Por Pablo Cingolani
Si había un nombre mítico, un nombre fetiche, un nombre leyenda dentro del universo llamado Rock Argentino, ese fue el de Pajarito Zaguri, quien acaba de fallecer en Buenos Aires a los 72 años.
Pajarito Zaguri encarnó siempre el lado más bohemio, el lado más rebelde, más anti pose, más natural, del movimiento musical-cultural que le cambió la cara a una Argentina de los sesenta, amargada por las dictaduras y la proscripción del peronismo, vapuleada por los ajustes económicos liberales y por la búsqueda de desmantelar el estado de bienestar creado por Perón en los cuarenta.
Pajarito Zaguri fue no sólo uno de los fundadores del movimiento rockero argentino —aquel que prefirió cantar en castellano que balbucear en inglés, aquel que fue el pionero en todo el ámbito hispanoamericano—, sino un emblema de esa juventud que fue haciendo camino, tocando, fue haciendo camino, aullando sus verdades, fue haciendo camino, andando nomás, metiéndole nomás, creando nomás, que es como se hacen todas las cosas que perviven al tiempo —y no tengo ninguna duda que tanto el Pájaro como el rock de abajo ya son inmortales.
Nosotros éramos unos pendejos (changos) de mierda, teníamos 14-15 años, que andábamos jodiendo por aquí y por allá, en los años donde la noche negra y sin estrellas de la dictadura se enseñoreaba, y con el “Negro” Marcos (González Cezer) y mi hermano Juan Esteban se nos ocurrió sacar una revista, un fanzine se diría ahora.
Vivíamos en el oeste de la ciudad de Buenos Aires, y este no es un dato menor: El Oeste, así con mayúsculas, era el territorio blusero y rockandrollero por excelencia; por allí vivían, pateaban o se estaban héroes también legendarios y también inmortales como “El Carpo”, Norberto “Pappo” Napolitano, o los Dulces 16, un grupazo que arrancó esos años, con el “Conejo” Jolivet en la viola y que la rompía, y Pajarito, que por allí merodeaba.
El punto es que sacamos la revistita —se llamaba Llega un momento, y era a pura fotocopia, la vendíamos en los recitales— por un motivo esencial: en medio de la ola de terrorismo de estado más brutal que se recuerde en la historia argentina, los grupos de rock y blues no eran bien vistos, eran discriminados y más bien eran perseguidos (los milicos asesinos no se habían olvidado del “rompan todo” del “Gordo” Billy Bond en el Luna Park y que muchos grupos de rock pesado tocaron en festivales organizados por la Juventud Peronista) y el objetivo de la publicación era encontrarlos, era darles un espacio, era entrevistarlos, era decir: ¿ves, boludo, que todavía están vivos?
Fue así que iniciamos una amable y devocional búsqueda de nuestros queridos héroes musicales. ¡Y los encontramos! Recuerdo que por nuestras páginas, desfilaron, desde ya el Carpo (que nos regaló una foto buenísima que también la publicamos), Moris (me acuerdo que lo entrevistamos en el Hotel Bauen y que nadie le tiraba pelota, a pesar que el tipo había revolucionado el rock en las Españas… sucedía que De Nada sirve estaba prohibida por los censores de uniformes ya que era considerada una canción subversiva!), los Manal (nos reímos mucho con Javier Martínez y el Negro Medina; Gabis era un extraterrestre) y así unos cuantos más. Pero nos faltaba encontrar a Pajarito, y lo buscamos y lo buscamos, hasta que ¡también lo encontramos!
Andaba por ahí, en Ramos Mejía (uno de los corazones más sensibles del Oeste, el Negro y mi hermano deben saber bien, porque ellos fueron, en verdad, los del hallazgo). Recuerdo algo por el estilo: que el Pájaro no quiso tomarse o darnos una foto —¿Quién nos iba a creer que Pajarito Zaguri nos había dado una entrevista?— y que publicamos la nota con unas letras de algunos de los temas de La Barra de Chocolate, el grupo más mítico del siempre mítico músico.
Hoy, fue Ariel Basteiro, el embajador que tenemos los argentinos en Bolivia, el que me avisó de la noticia de la muerte de Pajarito. Ariel, del Oeste como yo, rockandrollero como yo, y casi con los mismos años, me escribió que “quería compartir la noticia con alguien en Bolivia que por lo menos supiera quién era el rockero argentino”. No te equivocaste, hermano, no te equivocaste.
Pajarito Zaguri fue parte de nuestras vidas, es parte de nuestra actitud y nuestra sensibilidad, lo seguirá siendo siempre, hasta que también partamos, como ahora lo hizo él. Es insistente, en estos casos, las emociones se te mezclan: dolor por el que ya no está, pero gratitud también, emoción por lo que compartiste, la belleza de su hacer, sus canciones que cantaste mil veces… entonces, te das cuenta, una vez más, que él, Pajarito Zaguri, ya vive adentro tuyo, que de ahí no se irá jamás y se te enciende el alma sintiendo que ya andarán con Pappo armando una zapada bien quilombera en el paraíso, a donde van todos aquellos que nos hicieron felices con su arte, a donde van todos aquellos que quisimos porque nos han aportado algo en lo más lindo y puro de todo: ser nosotros mismos.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 23 de abril de 2013
Si había un nombre mítico, un nombre fetiche, un nombre leyenda dentro del universo llamado Rock Argentino, ese fue el de Pajarito Zaguri, quien acaba de fallecer en Buenos Aires a los 72 años.
