Elogio del libro

MANUEL GAYOL MECÍAS -.

Del cambio, el tiempo, el umbral y la creatividad

Probablemente el libro pueda variar de formato (piénsese en la realidad ya del libro digital), pero aun así nunca dejará de existir como esencia de cambio, porque el libro —o lo que en definitiva será este en el futuro— encierra el hecho de ser un amplio y profundo estimulador de ideas más allá del formato que presente.
La computadora, y en específico la Internet, constituye una nueva dimensión de la lectura. De hecho, guarda una diferencia con el sentido y la funcionalidad del libro, así como este tiene otras características muy distintas a las del periódico y las re­vistas, y por ello todos se leen de manera diferente.

Todos son medios de comunicación sígnica y visual; es de­cir, se basan en la palabra como símbolo gráfico, aunque tam­bién en el grabado, las ilustraciones, las imágenes y las fotos. Pero sus proyecciones de discursos (en las que pueden entrar los elementos plásticos) y sus contextos de comunicación son disímiles entre sí.

El libro, en muchos sentidos, es sujeto y objeto al revelarse como vehículo idóneo para la transmisión de ideas. El libro es una unidad de algo que “interesa”, pero con la cualidad defini­toria de que “interesa de manera permanente”. Casi nadie es­cribe un libro para la inmediatez, para algo que sólo se necesita durante un tiempo limitado, un acontecimiento que por las le­yes sociales y de la historia está sujeto a no trascender —algo que obviamente todo el mundo sabe que no tiene más valor que el hecho de haber sido la noticia de un momento.

El libro desde su antigüedad, y por su antigüedad, siempre ha sido uno de los más preciados objetos de colección. Cual­quier persona que cuente con una colección de libros antiguos, bien autenticados y reconocidos, puede decir que posee un va­lioso tesoro no sólo de conocimientos, sino también de valor monetario. Determinados tipos de libros logran alcanzar por antigüedad un estatus de obra artística (en sí misma y por su pro­pio carácter de objeto) muy apreciado por especialistas dedica­dos a su revaloración, que incluye, como dije, un análisis de la legitimidad de su formato. Además, y en cuanto a su estilo y contenido, vale la pena hacer resaltar que al parecer la impor­tancia del libro en el tiempo era prevista por algunas civiliza­ciones antiguas, quizás los griegos o los hebreos, cuando desde entonces decían que cada volumen tiene su destino y su histo­ria; es decir, su génesis y su finalidad (o sea, la consideración de los factores externos de por qué y para qué razón se crea un libro). Ello, por supuesto, junto a la mayor antigüedad del libro, aumenta mucho más su valor de colección.

Por tanto, el libro, en sí mismo, toma importancia también por la temática específica que toca; es decir, cada libro tiene su propia historia, como dijimos. A veces comienza por una sola idea que le revolotea en la cabeza al autor, y después esa idea se va agrandando, multiplicando y elaborándose como manuscrito (por lo general hoy en día) en computadora hasta que al final toma la forma de libro.

En los libros se narran historias, se proyectan teorías, ensa­yos, críticas, se escriben poemas, cuentos, etc., pero en todos los diversos géneros se proponen (o mejor, se intenta proponer) conceptos universales, dramas, hechos, recuerdos, fórmulas, informes, manifiestos; en resumen, un sinfín de modalidades y temas con el propósito de que perduren en el tiempo.

El libro es pasado, presente y futuro, pero en su carácter de completa profundidad; su texto siempre requiere de dos ex­tremos: audacia y madurez. Por su parte, el periódico y la re­vista no dejan de contar con estas tres coordenadas temporales, pero nunca de una manera tan desarrollada como se suscita en el libro; pueden experimentar la audacia, pero la profundidad y madurez son relativas a causa de la brevedad del espacio. En realidad, el libro (volumen, tomo, obra, ejemplar), general­mente, transita y trasunta el eje del tiempo con una eficaz es­tructura debido a que su contenido, en su mayor posibilidad espacial, conjuga tres modalidades del tiempo: el tiempo fác­tico (el que la historia o tema desarrolla), el tiempo real de la lectura (los momentos en que el libro está siendo leído por el lector) y el tiempo real del autor; es decir, lo que duró la creación del libro y lo que dura su autoría; claro, aquí no me refiero para nada al fenómeno de la hipertextualidad en los libros, que puede ocasionar —al decir de Umberto Eco— la muerte del autor por su infinita diversidad de lectura; esto es un tema a tratar aparte por su importancia y curiosidad.

