“Siete chaquetas”



Siempre fue un misterio este personaje funambulesco hoy parece salido de La armata dei fiumi perduti. Nos sentábamos escuchando las voces de los más viejos, las palabras eran como el humo que salía de unas pipas, se condensaban frente el vidrio de unas ventanas o iban deambulando atrapadas por la canícula de los años setenta. Primeros alarma de un clima que estaba cambiando, para siempre. Algunos nos decían que “Siete chaquetas” venia de la montaña, más allá de Erto y Casso, donde la provincia de Belluno asumió como un deber la acogida de los galeotos de la republica de Venecia. Otros confabulando parecían recitando una cantilena llevada desde mucho más lejos, como un enigma de oriente, donde Bizancio es cruce y delicia de mucha de nuestra historia. El emperador Constantino entraba por la puerta principal, mientras otros tenían que salir, siempre con la violencia de toda la Historia.

Nunca sabremos el verdadero origen de este ser siempre impredecible. Rumores, voces interrumpidas, charlas a media, chismes, misterio que iba creciendo y engordando cada vez que a las reuniones se oía nombrar su apodo. Así lo “bautizaron”, por la cantidad de abrigos que llevaba puesto en si delgado cuerpo, hecho de piel y huesos, de arrugas y barba descuidada. Llevando una canasta y un maletín cargados de muchos cachivaches y de interminables cuentos.

Por aquí orinaron todos, y dejaron sus huellas hechas de esperma y de sangre, todos como en la Bulgaria de Canetti y en las narraciones de la Penka, la traductora búlgara que vivió toda su vida en Cochabamba: “…lekanosh y cerramos el libro”. Fue el pasaje de los turcos y de los cosacos, de Napoleón y el recuerdo de unos posibles tártaros, amaneciendo entre el polvo en Dino Buzzati y de su infinito desierto.

Los más ancianos de mi pueblo cuentan que le ofrecían cobijo en los establos donde el invierno se iba mitigando al calor del guano y de la respiración de los animales. ¿De qué habrán hablado? De las guerras de todos los pueblos entre ellos - y como ahora, y como siempre – y del hambre, de los caminos en los cuales se debían siempre buscar atajos, de las fugas y de los refugios. De la miseria, del amor y de la violencia. Como ahora, como siempre. “Siete chaquetas” era silenciosamente narrador, narrar épico de trovador, las interminables noches desfiguraba las historias, la grappa diluya la memoria, el humo del negro tabaco empapaba los discursos. El misterio iba agrandando.

Lo vi varias veces al llegar del invierno, su profunda mirada obstaculizaba cualquier impresión. No parecía ser tierno, no debió ser duro. Hombre de miles de kilómetros en las piernas y de miles de años en el espíritu. Parecía poesía pura, madera de roble moldeada manos firmes y seguras, con hacha y cuchillos afilados, de lijas ni hablar, ¿para qué fingir al tiempo, para que mentir al recuerdo? Nunca existió el ayer, nunca existirá el mañana, “Siete chaquetas” era siempre el presente, las narraciones que apenas salen se mezclan con el aire impuro de la historia y se fusionan con el espacio que encuentran, las raíces impuras que se fusionan con las sonrisas de quienes chocan a su pasaje.

La armata dei fiumi perduti de Carlo Sgorlon tal vez sea un plagio, como me dijo Danilo aquella noche llena de espíritu y de narraciones. No me acuerdo quien realmente la escribió, mientras desfilaban los nombres de Frýbort y de Hrabal, aquella noche fuimos con la memoria en la Praga de Kafka y de Hasek, en la Parga existencial de los checos, de los alemanes y de los hebreos. Un ruso fue el autor de la novela, me dijo Danilo, insisto en recordar su nombre, quedándome con las narraciones de “Siete chaquetas”, en su aspecto salvaje y al mismo tiempo tierno, imaginandolo Kazák, nómada y libre, abrazando una mujer que era friulana o era rusa, siendo las víctimas perfectas de todos los totalitarismos, pasajes históricos de hunos y húngaros, violencia de alemanes y longobardos.

Andaba hablando de los benandanti (los buenos caminantes), iba encaminándose por la calle del Bósc, pasaje de otros tal vez más ilustres, Giacomo Casanova y el retorno de mi tío de un campo de concentración alemán, mi tía no lo habría reconocido que días después. Tres historias recuerdo. En la primera hablaba de Carlo Magno, en la segunda de Napoleón y en la tercera de Hitler. Tres posibilidades que terminaron en brutalidades. También de estas historias estaba hecho “Siete chaquetas”.

Maurizio Bagatin, 30 agosto 2025
Imagen: Alberto Chiancone, “Muchacho”, años ‘70

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