Los últimos meses me han demostrado como la vida se encarga de poner en su lugar a sujetos que intentan moldearla a su gusto. Y así como me libré de cargar sobre la espalda a decenas de niños malcriados -a diferencia de mi padre y abuelo, proclives a las grandes montoneras- en mi lugar de trabajo he debido asumir una curiosa paternidad.
Si hay algo que Maritza se ha esmerado en despotricar a los cuatro vientos es mi condición de jefe de programa con más personas a su cargo y con peores resultados. Si las enumeramos, no deja de tener razón: Vittorio, Bernabé, Constanza y las jovencitas Martha y Graciela. Cinco personas con las cuales el departamento de Capitales Semilla debiera funcionar como reloj suizo y no como automóvil de la ex Unión Soviética.
Pero todo tiene sus bemoles. Efectivamente cuando queda alguna embarrada en nuestras oficinas o hay que dar la cara por una queja o problema con algún usuario, hecho más que frecuente en los servicios públicos, todos reconocerán en mí al líder del equipo. Esta cantinela se ha repetido tanta veces durante la gestión de Maritza, que se encuentra grabada en paredes, escaleras, pasillos y consciencias. No logro comprender su empecinamiento en designar y deshacer jefaturas según su estado de ánimo, ignorando un contrato específico, escalafón, desempeño y méritos funcionarios. Siguiendo esta “lógica”, siempre ha mantenido el criterio de considerarme el rostro y cuerpo visible del departamento de Capitales Semilla, provocando que los golpes institucionales y del público me lleguen fresquitos a la cara e inclusive más abajo.
Y si estoy en una posición privilegiada para tomar decisiones y llevar adelante enormes tareas, ¿por qué los resultados son mediocres, defectuosos o inversamente proporcionales al recurso humano disponible? A mi propia incapacidad dirigencial se suma que todos los integrantes del equipo –Vittorio, Bernabé y Constanza- pueden abandonar sus tareas cuando les dé calambre en el pelo, los invada la depresión post almuerzo o tengan asuntos más importantes como recorrer las vitrinas de las tiendas de la avenida Uno Sur, sabiendo que yo –por derecho y convicción- terminaré encubriéndolos en su negligencia. Esto sumando a la rebeldía de las muchachas Martha y Graciela que jamás han aceptado orden alguna de mi parte por el adoctrinamiento acertado de Maritza en cuanto a fidelidades y capacidad de delación. Los nudos que atan mis manos son más fuertes aún que todo lo anterior: a la hora del reconocimiento y tomar decisiones gravitante, Maritza deja caer sobre mí su prepotencia y su condición de dueña de circo: “Yo soy la Directora Regional, yo decido. No te tomes atribuciones que no te corresponden”.
Todo esto me hace sentir como una suerte de padre adoptivo de tres personas de diferente naturaleza, pero semejantes en su egoísmo, codicia, porfía y mal carácter. A Martha y Graciela, en cambio, las considero como sobrinas lejanas de las que debo deshacerme lo antes posible para que dejen de vivir a mis expensas.
3 Comentarios
Más bien un Padrino bonachón que ve pasar estas chiquillerías con incómoda perplejidad, amigo Rodríguez.
ResponderEliminarSe equilibra el mundo de esa manera ¿será la justicia divina? Mejor le echamos la culpa a la suerte que es igual de eficaz en el reparto de aconteceres. Así, te salvás de una prole de pequeños revoltosos y te caen un séquito de subordinados orgullosos y obstinados. El lado positivo es que en cierto punto de éstos te desligas en el mediano plazo mientras los otros son para siempre - siempre.
ResponderEliminarA ponerle garra Claudio! No te dejes !!
Cuántas sorpresas me depara este blog cada vez que logro tener el tiempo de entrar y leer con tranquilidad. Todos son fabulosos y diferentes y la calidad es muy pareja.
ResponderEliminarHe trabajado tanto tiempo en oficinas de reparticiones públicas que entiendo muy bien el trasfondo de tus palabras. Tú sabes tan bien como yo que la mayor parte de los funcionarios no hacen bien su trabajo, son despistados, inútiles, guatecallos, vagos y soplones, y para colmo le dejan todo el peso de la faena y la responsabilidad a los pocos que nos queda algo de ética laboral.
Muy buena historia Claudio.