PABLO CINGOLANI -.
A Tomás Lizárraga y a Tor, canes,
in memoriam
A Andrea Fernández, en el Beni
La majestad del gatito me conmueve. Va por el mundo como lo que es: la fuerza que lo anima. Su mundo no lo extiendan demasiado o sí: vaga por las infinitas grietas, tajos y rajas que rodean la casa donde moramos. Como un súpergato a lo Nietzsche, él es el perfecto equilibrista: su mundo es aire, espacio, gracia. Su mundo podría ser más ancho y sobre todo mucho más intenso que el nuestro. Seguro lo es. Sus dominios sobre los precipicios se agregan a los pastizales desde donde su majestad, cada mañana, descansa al sol. En medio del verde caos, su rostro de alabastro brilla y cada vez que lo veo, tan placentero, tan bello, me envuelve siempre lo esencial, la sensación de lo esencial. Te conecta el gatito, te enchufa al revés con la odisea del mundo: para aplacarte, mecerte, dejarte estar.
Cuestión sagrada el gatito. Si lo dejas entrar, vagará dentro de ti y ronroneará dentro de tu corazón. Uno se pierde tantas veces que porqué no intentar que las cualidades del gato se amparen en tus adentros. Qamasa de gato: seríamos capaces de tantas hazañas que nuestra vida enterraría la trivialidad, la rutina y el aburrimiento. Siete vidas habría que gastarlas, con más ardor, con más pasión. Siete vidas habría que vivirlas. Vuelvo a la conexión que te procura el gato, y así como un ciego corta un limón con un cuchillo y mueren todos los ogros (en Ceilán, donde habitan todos los ogros), uno puede sentir lo mismo: que en la mirada del gatito está amarrada la clave, lo esencial, que esa conexión en sí misma es lo esencial, que lo esencial es que te des cuenta de ello.
No hay secretos o no debería haberlos: eso intuyo, casi lo escucho o traduzco de lo que me dice el gatito. Dialogar con él –dialogar con eso esencial- es lo más revelador que me ha pasado este verano de tanta tormenta. Aprendí mucho de tácticas y estrategias, territorialidades y ausencias, lo fasto y lo infausto, lo superfluo y lo inexorable, lo áspero y lo bello, y todo junto a la vez. Gran filósofo el gatito, che.
El otro día vi un documental en Animal Planet sobre la vida del leopardo de las nieves. Este felino vive en el Himalaya y en el Hindu Kush, los dos macizos montañosos más elevados de la Tierra. Lo había grabado durante cuatro años un equipo de biólogos y cineastas británicos en el extremo noroccidental de la India, en el corazón de uno de los centros duros del planeta. El bicho es el felino que vive más alto de todos los que habitan el orbe. Sé que nuestros pumas viven bien arriba –recuerdo al puma de Yagua Yagua, nacientes del Tambopata, circa los 4200 msnm- pero no recuerdo saber que nuestros felinos habiten alturas con nieve, este pequeño leopardo asiático, sí. Me impresionó lo visto: las costumbres del leopardo de las nieves –en medio del rigor de esos fríos continentales que carecen de clemencia, en medio de esos hielos de centro geográfico, una montaña como la nuestra pero mucho más dura, eso lo saben los que estudian, nosotros sabemos que vivimos entre las montañas más amables y benignas de todas- esas maneras, decía, del leopardo del Himalaya eran las mismas que las del gatito que vive con nosotros. Incluyendo un dato que me desconcertó: el ejercicio de territorialidad del leopardo de las nieves no iba más allá de un radio de 3-4 kilómetros entre quebradas y desfiladeros. Mi gato, hogareño y mimado, no se ausenta a más de 300-400 metros de la casa. Todo esto puede parecer una obviedad o no tanto.
¿Por qué, digo y escribo, los seres humanos no nos semejamos más a los felinos? O a los perros, tan amados también ellos. Voy a lo que vengo pasteando, rumiando y pasteando como una vaca: hay una esencia gato (que por carácter transitivo incluye a tigres y panteras, es lo mismo en suma, hay una madre-de-todos-los-gatos) así como hay una esencia perro/lobo/canino. Y una esencia serpiente. O cóndor. Digo que cuando los seres humanos empezamos a experimentar esa diferenciación absurda con lo natural, lo primero, primero que se nos ocurrió fue esa trasmutación de esencias –psicotrópicos rituales mediante- con los animales emblemáticos. Es el totemismo de nuestros ancestros. Que no estaba mal –armonizábamos, los adorábamos-, tomando en cuenta la absurda carrera en la que luego nos hemos embarcado. Habría que volver a la Qamasa de gato, titi por estos lados. Por eso, los humildes aman tanto a sus animales –son el vínculo. Son rostros de la divinidad que comparten con nosotros nuestra desgracia, nuestra falta de grandeza. Insisto: la majestad del gato. Los ojos de la perra Dana.
