La Divina Carroña


CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.

El tiempo me ha inculcado la creencia que los escritores se alimentan de carroña. Entre los intersticios de nuestro basural de experiencias se encuentra el más apropiado abono para buenas historias, bien contadas y, en el mejor de los casos, leídas con avidez. La novela negra es un ejemplo extremo de esta antojadiza hipótesis. Viendo las cosas así, qué más alejado de la literatura que la buena fortuna, los aciertos y los finales felices. Por el contrario, tiendo a pensar en un mundo viniéndose encima de pobres criaturas sin que necesariamente se trate de ciencia ficción, sino ficción a secas y bien seca. Puede sonar tajante, pero como dijo el filósofo judío Hyman Roth a su discípulo siciliano Michael Corleone: “Este es el negocio que elegimos. No pregunté quién dio la orden porque no se relacionaba con el negocio”.

Pues bien, me encuentro con el escritor chileno Jenaro Prieto y su novela “El socio” de 1929. La historia transcurre durante la dictadura de Carlos Ibáñez, alrededor del círculo de especuladores bursátiles, un mundo donde los aciertos corren a través de los buenos contactos, la desesperación y hasta el ingenio. Sin embargo, todo este ingenio desplegado que no es garantía de triunfo, como lo sabrá su protagonista, Julián Pardo, al final de sus páginas. Durante su recorrido por las calles de la capital recibe un curioso mensaje telepático, nada menos que de un caballo muerto (que levantó la herradura, podríamos decir): “Mañana, tu mujer y tu chiquito subirán al coche; un acreedor gordo empuñará la fusta y tú, mudo, con la boca amordazada por el freno de la necesidad, reanudarás el trote interrumpido. No creas que me río de tu suerte. Esta mueca, esta contracción es sólo un gesto de desprecio hacia el cochero (…)”. Más adelante surge la pregunta del narrador en cuanto a si es razonable que un corredor de propiedades se ponga a discutir en plena calle con los restos de un jamelgo. La racionalidad dirá que no, pero Julián Pardo tiene sus propios planes para torcerle la mano al destino: como una manera de triunfar en los negocios –hasta ese momento, más bien esquivos- se le ocurre inventar un socio ficticio: Walter R. Davis. A medida que Davis adquiere más protagonismo que su creador, aumenta el “deseo” de ambos por librarse el uno del otro.


LOCOS Y CRIMINALES

Lo que entiendo por buena suerte -algo así como una áurea protectora en ciertos personajes frente a las grandes desgracias que acontecen, sin contemplaciones, a los secundarios- se encuentra ligada a las tramas de algunas novelas contemporáneas con protagonistas enfermos mentales e inclusive con ciertos rasgos psicopáticos. La novela “Desde el jardín” de Jerzy Kosinski es un ejemplo de este asunto. Un jardinero analfabeto, de un momento a otro, es conminado a abandonar la mansión que ha habitado toda su vida tras la muerte de su patrón. Su único patrimonio son un par de ternos de fino corte y una maleta de buena calidad, ambas heredadas del difunto, más el control remoto del televisor que le ha enseñado todo lo que sabe del mundo. Deambulando por la ciudad sin un rumbo fijo, el jardinero es atropellado por la limusina de una mujer madura pero sexualmente activa, esposa de un potentado de Nueva York que la supera en edad. La pareja confunde al jardinero con un importante hombre de negocios, deciden alojarlo en su penthouse mientras dure su recuperación, le brindan todo tipo de atenciones pues valoran sus enigmáticos silencios y sus metáforas sobre los ciclos naturaleza. Estos últimos sirven de inspiración, inclusive, a los discursos del Presidente de Estados Unidos, quien acaba encandilado por las palabras “sabias y poéticas” del huésped de su gran amigo, en medio del pesimismo de la crisis financiera. “Cambiando de canal, Chance podía modificarse a si mismo. Al igual que las plantas del jardín, pasaba por distintas fases, sólo que, a diferencia de ellas, podía cambiar tantas veces como lo deseara con sólo dar vueltas el dial –narra en una de sus capítulos la novela-. (…) De ese modo llegó a creer que él sólo se confería su propia existencia”. Semejante situación de independencia de la realidad la experimentan los protagonistas de novelas como “Forrest Gump” de Winston Groom y “El perfume” de Patrick Süskind, uno en su retardo mental y el otro en su sociopatía criminal. En ambos casos, para que las tramas funcionen, se requiere que sus protagonistas experimenten un natural fluir por la vida que amargue o complique la del resto, ya sea a través del desconcierto o de la muerte.

Sin embargo, a la hora de definir la suerte, aunque sea la inversa, dejemos al argentino Jorge Luis Borges y un fragmento del cuento “Lotería de Babilonia”: “Imaginemos un primer sorteo, que dicta la muerte de un hombre. Para su cumplimiento se procede a un otro sorteo, que propone (digamos) nueve ejecutores posibles. De esos ejecutores, cuatro pueden iniciar un tercer sorteo que dirá el nombre del verdugo, dos pueden reemplazar la orden adversa por una orden feliz (el encuentro de un tesoro, digamos), otro exacerbará la muerte (es decir la hará infame o la enriquecerá de torturas), otros pueden negarse a cumplirla… Tal es el esquema simbólico. En la realidad el número de sorteos es infinito. Ninguna decisión es final, todas se ramifican en otras”.

No nos confundamos. Aunque suene como lo dioses, sigue siendo carroña, pero como diría otro escritor, carroña de excelente calidad.


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6 Comentarios

  1. A ratos tiendo a pensar que los escritores somos apenas unas frágiles ramitas anexas nacidas de este inmemorial árbol creativo, que es la humanidad misma y el conjunto universal que permite su prosecución vital. Necesariamente nos tenemos que alimentar a través de él, y todo lo que lleguemos a producir no será más que un ínfimo y prescindible capítulo de la gran novela de la historia.
    Solvente escrito, estimado Claudio. Nos vuelca de cabeza hacia el sentido más profundo de la creación.

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  2. Anónimo14/10/11

    Interesante análisis el que plantea sobre la base de obras notables, realmente solvente como dice Muzam. y humildemente, sin ser gran conocedora me inclino a compartir su hipótesis, aunque me gustaría llegar a encontrarme con alguna obra literaria que la desafiara y fuese igualmente bien preciada.

    CAROLINE

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  3. Anónimo14/10/11

    Quizás no tenga demasiado que ver, o quizás sí, pero su escrito me hizo acordar de la irónica amargura que acompañó cada palabra de Jonathan Swift.

    Saludos

    Clara

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  4. Anónimo19/10/11

    Formidable ejercicio de metaliteratura y filosofía.

    Mis respetos Claudio. Un blog que enorgullece a internet.


    Alejandra Alvarez. Montevideo.

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  5. Los escritores se alimentan de todos los males del mundo, ellos no creen en lo bueno. Sólo así se hace la diferencia, viendo cómo son las cosas detrás del humo.

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  6. Anónimo26/11/12

    Un mensaje telepático de un caballo muerto. Es surrealista. Debe ser una novela muy loca.

    Muy bueno

    Besos

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