El libro, en su forma tradicional, ha sido (y aún es) uno de los más altos exponentes de la cultura de los pueblos. La im­prenta de Gütemberg propició el camino hasta hoy para hacer del libro un baluarte y un respaldo de valores imprescindibles del ser humano. Todas las demás innovaciones, aun cuando bienvenidas, no son sólo más que innovaciones que, a mi criterio, nunca cambiarán el con­cepto de archivo y colección de conocimientos que cualquier texto ofrece al hombre para su enriquecimiento intelectual y netamente humano. Pero antes de la imprenta, y cientos de años atrás, desde que al hombre se le ocurrió expresarse o co­municarse con otros mediante un objeto grabado o tallado, me­diante un papyrus, o de papeles artesanales hechos para perdurar en el tiempo y escritos con alguna tinta especial y plumas de ganso, por ejemplo, más tarde con máquinas de escribir y hoy en día con computadoras y microprocesadoras de textos, desde el primer momento en que ese proceso comenzó, repito, ya el libro —no como formato, sino como concepto— selló su des­tino, incluso en la perspectiva de los siglos futuros, para con­vertirse en representativo de tres características esenciales del hombre: el hecho de ser memoria, conocimiento y ficción; y por ellas alcanzar la función de objeto-umbral. 

En este sentido de objeto-umbral, el libro es texto y para­texto, según el autorizado criterio del teórico literario francés Gérard Genette[1]: texto por su contenido y paratexto por su tex­tura, forma, volumen espacial y el hecho de ser mercancía, y como tal realizar su propia promoción publicitaria.

En su paratextualidad, algo que va más allá del carácter sígnico del texto para ser leído, por supuesto, el libro consta de un volumen espacial programado a la medida de las necesidades humanas. Sus diversos tamaños y formatos se han intentado adaptar a diferentes tipos de necesidades. De ahí que una no­vela o un análisis de alto grado reflexivo se pueda disfrutar en una parada de autobús o en la mullida superficie de un lecho, respectivamente.

Sin embargo, proyectando a Genette[2], pienso que entre los postulados principales del carácter paratextual del libro, se en­cuentra esa función que el especialista francés incluyó en su enumeración, y que tiene el libro de ser el umbral o la frontera entre la realidad objetiva y la subjetiva, cuestión esta que su­pongo aún no se ha desarrollado profundamente desde la pers­pectiva de un análisis de realidad-imaginación.

Retomo entonces la misma definición que usa Genette (quien la ha tomado prestada de J. Hillis Miller) para el prefijo “para” (del texto): “Una cosa que se sitúa a la vez más acá y más allá de una frontera, de un umbral o de un margen… Una cosa en para no está solamente, a la vez, de los dos lados de la fron­tera que separa el interior y el exterior: es también la frontera misma, la pantalla que constituye una membrana permeable en­tre el interior y el exterior. Opera una confusión de los mismos, dejando que el exterior entre y que el interior salga; los divide y los une”.[3]
 
Lo que quiero significar con esta función de objeto-umbral (de frontera o puente) es que el libro resulta ser también esa mem­brana que se atraviesa para entrar en la imaginatividad (cuan­do leemos literatura de ficción o poesía), o en la subjetivi­dad realísticamente intelectual (cuando estudiamos o analiza­mos un ensayo o una crítica literaria, u otra clase de género que no tiene por qué ser literario). El libro así se constituye en una puerta que nos deja entrar y salir de la dimensión no concreta; de un mundo otro que se encuentra, si se quiere, al alcance de la mano… En este sentido, y pensando en lo literario, el libro nos permite descubrir el recurso de la metatextualidad (que viene a ser el hecho de decir cómo se construye o reconstruye una historia, al mismo tiempo que este discurso forma parte de la trama de la historia), como cuando Bastian, el prota­gonista de La historia interminable, de Michael Ende, logra su carácter de tal porque roba un libro a un librero y es tan atraído por la narración del texto que entra en la historia de ese libro, vive todas sus aventuras y al final, para salvar ese mundo fan­tástico y a sus personajes, no tiene otro camino que salir del libro y quedarse en la realidad. Pienso que esta es una de las obras que —mediante la metatextualidad— muestra más esa función objeto-umbral del libro.

Pero en resumen, el libro en su formato tradicional —y esto por supuesto que viene a ser solamente por ahora— es mucho más porque encierra el olor sugerente de la tinta y el papel. Ellos, como elementos propiciadores de belleza, revisten al libro de un auténtico carácter humano, ya que hace que el mismo se vea y se sienta como salido de un “natural y bello proceso creativo del hombre”.

Y este carácter creativo, hasta hoy en día (digo así, porque no dudo que en un futuro el nuevo formato pueda mostrar también su humanidad), es lo que más inolvidable se me hace del libro en su forma conocida: belleza de pertenencia y repre­sentatividad de lo humano.

Por eso también creo firmemente que la belleza del libro tradicional, al menos durante muchísimos años más, siquiera quedará para recordarnos que hemos sido (y que siempre so­mos) no sólo lectores, sino actores de ese gran libro que es la vida. 
(Bell, California, 2000)



[1] Gérard Genette, “El paratexto. Introducción a Umbrales,” Criterio. La Habana: Casa de las Américas, XXV-XXVIII, en. 1989—dic. 1990, 43.

