CONCHA PELAYO -.
Querido padre:
Ayer he visto las primeras margaritas salpicadas entre el prematuro y exuberante verdor del bosque de Valorio. Las vi y no pude por menos de arrancar unas cuantas para llevárselas a mi hija y para que ella viera, también, aunque acaba de estudiarlo en sus libros de texto, que las flores también pueden nacer fuera de la primavera debido a la bonanza del tiempo.
Padre, mi corazón se ha enternecido ante el nuevo bullir de la tierra, ante el preludio de una nueva estación de la naturaleza, y he pensado en ti y te he imaginado ahí, en tu definitiva morada y, de pronto he tomado conciencia de que tú ya no estarás entre nosotros, ni en la próxima primavera ni en las venideras y he sentido mucha tristeza. Tu alma voló muy lejos, a la eternidad, pero tu cuerpo regresó al polvo, a su origen, convertido ya en potencial materia orgánica para que fructifiquen otras margaritas, otras primaveras, para que nuevas generaciones las disfruten.
Estoy convencida, padre, de que siempre fuiste consciente de que la vida y la muerte son dos constantes paralelas que nos acompañan a lo largo de nuestra existencia. Nos ciñen estrechamente la una y la otra y es imposible vivir sin ellas.
He pensado en ti, padre, y muy especialmente ante el descubrimiento de estas primeras e inocentes florecillas silvestres porque tú tenías una sensibilidad especial para captar la primavera.
Cuando tu larguísima y penosa enfermedad había mermado tanto tus facultades, tanto físicas como psíquicas, cuando apenas ya en los últimos años, ya no eras capaz de proferir alguna frase coherente, si lo eras, sin embargo, para recoger las flores que veías a tu paso cuando dabas algún pequeño paseo por los lugares que te vieron nacer y, al llegar a casa, nos las mostrabas sonriente, temblorosas en tus manos y hacías un gesto, solamente un gesto, pero quienes tan bien te conocíamos sabíamos que querías decir tantas cosas, expresar tantos sentimientos de rendición, admiración y agradecimiento a la naturaleza, que captábamos perfectamente tu mensaje y hacías que se nos llenaran los ojos de lágrimas.
Me gustaría, padre, que en torno a tu tumba crecieran las margaritas también y que, al menos, una lo hiciera hacia adentro para que sus pétalos y su aroma rozaran tu rostro. ¡Ay, padre! qué triste resulta a veces evocar tu figura, tu rostro, tu sonrisa, tus ademanes cuando tanto vigor emanaban y, de pronto, como si de un montaje fotográfico se tratara, ver tu otro cuerpo, el que te acompañó en los últimos tiempos, preso de una brutal metamorfosis que te hacían irreconocible.
Muchas veces he pensado si tú serías consciente de tu estado y de cómo sería tu sufrimiento. Esta ha sido siempre mi mayor preocupación. Los médicos nos decían que no sufrìas en absoluto, que no te enterabas de nada, pero en mí permanecerá siempre la duda.
Mi consuelo es ahora, que unos brazos amorosos, los brazos de la fe, te hayan acogido y que, en ellos, puedas esbozar una sonrisa y tu mirada se dirija a las margaritas que habrán nacido, también, en tu tumba.
4 de febrero de 1988
9 Comentarios
Devastadoramente emotivo, señora Concha. Las margaritas se visten de abrigo y salen a tomar el sol en cualquier estación.
ResponderEliminarBellísimo.
Qué conmovedor.. Me dejás sin palabras pero con un sin fin de emociones encontradas por lo mucho que amo a mi padre y la infinita tristeza que signicará perderlo en algún momento de mi vida (aunque no se me escapa la posibilidad de partir antes).
ResponderEliminarMuy bello, gracias por compartirlo.
Saludos.
Una pluma prodigiosa que refleja su corazón noble y hermoso. Me emocionó tanto que lloré y como Lore pensé en mi propio papi.
ResponderEliminarLa sola poesía de tus palabras basta para volver eterna la memoria de tu padre, querida Concha. Aunque es cierto que ninguna primavera volverá a ser la misma.
ResponderEliminarEs uno de los textos más bellos y emotivos que he leído en mi vida, junto al que leí sobre la mirada de tu madre en tu blog Quién me entiende a mí.
Un fuerte abrazo mi querida amiga.
Un relato bello, pero devastador emocionalmente, pues me he anticipado sin querer al momento en que mi padre, ya entrado en años, tenga que dejar este mundo. Lo veo tan lleno de vigor y ganas de hacer cosas, gracias a que el trabajo duro le ha dado fortaleza física y a su espíritu de niño, que sueña y se proyecta como si la vida fuera eterna. Cómo quisiera que así fuese, que los alegres días que estamos viviendo juntos no terminaran nunca.
ResponderEliminarUn gran abrazo Sra. Concha.
Un relato maravilloso, o debiera decir una carta magistral y digna de ser publicada.
ResponderEliminarEncantador, bello y emotivo. Inolvidable.
ResponderEliminarLila
poema da saudade
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Hermoso texto lleno de ternura y amor. Magistralmente escrito. Un abrazo.
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