Pajarito Zaguri encarnó siempre el lado más bohemio, el lado más rebelde, más anti pose, más natural, del movimiento musical-cultural que le cambió la cara a una Argentina de los sesenta, amargada por las dictaduras y la proscripción del peronismo, vapuleada por los ajustes económicos liberales y por la búsqueda de desmantelar el estado de bienestar creado por Perón en los cuarenta.
Pajarito Zaguri fue no sólo uno de los fundadores del movimiento rockero argentino —aquel que prefirió cantar en castellano que balbucear en inglés, aquel que fue el pionero en todo el ámbito hispanoamericano—, sino un emblema de esa juventud que fue haciendo camino, tocando, fue haciendo camino, aullando sus verdades, fue haciendo camino, andando nomás, metiéndole nomás, creando nomás, que es como se hacen todas las cosas que perviven al tiempo —y no tengo ninguna duda que tanto el Pájaro como el rock de abajo ya son inmortales.
Nosotros éramos unos pendejos (changos) de mierda, teníamos 14-15 años, que andábamos jodiendo por aquí y por allá, en los años donde la noche negra y sin estrellas de la dictadura se enseñoreaba, y con el “Negro” Marcos (González Cezer) y mi hermano Juan Esteban se nos ocurrió sacar una revista, un fanzine se diría ahora.
Vivíamos en el oeste de la ciudad de Buenos Aires, y este no es un dato menor: El Oeste, así con mayúsculas, era el territorio blusero y rockandrollero por excelencia; por allí vivían, pateaban o se estaban héroes también legendarios y también inmortales como “El Carpo”, Norberto “Pappo” Napolitano, o los Dulces 16, un grupazo que arrancó esos años, con el “Conejo” Jolivet en la viola y que la rompía, y Pajarito, que por allí merodeaba.
El punto es que sacamos la revistita —se llamaba Llega un momento, y era a pura fotocopia, la vendíamos en los recitales— por un motivo esencial: en medio de la ola de terrorismo de estado más brutal que se recuerde en la historia argentina, los grupos de rock y blues no eran bien vistos, eran discriminados y más bien eran perseguidos (los milicos asesinos no se habían olvidado del “rompan todo” del “Gordo” Billy Bond en el Luna Park y que muchos grupos de rock pesado tocaron en festivales organizados por la Juventud Peronista) y el objetivo de la publicación era encontrarlos, era darles un espacio, era entrevistarlos, era decir: ¿ves, boludo, que todavía están vivos?
Fue así que iniciamos una amable y devocional búsqueda de nuestros queridos héroes musicales. ¡Y los encontramos! Recuerdo que por nuestras páginas, desfilaron, desde ya el Carpo (que nos regaló una foto buenísima que también la publicamos), Moris (me acuerdo que lo entrevistamos en el Hotel Bauen y que nadie le tiraba pelota, a pesar que el tipo había revolucionado el rock en las Españas… sucedía que De Nada sirve estaba prohibida por los censores de uniformes ya que era considerada una canción subversiva!), los Manal (nos reímos mucho con Javier Martínez y el Negro Medina; Gabis era un extraterrestre) y así unos cuantos más. Pero nos faltaba encontrar a Pajarito, y lo buscamos y lo buscamos, hasta que ¡también lo encontramos!
Andaba por ahí, en Ramos Mejía (uno de los corazones más sensibles del Oeste, el Negro y mi hermano deben saber bien, porque ellos fueron, en verdad, los del hallazgo). Recuerdo algo por el estilo: que el Pájaro no quiso tomarse o darnos una foto —¿Quién nos iba a creer que Pajarito Zaguri nos había dado una entrevista?— y que publicamos la nota con unas letras de algunos de los temas de La Barra de Chocolate, el grupo más mítico del siempre mítico músico.
Hoy, fue Ariel Basteiro, el embajador que tenemos los argentinos en Bolivia, el que me avisó de la noticia de la muerte de Pajarito. Ariel, del Oeste como yo, rockandrollero como yo, y casi con los mismos años, me escribió que “quería compartir la noticia con alguien en Bolivia que por lo menos supiera quién era el rockero argentino”. No te equivocaste, hermano, no te equivocaste.
Pajarito Zaguri fue parte de nuestras vidas, es parte de nuestra actitud y nuestra sensibilidad, lo seguirá siendo siempre, hasta que también partamos, como ahora lo hizo él. Es insistente, en estos casos, las emociones se te mezclan: dolor por el que ya no está, pero gratitud también, emoción por lo que compartiste, la belleza de su hacer, sus canciones que cantaste mil veces… entonces, te das cuenta, una vez más, que él, Pajarito Zaguri, ya vive adentro tuyo, que de ahí no se irá jamás y se te enciende el alma sintiendo que ya andarán con Pappo armando una zapada bien quilombera en el paraíso, a donde van todos aquellos que nos hicieron felices con su arte, a donde van todos aquellos que quisimos porque nos han aportado algo en lo más lindo y puro de todo: ser nosotros mismos.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 23 de abril de 2013
1 Comentarios
Muchas gracias por la nota. Estoy escuchando al pajarito, y es una maravilla.
ResponderEliminarLas cosas que se descubren.
Cecilia