El pianista ciego de la calle Condarco

EDUARDO MOLARO -.

/ Del Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús

Vicente Nares vivía sobre la calle Condarco, en Monte Chingolo, y era un eximio pianista.

(No faltaba nunca un detractor que, en todo caso, lo tratara de ¨Ex Simio¨, debido a que alguna vez fue bastante gorila y luego se convirtió en peronista recalcitrante)

Vicente había quedado ciego una tarde en la que cometió la desmesura de espiar durante mucho tiempo a la esposa del herrero Martínez. Y sabido es que los herreros utilizan esas máquinas soldadoras con electrodos, cuyos destellos son más nocivos que la luz solar. Pero más sabido es que los herreros suelen ser celosos y pegan tan fuerte que le hacen saltar ambas retinas a uno si lo encuentran espiando a sus mujeres.

Ya instalada su ceguera, vayamos al piano:

Jamás en su puta vida Vicente había tocado otro instrumento sonoro que no fuera un timbre. Sin embargo, con la pérdida de uno de los sentidos esenciales, nuestro amigo comenzó a fortalecer sus otros atributos sensoriales.

Fue cosa salida de la nada. Una tarde, en casa de la tía de su amigo Lacónico Miralles, sobrino de la maestra de música de la escuela 25, sonaba el Vals ¨Amores de estudiantes¨ en el Wincofón y Vicente, tratando de encontrar una silla al tanteo, se topó con el piano. Se sentó frente a él y –cual vigilante de provincia escribiendo a máquina con dos dedos– comenzó a garabatear unas notas sueltas que de a poco se iban hermanando con la melodía que salía del Winco. Media hora más tarde, Vicente tocaba la pieza completa a dos manos, con melodía y secuencia armónica.

La maestra de música entró inmediatamente a la sala para comprobar quién estaba frente al piano y -con tono ceremoniosamente académico- preguntó:

- ¿Quién carajo es este boludo? Toca como un sordo!

- Es mi amigo Vicente! Pero no es sordo…es ciego, tía Amelia.

- Es ciego del oído, entonces. –aseguró la tía Amelia- Pero, esperá… ¿Quién te enseñó a tocar el piano?

- Mire, señora… nadie. Es la primera vez que me siento frente a un piano – se excusó Vicente

- Caramba! –dijo la docente– Entonces estamos en presencia de un diamante en bruto.

- No es bruto, tía. Se lleva las cosas por delante porque es ciego.

- Si, señora! Disculpe –dijo Vicente disculpándose– Prometo reponerle el florero que le rompí.

- Bueno, eso no importa. Me refiero a qué tenés talento natural y yo me ofrezco a perfeccionarlo– dijo la maestra, mientras observaba con vano disimulo la notoria entrepierna de Vicente.

Fue así que Vicente Nares comenzó a tomar clases de piano con la profesora Amelia y un mundo de goce se abrió a su paso: Conoció las armonías más sensibles de Mozart, la violenta belleza de Beethoven, la melancólica concupiscencia de Schubert y las pedorras canciones de Palito Ortega. 

Pero también conoció los firmes muslos de la profesora Amelia, primero en un roce involuntario y luego en cada ardiente revolcada que se pegaron en cada uno de los rincones de la casa. 

Fue muy bello para Vicente descubrir que su maestra de piano no sólo le enseñó música.

Luego de un año de aprendizaje, Vicente –en opinión de la profesora Amelia- ya ¨tocaba de maravillas¨. 

Y además ejecutaba muy bien el piano.

La buena reputación de Vicente era cada vez más grande. Incluso las chicas, tal vez de manera accesoria, a veces también mencionaban que tocaba bien el piano. 

Y esa nueva vocación lo ayudó a parar la olla. Vicente se consiguió algunos trabajos como pianista en restaurantes y en pubs.

Pero sin duda su labor como pianista en un cabaret de la Capital Federal fue su trabajo más importante y también el más divertido. 

A veces su ceguera podía presentarle algún inconveniente, sobre todo cuando tocaba una melodía insinuante durante una streaptease y no advertía que la muchacha había terminado su show hacía diez minutos.

Sin embargo, en aquel antro Vicente pudo desplegar todo su talento, tanto frente al piano como a la hora de compartir alcobas y soledades con alguna de las muchachas que allí trabajaban.

Pero el destino en Lanús suele ajustar sus cuentas más tarde o más temprano y Vicente dejó de existir una noche de Febrero. 

Aquella jornada fatídica recibió la visita del Profesor Inchausti, el cornudamente anoticiado marido de Amelia, y recibió también siete balazos de parte del docente, quien- en un exceso cortesía - se apersonó con una 38 como pa´no llegar con las manos vacías. 

Hoy Vicente Lares forma parte de las huestes del olvido. Acaso unos pocos amigos lo recuerden cada tanto; acaso algunas lágrimas lleven su nombre. 

Y acaso... una vieja docente visite su tumba, de vez en cuando, con flores de plástico, suspiros evocativos y partituras en braille. 

Ilustración: Leticia Vera

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8 Comentarios

  1. Yo toco el timbre que da miedo, ja! Muy buen relato, me hizo reir aunque tenga un toque de tragedia. Saludos :)

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  2. GRacias, Monica! Un saludo cordial!

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  3. Sólo un lanusense puede quedar ciego de esa forma. Lo bueno es que Vicente aprendió a tocar piano y no es difícil imaginar la experticia de sus dedos tratándose de otros menesteres. Finalmente sucumbió como buen lanusense, cagado a tiros con una 38.

    Otro formidable capítulo del culturizador Atlas Desmemoriado.

    Un abrazo, estimado amigo.

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    1. Por enésima vez, gracias, querido amigo! Usted ya es un exégeta del Atlas! Reconoce rápidamente la ¨anagnórisis¨ y la ¨hibris¨ en cada relato lanusense.
      Un abrazo!

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  4. Muy bueno y sobre todo muy divertido. Ya es ver el el título que se trata del Atlas desmemoriado de Lanús y voy rauda a disfrutar del texto. El pobre Vicente...

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    1. Usted es muy generosa, querida y admirable Encarna! Agradezco que sus ojos se posen sobre mis ¨garabatos ¨.
      Y sí...pobre Vicente. Pero es el sino trágico lanusense.
      ( por eso me mudé a otra localidad )
      Un afectuoso abrazo!

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  5. Es curioso, pero aún cuando Vicente termina muerto a tiros, tú Eduardo te las arreglas para que mi lectura termine con una sonrisa en los labios. Paradójico.

    Saludos

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    1. Gracias, Luis! Es el sino tragicómico lanusense, tal vez.

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