Hace tiempo que no escribo. No me salen las palabras. Antes fluían a borbotones, como si se pelearan las unas con las otras para alcanzar el éxtasis de la meta de mis dedos. Hace semanas que quedaron estancadas. Las pocas que siento dentro, son realmente tímidas.
- ¡Os necesito! – les dije el lunes.
Y el silencio que utilizan por respuesta me atormenta.
- ¿Seguís ahí? – pregunté el martes.
Y en su ignorancia me sentí como novia abandonada, como chiquilla ansiosa que suplica la golosina que nunca llega.
Se han convertido en esa línea telefónica que comunica porque se dejó el teléfono descolgado; no porque tenga nada interesante que contar.
Aún así, seguí insistiendo. Marqué su número, de nuevo, el miércoles; pero el insidioso retintinear de la comunicación insatisfecha, consiguió sacarme de mis casillas.
-¡Os detesto, viejas engreídas!
Ni los insultos consiguieron hacerlas salir del escondite desde el que me observan. Sí, es cierto, me observan, y les acompaña esa sonrisa de Mona Lisa impertinente, aquella que va un paso por delante; ríen porque me conocen mejor que yo misma, y saben que hasta que no me calme, no saldrán de nuevo.
-¡Si no salís, os sacaré a patadas! – el jueves me convertí en un engendro de mí misma. Las ojeras y el cansancio, unidos con un despeinado de lo menos favorecedor, hacían de mi aspecto una auténtica imagen del patetismo.
-¡No seas estúpida!- me dije el viernes- no se puede obligar a las palabras. Ellas son libres, firmes… deciden, por encima de tu propia voluntad, si tienen algo interesante que ofrecerle al mundo.
Comprendí entonces, en un sencillo momento, que las palabras elegidas están por encima de mis pensamientos; que ni siquiera mi deseo era capaz de moverlas. Las palabras insípidas, las cotidianas, no son más que restos de un pensamiento monótono, acostumbrado al ir y venir de la misma vida. Sin embargo las otras, las elegidas, las indígenas del territorio más deseado por el escritor, no se rigen por los pensamientos, sino que se dirigen a través de su propio río, por un cauce autónomo, ajeno a mi insistencia. Comprendí que la inspiración no es más que un recodo de ese río, una parada que tiene a bien detenerse entre mis pensamientos, como las vueltas ciclistas hacen meta en los pueblos, dándoles una vida de la que habitualmente carecen.
Y al comprender que las palabras no eran mías, ni eran esclavas, ni eran puntuales, ni fichajes de verano o de Navidad, comprendí también que solamente debía esperarlas; comprendí que, a medida que mis pensamientos amontonados, mis deseos egocéntricos y egoístas descendieran, iría dejando un espacio para que el recodo de su río navegara sobre mí.
De este modo, tomé el sábado como descanso, y el domingo, poco a poco, como si se tratase de un goteo débil de primera lluvia de verano, comenzaron a descender, por fin, aquellas que quisieron dejarme el regalo de su presencia.
7 Comentarios
En pocas palabras: muy bueno!
ResponderEliminarSaludos.
Qué bueno que finalmente llegaran las palabras. Desde acá las tuyas se oyen fuertes y claras. Un gusto leerle.
ResponderEliminarPalabras necesarias las suyas. Interesantísimo el seguimiento que le hace a su pensamiento, su voz escrita. Saludos cordiales.
ResponderEliminarOcurre exactamente tal y como lo cuentas. A veces, esas palabras se estancan, no se sabe dónde, sin en nuestra cabeza o en nuestros dedos y quedan por ahí, flotando en el aire hasta que una brisa suave las va empujando hasta nuestro regazo. Entonces las atrapamos y las colocamos en su lugar.
ResponderEliminarPerfecto relato amiga.
Un texto limpio, intimista, honesto, como una especie de metalenguaje de la angustia creativa.
ResponderEliminarA las palabras hay que torcerles el pescuezo solía decir el furibundo poeta Pablo de Rokha. No siempre parecía conseguirlo o no siempre parecía domesticarlas, y más bien las palabras acudían a él como un S.O.S. a radiografiarle su atormentado ego y a cargarle los cartuchos de su ira justiciera.
La hoja en blanco es un problema recurrente entre los escritores, que quisiéramos tener siempre a la inspiración a nuestra plena disposición. A veces, más que la hoja en blanco, nos exigimos mantener un nivel de creación muy elevado, lo que nos trae aparejado un conjunto de pesadillas, porque no nos podemos despegar del hilvanaje de reflexiones ni del perfeccionamiento de las construcciones narrativas ni siquiera en los sueños.
A veces, las cosas simplemente afloran de un viaje y un excelente escrito queda plasmado en menos de veinte minutos.
Vuestro relato me hizo recordar la película Barton Fink, donde un aproblemado John Torturro no podía encontrar la nota precisa para comenzar una novela a pedido.
Estimada Laura,aprovecho de darte la bienvenida a Plumas Hispanoamericanas y felicitarte por este extraordinario comienzo junto a nosotros.
Un fuerte abrazo
Muchas gracias por vuestros comentarios. Ciertamente es un sentimiento que compartimos todos los que ansiamos expresarnos a través de la escritura. Esta "angustia creativa" es universal, y cuando uno la siente como propia… duele, pero quizás ahí también se encuentra el antídoto contra la falta de inspiración. El sufrimiento es en sí mismo un muso muy eficiente.
ResponderEliminarUn gusto Jorge escribir en este cálido lugar y disfrutar de los regalos que aquí brindáis a las palabras.
Un abrazo
Laura
Sumando talentos, me gusta ¡¡ Saludos de una fiel lectora.
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