Por Concha Pelayo
He dicho alguna vez que ya no voy a misa. Ayer, día de Santiago, acompañé a mi madre a la iglesia para asistir a la Misa Mayor. Era la festividad de nuestro pueblo. Mi madre se encuentra muy bien pese a su cáncer y tenía ganas de ir a misa. Allí, a la una de la tarde, nos introdujimos en la iglesia cuando comenzaba la ceremonia.Fue como un reencuentro con el pasado más pasado. La iglesia abarrotada de fieles, todos engalanados con los mejores trajes. Mi madre se puso un traje estampado verde muy favorecedor. Tiene la piel muy blanca y el sol se la cubre de un dorado suave que la hace luminosa y alegre. Tiene los ojos verdosos y el verde del traje se los hacía más vivos todavía. Yo me puse un vestido en tonos negros y marrones que me sienta muy bien y que resalta mi piel morena en esta época estival. Estábamos muy acordes con el resto del personal. Muy guapas.Como hacía mucho tiempo que no iba a misa me llamó la atención los cambios que se han producido, no en la liturgia, que es la misma, sino en la forma con que los fieles la interpretan. Un coro de mujeres que estaban en la parte de atrás de la nave central, comenzaron a cantar el Credo a ritmo de jota. La gente se movía discretamente siguiendo el ritmo. Los niños movían sus bracitos y sus pies.
Después las ofrendas. Varias mujeres vestidas con trajes regionales portando cestos con flores, frutos y velas. Todo muy plástico e inocente. Me llamó la atención que todo el mundo pasaba a comulgar. Me dije: ¿pero toda esta gente se confiesa? No, me consta que no. Ahora se va a comulgar porque sí, porque es una manera perfecta de lucir palmito, de lucir el traje, los zapatos, -por cierto, las mujeres sobre tacones de vértigo, a juego con sus bolsos. Ahora, pensé, la gente no peca. Los pecados se han quedado obsoletos. Ha cambiado mucho el estilo de las mujeres de los pueblos. Las unas, porque vive fuera y acuden al pueblo en vacaciones y traen esos aires capitalinos del País Vasco, de Cataluña o de Madrid. Las que no se han movido, porque viajan a la capital casi a diario y compran todo lo que la moda ofrece. Era, sin duda, un regalo para los ojos y para el recuerdo. Yo evocaba mi niñez, cuando postrada de rodillas en el banco, me entretenía en mirar a las personas que estaban sentadas delante. Me fijaba en sus zapatos, en las chaquetas, en el velo, cuando yo era niña las mujeres se cubrian con el velo y además se llevaba el librito o misal, que aunque no se leía, lucía mucho en las manos. Era un complemento inevitable.Disfruté mucho, lo reconozco, incluso me pareció muy oportuna la homilía del cura, muy acorde con lo que yo siempre digo en mis artículos periodísticos, sobre la solidaridad, la injusticia, la compasión. Me gustó el cura aunque tenía una voz aflautada un tanto femenina.Mi madre me dijo que echaba de menos a mucha gente. A algunas de sus cuñadas, algunas ya desaparecidas, a fulanito o menganito. Todos se han ido muriendo, le dije a mi madre. Y tú, mira que guapa estás. Y qué joven, aunque tienes cáncer. Ojalá yo herede tu vitalidad cuando tenga tus años. Ella me dije que estaré mejor porque todavía estoy muy bien y muy joven aunque ya no sea una niña. Es verdad, tengo que agradecer tu genética, tan buena. Le recordé que, cuando me hacía exámenes periódicos médicos, antes de dejar mi trabajo, siempre me diagnosticaban juvenismo. Entonces no me daba yo cuenta del piropazo pero, es verdad, en ocasiones, la vejez no tiene nada que ver con los años. Suerte que tenemos.
5 Comentarios
Un desfile de modas, de peinados, de egos y de culpas que quieren irse diseminando dentro de la nave eclesial, para salir luego al aire libre trasquiladitos de toda mácula. Sin embargo, y a pesar de ser un no creyente, encuentro una estética seductora y una solemnidad impresionante en las liturgias. Sé que hay mucho de farsa en todo ese rito, pero sé también que la fe de muchas personas es pura, honesta, muy genuina, muy superior a lo que propugna la misma iglesia. Sin duda que tu madre y tu misma están dentro de este grupo de personas puras que ennoblecen el sentimiento religioso.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo mi querida Concha y mi alegría de que vuelvas a escribir en Plumas. Se te extrañaba mucho.
Excelente, amiga Concha. Que bueno que volvieras y nos trajeras tus textos magistrales.
ResponderEliminarA mí me gustaría tener también ese diagnóstico, "juvenismo". No sé si la genética me ayude en su momento, pero quizá contribuya mi espíritu que se inclina tenazmente a amar la vida, pese a todo.
ResponderEliminarUn gusto leerle nuevamente en Plumas.
Saludos!
Interesante, todavía asisto a misa y no dejo de sorprenderme con los personajes que desfilan. El más estrafalario es el mismo párroco. Qué otra cosa se puede hacer para matar el tiempo que mironear? Es tan aburrido pero mis viejos lo exigen hasta que viva en mi propia casa. Increible en el siglo XXI
ResponderEliminarAsistí toda la primaria a un colegio católico, por aquellos tiempos estaba de representante legal un párroco que nos obligaba a ir a misa todos los días antes de clases y los domingos el alumnado era el último en comulgar y debía besar su gordo y sudoroso rostro. Después de todos aquellos años de tortura, al pasar al secundario no volví a comulgar. A partir de tu relato vinieron a mí los detalles de esos tiempos.. mi guardapolvos rojo y las charlas peligrosas durante la omilía.. Recuerdo que hacía un fino trabajo de celestina entre dos compañeros que incluían señas y mensajes en los libros de cantos.. me salió bien y fueron novios mucho tiempo. Ah.. tantas cosas.. Adoré tu relato!
ResponderEliminarSaludos y qué bueno tenerte de regreso por acá.