No sé qué pensaran los que leen. ¿Cingolani es tarado? Puede ser pero a mí me hace feliz escribir lo que escribo, y hasta ver Animal Planet (un canal de TV tremendamente fascista) si uno puede reafirmar, nutrir, reconfigurar, fertilizar una idea pero más que todo una vivencia del mundo donde volvamos a poner a la naturaleza en el lugar de donde nunca deberíamos haberla quitado.
Tratando de ser equilibrado: a mí me entristece y en grado sumo, que ciertas gentes poderosas se pasen el tiempo en asambleas, eventos, reuniones internacionales (Cancún, la última) discutiendo a favor o en contra de una supuesta “preservación” del medio ambiente. Mientras pierden sus ajayus reunidos, los otros siguen deforestando el Amazonas. El otro día leo la noticia que la Vía Campesina hizo su última reunión en Bali, otra meca del turismo trasnacional, como lo es el balneario mexicano. ¿Están todos locos? ¿Les gusta viajar y disfrutar como a los burgueses? Algo está errado, si vamos a creer que vamos a parar el ecocidio colectivo con declaraciones urgentes y discursos bonitos en medio de los hoteles que invaden las playas.
Hoy, el único camino para intentar que el mundo cambie –algo que hicieron, en su momento, los bolcheviques, eso no hay que dudarlo: yo no juzgo por resultados como los burócratas de cualquier pelaje, vibro sintiendo esos inolvidables días de vino y rosas donde se acabó con el zarismo y hasta Isadora Duncan fue a danzar entre las ruinas- es que cambiemos nosotros mismos. Esto es lo que me enseñó mi gatito estos meses: tras que implosionó la URSS, no hay nada nuevo bajo el sol de las ideologías, y tal vez no exista jamás un detonante tan activo como lo fue el leninismo. Eso me dijo mientras dormía entre mis brazos.
Más cercano, me aclaró el gato cuando se estiraba como jamás lograremos hacerlo los humanos: tras que se acabaron los semidioses que caminaban junto a nosotros en pos de la liberación (como Bolívar o Perón/Evita [Chacha/warmi] o como el Che, “ha muerto nuestro mejor compañero” dijo el mismísimo Perón cuando lo de La Higuera), toda la realidad que vivimos es eso nomás: una realidad demasiado real, demasiado contaminada de esa falta de idealismo y de soñar con los ojos bien abiertos, como soñaron ellos y todos los que los acompañamos, presentes aún o siempre presentes como son nuestros mártires. ¡Gato Montonero, carajo!
Sobra televisión y faltan huevos –sentenció finalmente Valentín, que así se llama mi gato de vida y vidalas. Perdón, si estoy siendo muy duro (es la influencia decisiva del felino), pero a mí me duele mucho tantas ausencias y vuelvo al tema de las esencias, de lo esencial: ¿dónde quedó –esto es un clamor y una nostalgia infinitas-, donde quedó digo yo la esencia Perón o la esencia Túpac Katari? Andá a saber dónde mierda quedó. Valentín me ha dicho: es un problema de ustedes, no de nosotros los gatos.
Esto lo incito de manera personal: no hay que rendirse, por más que estemos solos. Llegará un momento donde, como los antiguos, todos desearemos de nuevo volver a ser gatos, o jaguares, o águilas como los pacajeños. Llegará el momento donde todos vamos a querer volver a sentirnos como los seres humanos que alguna vez fuimos. Cerca de la revolución como aullaba Charly García. Pero mejor lo corrijo: cerca y parte de la naturaleza. Esa es la verdadera revolución –Valentín dixit.
Río Abajo, 30 de marzo de 2011
2 Comentarios
Amigo Pablo, apuesto a que tu gato Valentín hubiera hecho una gran pareja con mi gatita Venus. Ella también me hablaba y me miraba fijamente a los ojos cuando me veía absorta y apesadumbrada. Ahora ya reposa definitivamente tras convivir a mi lado, en mi regazo, más de veinte años. Era una siamesa preciosa con el rabo corto y doblado en la punta. Mi dedo solía recorrer su cuerpo con suavidad, empezando por su naricilla y deslizándose despacio a través de toda su columna vertebral hasta llegar al rabo y al pequeño doblez que le impedía seguir. Ella, Venus, permanecía quieta mientras sentía y agradecía mi larga caricia. Mi gatita me enseñó muchas cosas. Aprendí mucho de ella y con ella. Fue la mejor compañera, la mejor amiga, la que vigilaba los latidos de mi corazón cuando, nada más tumbarme en el sofá venía a mí. Si me encontraba tranquila me arrullaba con su runrun, pero si me encontraba excitada se colocaba al lado contrario de mi corazón y me miraba a los ojos y ellos me decían: qué te pasa, qué ronda por tu cabeza, relájate, calma, aquí estoy yo para ayudarte.
ResponderEliminarNadie como mi gata me inspiró jamás semejante ternura. Los felinos, todos los felinos del mundo, son los animales más bellos e inteligentes de la creación.
Me ha gustado mucho tu texto y, no, de ninguna manera estás loco.
Un abrazo amigo.
La idea del gato como un equilibrista existencial me parece fantástica.
ResponderEliminarMuy original su estilo señor Cingolani.
Abrazos desde Chile
Alicia Alarcón