JORGE MUZAM -.
No guardo recuerdos materiales de mis abuelos sanguíneos ni de ningún antepasado. Lo único que poseo se lo he arrebatado a la vida con mis propias manos. Hay hombres que poseen relojitos antiguos, medallas, libros, algún casacón, cosas de ese tipo.
Mi abuelo materno, Wenceslao Zambrano, murió en 1955, y mi abuelo paterno, Jorge Bour Pendleton, en 1998, tres meses antes de que yo estableciera un primer contacto con esa rama de mi familia. Nunca supo por tanto que yo existía.
Mi abuela materna, Rosa Silva Carrasco, sigue bien viva en San Carlos, con sus 85 años y junto a mi abuelastro Enrique (el dueño de la enorme biblioteca donde me formé intelectualmente). Viví unos cuantos años a su cuidado, y pese a su mal carácter que dejó secuelas en el mío, hoy siento que me quiere. Mi abuela paterna, Ilda Vitto, vive en Punta Arenas, y sólo hemos hablado por teléfono algunas veces. Es decir, yo la llamé algunas veces. Ella nunca me llamó.
Mi padre sanguíneo, Jorge Bour Vitto, pues mi padre también vive en Punta Arenas. Supo de mi existencia ese mismo año de 1998, y pese a su asombro inicial y a una solitaria carta exculpatoria que me envió, nunca más hizo intento alguno por acercarse a mí.
Estoy, por tanto, sin raíces, como un enorme encino que mira el horizonte y al que cualquier ventarrón podría tumbar. Sin embargo, mi ausencia de ancestros afirmadores me ha obligado a curtir una experticia funambulesca. Vale decir, no importa lo que ocurra a mi alrededor, no importa cuan fuerte sea la tempestad, siempre permaneceré de pie.
Le he obsequiado a Jorge, mi hijo, una hermosa camisa de invierno, de esas escocesas que siempre están de moda. En realidad sólo se la había puesto sobre sus hombros para que no se enfriara mientras hacía sus deberes escolares. Pero él se adueñó y pese a que le queda aún bastante grande para su talla anda feliz por todas partes. Le he dicho que ahora es suya, como todas las cosas de valor o escaso valor que tengo, y que serán suyas apenas crezca otro poco. Le he susurrado que somos sólo los dos, que no hay un antes, que nuestra estirpe nace conmigo y continúa con él. Que somos los dos últimos mohicanos.
12 Comentarios
Un placer leerle en Plumas nuevamente y más aún con un relato tan íntimo.
ResponderEliminarEspero que los retoños del encino crezcan y se fortalezcan y continúen dándole la estabilidad que no le han dado sus raíces.
Larga vida a los últimos mohicanos!!
Un abrazo!!!
Soy hombre y no debo, pero permitaseme ser sentimental y decir: qué tierno. Un relato fantástico, reflejo del alma.
ResponderEliminarVale ponerse sensible? Los hombres también lloran¡ Le felicito por este entrada cargada de sincera emotividad. Saludos a todos por el excelente blog.
ResponderEliminarQué gusto volver a leerte por acá. Gracias por este relato maravilloso.
ResponderEliminarCreo que su mejor legado será que sepa que puede tener alas!
Ya sabe lo que pienso de ud. Todo mi cariño y admiración en un abrazo virtual!
Dulce, tierno y adorable. Besos. Me gustó mucho su blog.
ResponderEliminarJorge, yo conocí a mis abuelos, paternos y maternos, incluso a una bisabuela. Tuve a la vez, cinco, pro nunca me prodigaron atención alguna, nunca palabras de cariño. Tan solo mi abuela paterna, al ser yo su nieta mayor notaba que tenía ciertas deferencias conmigo en detrimento de mi hermana menor, pero nada más. Mis abuelos eran campesinos y pienso que el campo hace a la gente ruda y los sentimientos se los guardan a buen recaudo.
ResponderEliminarTú eres un chico fuerte, eso se nota, se nota que has sufrido y el sufrimiento te ha puesto esa coraza de la que, a veces, alardeas. Tus hijos tienen una suerta inmensa de tener el padre que tienen.
Desde Zamora, todo mi cariño y admiración.
Jorge, a pesar de que yo creo que cada persona debe saber de dónde viene, es decir cuáles son sus orígenes, cuál es la historia pequeña e íntima de sus antepasados para comprenderse mejor a sí mismo y entender mejor la suya, estoy convencido de igual forma que el núcleo familiar natural es es de padre-hijos. Yo he podido encontrar felicidad en mi vida (o aceptemos que he podido encontrar ratitos de felicidad en mi vida)desde que centro ésta en el núcleo familiar más íntimo y definitorio: mis hijas y yo. Ellas son felices y yo aún más.
ResponderEliminarSí que hay un punto débil, Jorge, amigo, mi nivel de sensiblería y ñoñería aumenta progresivamente cuando las veo ya mujeres, ya en sus estudios universitarios, ya tan parecidas a mi y tan diferentes sin embargo, tan dependientes en unas cosas y tan absolutamente libres e independientes en otras tantas...
Hay árboles que para crecer hermosos no necesitan raíces tan frondosas.
Un apretado y cordial abrazo.
Muzam ha hablado. ¿Resucitó? ¿Siempre estuvo entre nosotros, pero entre las sombras? Lo que importa es que habló (literariamente digo) y en qué forma.
ResponderEliminarUn abrazo, amigo.
Estupendo. Admirable sr. Jorge Muzam.
ResponderEliminarMuy, muy tierno. Lo adoré.
ResponderEliminarBesos.
Los dos últimos y los mejores. Un precioso relato que me robó una lágrima y una sonrisa por recordar una historia muy personal.
ResponderEliminarMe conmueve sr. Muzam- En todos los lugares donde se le puede leer deja una marca única. Seguramente su descendencia heredará eso mágico que tiene usted que hace que se le quiera muy sinceramente aún sin conocerle personalmente. Saludos.
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