CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
John Lennon dijo en cierta ocasión que si la vida no le hubiera adjudicado el papel de músico exitoso, habría sido un delincuente u otro espécimen de aquellos con predilección a pasearse por el lado torcido del sendero. Al principio lo tomé como una chochera típica de rock star regalando a sus fans una frasecita más para estampar en la polera o colgar en la pared, ésas a las que el líder beatle era tan aficionado como buen sabedor de los secretos del negocio. Sin embargo, pasado un tiempo, le he ido encontrando un sentido a esas palabras a través de mi aversión natural a cualquier tipo de autoridad (si caigo en la patudez de compararme con un tipo como Lennon es porque tenemos algo en común y no es precisamente el talento, sino el ego desproporcionado). Efectivamente, no tolero las órdenes gratuitas, prepotentes, estúpidas y más aún la costumbre nacional de asociar la palabra empleo a una conducta rastrera, en vez de limitarse a cumplir con el contrato y listo. Pero al mismo tiempo debo reconocer que no tengo las bolas suficientes para rebelarme como si fuera un pasional Espartaco, un cerebral Fidel Castro, un bolas de acero Allende ni siquiera un asolapado Pinochet. De principio, solo contaba con la capacidad de acumular odio en las entrañas y maldecir junto a mi familia. Pasado el tiempo (en esto los consejos de Lorena han sido todo un acierto) le descubrí la gracia a saber poner paños fríos para planificar venganzas certeras y no por ello menos despiadadas. Pero como no se puede ir por la vida odiando a destajo ni ideando venganzas por doquier, he tenido que apelar también a cierta sabiduría extremista, a un mecanismo mental que me permita, a lo menos, sobrevivir entre el cemento, el concreto, el asfalto y la carne humana. Y para ello he recurrido al cariño. En efecto, si logro querer a quienes les ha correspondido ser mis jefes, podrán disfrutar de una vida laboral plácida y con un colaborador a toda prueba, sincero y leal, como el conseglieri de Don Corleone, Tom Hagen, o como los personajes que acostumbra a interpretar el actor John C Reilly. No me importa la cantidad de veces que metan las patas, sean inconsecuentes o se molesten conmigo por alguna estupidez. Siempre los perdonaré y les pasaré mi mano por la cabeza para enrielarlos y apoltronarlos en las estériles gestas que permite esta economía de mercado. Por el contrario, aquellos que me crucen en el camino con la mano en alto, con la prédica del “esto se hace así y no como tú lo haces, haz bien tu pega” o con la monserga del “deberías cambiar de actitud, tengo cientos de currículums y necesidades de la empresa…”, tarde o temprano terminarán maldiciendo el día en que asumieron una jefatura para conmigo. Seré el quiltro rabioso cuyas mordeduras les dejarán marcas por el resto de sus días. A mis 35 años unos cuantos tipos ya saben de lo que hablo.
John Lennon dijo en cierta ocasión que si la vida no le hubiera adjudicado el papel de músico exitoso, habría sido un delincuente u otro espécimen de aquellos con predilección a pasearse por el lado torcido del sendero. Al principio lo tomé como una chochera típica de rock star regalando a sus fans una frasecita más para estampar en la polera o colgar en la pared, ésas a las que el líder beatle era tan aficionado como buen sabedor de los secretos del negocio. Sin embargo, pasado un tiempo, le he ido encontrando un sentido a esas palabras a través de mi aversión natural a cualquier tipo de autoridad (si caigo en la patudez de compararme con un tipo como Lennon es porque tenemos algo en común y no es precisamente el talento, sino el ego desproporcionado). Efectivamente, no tolero las órdenes gratuitas, prepotentes, estúpidas y más aún la costumbre nacional de asociar la palabra empleo a una conducta rastrera, en vez de limitarse a cumplir con el contrato y listo. Pero al mismo tiempo debo reconocer que no tengo las bolas suficientes para rebelarme como si fuera un pasional Espartaco, un cerebral Fidel Castro, un bolas de acero Allende ni siquiera un asolapado Pinochet. De principio, solo contaba con la capacidad de acumular odio en las entrañas y maldecir junto a mi familia. Pasado el tiempo (en esto los consejos de Lorena han sido todo un acierto) le descubrí la gracia a saber poner paños fríos para planificar venganzas certeras y no por ello menos despiadadas. Pero como no se puede ir por la vida odiando a destajo ni ideando venganzas por doquier, he tenido que apelar también a cierta sabiduría extremista, a un mecanismo mental que me permita, a lo menos, sobrevivir entre el cemento, el concreto, el asfalto y la carne humana. Y para ello he recurrido al cariño. En efecto, si logro querer a quienes les ha correspondido ser mis jefes, podrán disfrutar de una vida laboral plácida y con un colaborador a toda prueba, sincero y leal, como el conseglieri de Don Corleone, Tom Hagen, o como los personajes que acostumbra a interpretar el actor John C Reilly. No me importa la cantidad de veces que metan las patas, sean inconsecuentes o se molesten conmigo por alguna estupidez. Siempre los perdonaré y les pasaré mi mano por la cabeza para enrielarlos y apoltronarlos en las estériles gestas que permite esta economía de mercado. Por el contrario, aquellos que me crucen en el camino con la mano en alto, con la prédica del “esto se hace así y no como tú lo haces, haz bien tu pega” o con la monserga del “deberías cambiar de actitud, tengo cientos de currículums y necesidades de la empresa…”, tarde o temprano terminarán maldiciendo el día en que asumieron una jefatura para conmigo. Seré el quiltro rabioso cuyas mordeduras les dejarán marcas por el resto de sus días. A mis 35 años unos cuantos tipos ya saben de lo que hablo.
5 Comentarios
Una actitud al menos prudente para sobrellevar las iniquidades cotidianas y no estallar en comprensibles días de furia a lo Michael Douglas.
ResponderEliminarTendré cuidado de no decirte “no hagas esto así, si no de este otro modo.” Buen texto, oportuno y contingente. Filosofía de los pies arrastrados.
Te estás convirtiendo en lo que llamaban "un santo laico"
ResponderEliminarMuy bueno. A mí que me hablen con cariño porque al que me ladra lo muerdo.
ResponderEliminarY pensar que todo comenzó aquí, con Claudio Rodríguez aprendiendo a tener sangre fría para planificar con fineza sus venganzas cotidianas.
ResponderEliminarNo llevamos tanto tiempo en el espacio, sin embargo, ya se percibe la fortaleza incomparable de este blog, sin duda el mejor en su tipo.
Mis felicitaciones a todos lo que me han acompañado y han contribuido con su esfuerzo y entusiasmo y talento y lealtad y amistad a engrandecer esta página, que es de todos nosotros.
Larga vida a Plumas y larga vida a nuestra amistad.
Un fuertísimo abrazo
Yo no tengo un trabajo remunerado, querido Claudio, pero mi familia siempre me ha fregado la cachimba con esas frases "pero haz las cosas mejor , haces puras tonterías " un día me pillaron de mal genio y por tres días no hice nada. Me limité a levantarme , ducharme y comer y pasarme el día sentada sin siquiera hablar. Creo que esa resistencia pasiva dio resultados ...no acepto críticas a mi trabajo,si lo hacen de inmediato cojo mi mochila y me voy . Vuelvo unas horas después , pero ya se han olvidado el motivo de mi berrinche.
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