JESÚS CHAMALI -.
Cuando vi por primera vez a Don Victor me sumí en un mar de inquietudes y miedos. ¿Acabaría yo como él? ¿Es eso lo que me espera en el futuro, convertirme en un viejo con demasiada cultura y orgullo como para rendirme de una vez ante la vida y sus miserias, arrastrando con una trasnochada dignidad patricia mi evidente estado de necesidad?
Don Victor conoció mejores tiempos.
¿Y quién no?
Cuando me lo presentaron me parecía estar viendo a un personaje de otras épocas. Su ropa hacía años que había pasado de moda. Su chaqueta, limpia pero con visibles señales del tiempo pasado desde que la compró; su camisa -blanca, siempre blanca- con los puños algo ajados, pero perfectamente planchada; sus zapatos, que alguna vez fueron de gran calidad, ya no lograban disimular tantos arañazos y desconchones ni bajo la evidente capa de betún negro, señalaban sin lugar a dudas que Don Victor -y su ropa- habían vivido mejores momentos.
Sin embargo, apenas empezaba a hablar, todo esto se eclipsaba. Era como si su voz y lo que decía tuviese el poder de anular las evidencias y convertirlas en algo parecido a un disfraz que desde luego no podía pertenecer a quien hablaba. Era como oír a un catedrático en su lección magistral, porque Don Victor dominaba la historia, entendía de literatura, se manejaba entre conceptos de economía o política como si él los hubiera acuñado y además tenía la capacidad de mezclarlos todos en una conversación y que el resultado no pareciera un cocktail elaborado por un chimpacé loco.
Ayer lo vi pasar, con su eterna carpeta y su mirada triste, haciendo que hacía algo, pero ocupado en nada en realidad, mirando la vida como si fuera la primera vez que la veía.
Lo vi cansado y más delgado, desde luego me pareció más viejo. Tal vez fuera por la incipiente barba que lucía, él, que siempre iba perfectamente rasurado.
Por inercia le felicité la Navidad. Don Victor se paró, me miró, trató de que una sonrisa se dibujara en su cara y me saludó agitando su mano en el aire pero sin pararse. En sus ojos no vi esa luz que siempre había.
Hoy me he enterado en el bar, mientras tomaba un café: la policía encontró a Don Victor sentado en el parque Santa Catalina. Parecía dormido, pero estaba muerto. Le habían robado los zapatos. Siempre hay alguien más necesitado que nosotros...
Seguía aferrado a su carpeta azul. Al parecer, cuando la abrieron se encontraron con una foto de él rodeado de su familia tomada en lo que parecía ser una celebración hace ya muchos años, una libretita llena de poemas escritos de su puño y letra y un análisis de sangre que evidenciaba que Don Victor estaba enfermo, muy enfermo.
Y sin saber por qué, presentí -de hecho supe- que estaba viendo, como Ebenezer Scrooge, al fantasma de mis navidades del futuro.
5 Comentarios
Saludos Jes.
ResponderEliminarYa sabes quien te escribe por el "Jes".
Yo tambien me veo reflejado.Y no se si lo peor de todo es el no fabricarnos otro escenario.puede ser hasta comodo sabes....
Buen cuento de navidad, aun para lo que somos medio anti. Genial, saludos!
ResponderEliminarMuy bueno! Lo felicito y espero que tenga una hermosa navidad! Saludos
ResponderEliminarAvizorando tu propio futuro, mi querido amigo? Confío en que no será así. Y si lo es, pues quienes te conocemos sabemos que has vivido como un hombre de verdad. La dignidad, tal como lo demostró Víctor, es algo que nunca hay que perder.
ResponderEliminarUna historia conmovedora.
Tremenda historia, señor Chamali. Y si usted termina así como Víctor, sé que tendrá igualmente momentos felices.
ResponderEliminarDickens nos concedió un personaje vigente en todas las épocas. La humanidad misma es mayoritariamente como Ebenezer Scrooge.
Un abrazo.