[2] Gérard Genette: “El paratexto. Introducción a Umbrales”, en Criterios, La Habana, Casa de las Américas, Nos. 25-28, 3ra. época, ene., 1989–dic.,1990, p. 43.

[3] J. Hillis Miller: “The Critic as Host”, en Deconstruction and Criti­cism, The Seabury Press, Nueva York, 1979, p. 219). Esta referencia se puede encontrar también en el artículo de Genette, ya ci­tado.

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10 Comentarios

  1. Anónimo28/8/11

    El libro, tal y como lo concebimos desde que tenemos uso de razón, siempre será en soporte tradicional. Por muchas razones, incluso por salud. El hecho de mirar durante mucho rato la pantalla del ordenador pueden resentirse las cervicales.

    Otra cosa son los nuevos soportes, que pasarán con mayor o menor fortuna, pero el libro, como tú bien dices siempre será ese objeto de deseo al que se necesita tocar, acariciar, arrugar, incluso violar. El libro nos espera tembloroso y se derrite en nuestros dedos.
    Disculpa esta almibarada metáfora, pero así lo siento.
    Muy buena tu disertación.
    Un abrazo amigo.

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  2. Un viejo amigo mio solía decirme... ay que poco seriamos sin un buen libro".
    Un abrazo

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  3. Celeste Cielo29/8/11

    Perfecto como hoja en blanco. un artículo redondito. Congrats.-

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  4. Mi biblioteca virtual es mi mayor tesoro, por razones de presupuesto y las continuas mudanzas no puedo más que andar con mis libros en un pendrive. Sé que el libro en su formato tradicional tiene una importancia simbólica afectiva irremplazable pero a algunos no nos queda otra... y hemos de cargar con los costos de tanta lectura frente a la pc, a menos que tengamos una buena cantidad de dinero para comprarnos de esos preciosos artilugios para leer con la tecnología de la tinta digital que permiten una lectura identica a la de un libro de papel.
    Tras la primera lectura que hice me quedé pensando en el afan de algunos personajes históricos por tener muchos libros, por hacerse de la mejor de las bibliotecas. Hubieron reyes, cortesanos y otros personajes poderosos que fueron coleccionistas de libros.. tan ávidos y apasionados que recurrieron a metodos extravagantes para ampliar sus bibliotecas. Uno de ellos fue Lorenzo de Medicis que fue el principal personaje político de florencia en épocas del jóven Miguel Angel, su primer protector. Su biblioteca era enorme y los humanistas florentinos tenían libre acceso a prestamos de ella, se sabe que envíaba a eruditos de su corte a buscar manuscritos griegos donde los hubiera. Envidiaba su patrimonio, el duque de Urbino Federico de Montefeltro, para superarlo contrataba copistas para hacerse sus propias ejemplates pero como no daban a basto optó por enviar espias para tomar cuenta del catálogo e incluso hacer seguir el recorrido de los pedidos para asaltarlos en el camino. Con tales métodos logró superar a su rival conviertiendose en la mejor de todas con libros antiguos, modernos, profanos y sagrados encuadernados en carmesi y decorados en plata.. Curiosamente el duque sólo leía una obra: La historia Romana en latín de Tito Libio. Cuando murió el Papa Alejandro VII se quiso apropiar de la colección que estaba en manos de los descendientes del duque, pero como la gente de Urbino tenía mucho afecto a esa colección organizó una revuelta para imperdirlo. Finalmente el Papa aplacó los animos con una exención de impuestos por ese año e incorporó la colección al Vaticano.
    Así unos cuántos.. así también hubieron algunos que destruyeron valiosas colecciones..

    En fin.. un gusto leerte más seguidito Manuel. Saludos.

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  5. Lucía31/8/11

    Querido libro, compañero de rutas. Me gustó mucho esta entrada, un verdadero elogio a ese objeto por tantos amado.

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  6. Anónimo31/8/11

    Qué no daria por un lector de ebook, no sé. Sin embargo, el libro en su forma original es inigualable desde lo simbólico y afectivo. Será que desaparecerá en algún momento? No sé, aunque hace unos días leí que en Corea piensan suplantarlo definitivamente antes del 2014!!
    Me gustó mucho su elogio del libro. Saludos.

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  7. Bien, esta buena la apología del libro. Yo no leo casi nunca, nadie me regalaría un libro ni mucho menos iría a la guerra por uno. La biblioteca que se va fundando en casa es para las tareas de mis dos chicos y a fuerza de meterle pilas a eso me enredo en algunas páginas de manuales o enciclopedias. Sin embargo, entiendo un poco más desde acá ese cariño por la lectura y su valor. Nunca es tarde, nunca.

