. Por si acaso, ya había bautizado a mi nuevo amigo cactáceo, andando por esas serranías y ahora veo que, como suele suceder, la IA es sólo eso: artificial. Huevadas.

Tuve un amigo cactus -Solo, lo bautizó Carolina- que desapareció, no está más, sólo queda de él la memoria escrita y el amor fraterno que sentía por él. Solo, estaba solo, en medio de una meseta árida, de ahí su nombre y de ahí el cariño que empecé a sentir por este cactus. Porque no es así nomás eso de estar solo, solo de pura soledad, en medio de un erial, un vacío de cualquier otra vegetación, pero allí estaba Solo, sin aflojar, dialogando con el viento y con la lluvia, enamorando a lo lejos a alguna estrella. Hasta que las fuerzas del mal, como decía, lo desaparecieron y a Solo no lo vimos nunca más.

Tengo otro amigo cactus, uno de cuatro ¿ramas? Es un prodigio. No le puse nombre, Él sobrevivió a los embates de los malignos y, en medio de la tierra baldía, lo encontré. Es un pequeño portento de cactus, luce su galanura sin mengua y, por eso, cada vez que lo veo siento esa belleza que sólo procura la naturaleza, las formas perfectas, significado y sentido conjugados sin atenuantes, pura coherencia, pura virtud, Pensás: así debería ser todo. Amo a ese cactus, como lo amaba a Solo.

Resulta que hoy, lo encontré a él, al Wawa Cactito, mi nuevo amiguito espinoso. Estaba ahí, con el sol cayendo a hachazos al mediodía, en medio del reino agreste que corona el cerro de Mullumarka. Apenas lo vi, me transmitió una ternura sin remedio, tan chiquito, tan frágil, como una wawa, deseaba abrazarlo, como la abrazo a mi nieta, tan chiquita, tan frágil. Me dije: sería una pelotudez si intentara abrazarlo como la abrazo a ella y para sellar nuestra novísima amistad, ofrendé a la Diosa Madre, le pedí, con devoción, que me lo proteja y lo cuide, le tomé unas fotos -ya que tenemos esos demenciales amputadores del cerebro, como diría Mac Luhan, llamados teléfonos inteligentes, aprovechemos- y seguí mi camino. Sé que el Wawa Cactito crecerá sano y salvo, amparado por la Pachamama y yo lo veré crecer, hasta que el cuero aguante, para trepar por los cerros.

Mi amistad con los cactus es de larga data; aprendí a amarlos en los salares, en sus islas, en sus orillas, donde ellos crecían tremendamente altos, salvajes, libres, con el Gastón, otro amador de cactus. Nos pasábamos horas contemplándolos, admirando su belleza y honrando su tenacidad. El cactus, un cactus, cualquier cactus, todos los cactus, como cantaría Drummond de Andrade, son un símbolo de eso, de resistencia, de fortaleza para vencer las adversidades, de algo que no se rinde, de lo que lucha, lucha, lucha…


Y de la belleza

Que nace de la simpleza

Del despojo

De la falta de artificios

Y de abalorios


La belleza

De eso simple

Que también

Es lo profundo


La belleza sincera

Como la brega cotidiana

De mi amigo Franklin


La belleza que conmueve

Como la lucha de un pueblo

Que se cansa de sufrir…


No hay más que decir, salvo recordar -por Solo (QEPD), por el cactus de cuatro puntas, por el Wawa Cactito, y con ellos, a todos los compañeros, de aquí y de allá-, esos versos inmortales del poeta y también compañero Juan Gelman, esos que dicen, che, vos, tu, hermano, hermana: “Ni a irse/ ni a quedarse/ a resistir”. Como nuestros mártires. Como los cactus.


Pablo Cingolani
Antaqawa, 15 de julio de 2025



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