Por Concha Pelayo
A Gaspar lo fueron a buscar una noche cuando la ciudad dormía. Dormía su barrio, situado en las afueras de la propia ciudad. Vivía en una casita de planta baja con su madre, ya viuda, y con sus hermanos. La casa tenía una puerta en la fachada principal y otra puertecita que daba a un patio en la parte trasera. LLamaron a la puerta con golpes secos, sonoros. Gaspar sabía que, tarde o temprano iban a por él. Cuando oyó los golpes se quitó el pantalón y salió en calzoncillos para abrir la puerta. Allí estaban ellos. "¿Puedes salir un momento? "Claro, un momento, respondió, me visto y salgo. Gaspar entró sin decir nada, ni a su madre ni a sus hermanos. Se puso unos pantalones, cogió una hogaza de pan y salió por la puerta trasera a toda velocidad. Corrió hasta que llegó a las vías del tren y esperó. Al rato pasó un tren de mercancías cargado de cemento. De un salto subió a uno de los vagones y se dejó caer en el mismo.
El tren hacía un largo recorrido. No sabemos de donde venía pero sí sabemos que Gaspar llegó hasta Gibraltar. Allí, tampoco sabemos cómo, pero se introdujo en África y se enroló en la Legión extranjera. Así es como Gaspar salvó el pellejo. Otros no tuvieron la misma suerte. Cuando iban a buscarlos, ya pasada la media noche, sabían que, a pocos metros de la propia casa iban a ser tiroteados. Después, los mismos asesinos volvían a la casa y le decían a sus familiares. Id y recoger a vuestro hermano, padre, tìo, esposo, abuelo. Lleváoslo de ahí. Aquellos tuvieron más suerte que los que enterraron en fosas comunes o los hicieron desaparecer bajo una montaña de cal viva.
Hoy, muchos españoles luchan para rescatar a sus familiares de aquellas fosas comunes, de aquellos cementerios en medio del campo, como le ocurrió al propio Federico García Lorca.
Se conmemoran estos días los 75 años de la Guerra Civil Española, el suceso más vergonzoso de la historia de España, la confrontación que hizo salir de hermanos y parientes el odio más atávico, la envidia y el rencor más encarnizados. Todo era lícito para aniquilar al contrario.
Gaspar, en Larache, Marruecos, conoció a la que sería su mujer. Se casaron y tuvieron dos hijos. Regresaron a España. Todavía tuvo que sufrir el aislamiento en prisiones militares. Al fin fue puesto en libertad y pudo seguir su vida. Por poco tiempo. Gaspar murió cuando la vida le sonreía y vivía con holgura tras pasar las vicisitudes de la guerra y postguerra. Tenía, tan solo, 42 años. Murió de cáncer. Gaspar era el padre de mi marido. Una historia como tantas otras que, este verano han salido a la luz en algunos medios de difusión. Que yo sepa, nadie ha dicho nada de Gaspar, por eso yo, desde aquí, le rindo mi pequeño homenaje.
5 Comentarios
No conozco mucho de la historia de su país por lo que me resulta muy enriquecedor hacerme una idea a partir de sus escritos.
ResponderEliminarSaludos
A veces, muchas, la historia de uno puede ser la síntesis perfecta de la historia de un pueblo entero.
ResponderEliminarDebe ser duro cargar con esa historia en la familia pero es de suponer que a medida que transcurre el tiempo se asume y se valora tener conciencia de todo lo que significa el "saber" la verdad de las raices. Interesantísmo relato.
ResponderEliminarAdmirable relato, un saludo a todos los miembros de este blog.
ResponderEliminar¡Qué potente historia! Narración e historia fundidas con maestría en breves líneas. Un saludo por nuestra escritora.
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