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  8. Queridos amigos: he regresado (no como McCartur y mucho menos como Shwarzenegger), pero he regresado, y entre otras cosas, para gradecerles sus comentarios acerca de mi artículo "Elogio del libro"... Me satisface enormemente que me lean, no lo niego, pero más aun si lo hacen desde un espacio tan hermoso como este de Plumas Hispanoamericanas. Les doy un abrazo grande y les deseo las mejores cosas en lo personal y en lo profesional. Siempre, Manuel

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  9. Un texto subyugador para mí tratandose del tema libros y su elogio. Como Lorena , opino también que estimo, admiro ,valoro el formato libro tradicional y el imaginario colectivo del la historia de la tinta ,el papel ,las letras impresas, etc. sin embargo los costos de ciertos libros es inalcanzable para mi sueldo de docente que tiene que lidiar otras urgencias tan impostergables como alimentar , vestir y educar a mi hija,por consiguiente accedo a los libros de forma digital que son de libre circulación o de dominio público con muchísimo placer y agradecimiento.
    Gracias a la tecnología he podido llegar a la lectura de obras que jamás podría comprar ,como así también contemplar , mirar ,gozar con ilustraciones, tapas ,cubiertas, arte y todo lo paratextual de un libro; suelo navegar horas en internet en un paseo virtual como lo hago cuando visito las librerías y hojeo , miro, robo fragmentos de lectura, y si el empleado me deja ,hasta puedo finalizar una obra sino es tan extensa o leerla en varias visitas a la misma .
    Con respecto a coleccionar libros ,es verdad lo que afirma Lorena , conozco y sostienen los mismo bibliófilos que a veces sólo han leído una décima parte de lo que tienen ,pues justamente lo que los mueve a atesorar libros es una especie de compulsión y no un interés en el autor o en la literatura que encierra .En mi caso comparto varios móviles en cuanto al libro como objeto de adoración : en principio, elegí una carrera para estudiar y enseñar que es la literatura ,labor que ya llevo 24 años ,por lo tanto sería una obviedad explicar este motivo, segundo está este tema de que tengo la posibilidad de conocer, mirar, leer en algunos casos,obras inalcanzables que forman parte una afición tipo coleccionista :descargo, guardo,copio,imprimo,comparto en el facebook , etc. páginas, cubiertas,...de libros raros, antiguos, extranjeros, de temas que son de mi interés , de autores clásicos ,otros no conocidos,etc.,sería tedioso enumerar una clasificación que ni yo misma la sé.Que leer en la pantalla es perjudicial para las cervicales considero que lo mismo pasa con el libro de papel ,es la postura y no el soporte o formato lo que trae dolencias ;ahora uno puede llevarse la net o notbook a la cama, leer en el piso, de igual manera están los aparatos para leer libros electrónicos que pueden trasladarse a cualquier lugar...No creo que haya que polemizar tanto entre uno y otro formato...pienso que conviven perfectamente los dos y así será por largo tiempo ,supongo ;hay una cosa que no me quiero olvidar que es la relación del lector con el autor pues estimo que en estos tiempos se ha hecho más fácil y accesible llegar a la persona autora de una obra o conocer a escritores a través de las redes ,blogs...que en otros tiempos era imposible .En mi caso he conocido y entablado mensajes, charlas,intercambiado archivos con autores a los que jamás me hubiera animado a acercarme quizás personalmente y,sin embargo a través de este medio sí lo he logrado ; de igual modo creo que los escritores incrementan la lectura y difusión de sus obras al usar las redes y formatos digitales.Muy interesante y enriquecedor este artículo, demás está decir las citas de Eco y otras referencias ...El libro con formato tradicional es y será siempre un objeto de goce inigualable ,porque es único ...pero el libro digital tiene sus ventajas también , que se prefiera uno u otro tiene que ver con cuestiones culturales ,ideológicas,generacionales,etc.Particulamente seguiré amando, comprando cuando pueda y leyendo el libro de papel y admirando y utilizando los beneficios de lo digital y tecnológico.. Seguiría comentando ,pero ya sería aun abuso de escritura, un placer y continuaré con las visitas a este blog que siempre da confort al espíritu divagante de lectores obsesivos como yo, Un saludo cordial ,Pat.-

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  10. Recordé algo que agrego:leía una vez una entrevista a Alberto Laiseca ,escritor argentino, que él mismo decía rechazar la lectura digital, que no tenía internet...sin embargo sus narraciones en la TV hicieron que sea más conocido , mis alumnos preguntaban por ese hombre que les cautivaba con los relatos de terror, gracias a ver sus videos en youtube , grabar sus audios de internet ,descargar sus textos de blogs y otras redes mus alumnos terminaron por apasionarse con este escritor ,por dar un ejemplo paradógico.Saludos y hasta pronto,Pat.-

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