La voz fina y graciosa de Francisco me distrae de mi lectura desganada del periódico. Es domingo por la tarde y los ojos del niño me analizan desde el costado del sillón en el que me encuentro. El almuerzo se prolongó más de lo habitual debido a las charlas interminables de mi padre y sus aventuras políticas de hace más de treinta años. Mi madre atacada por los achaques comunes de la vejez y de no sé que otros misteriosos dolores, ha dicho que se siente cansada y se ha ido a recostar a la pieza del fondo. Mi padre ha optado por ir a regar sus ciruelos que con el sol del verano parecen tan viejos como él. Y yo abuso de mi querida costumbre de embeberme en las mismas noticias de siempre con diferentes protagonistas en el mismo suplemento de siempre de todas las semanas. Como a menudo sucede, tal como un ritual doméstico repetido. Mi hermana y yo nos dirigimos a la pequeña sala de estar que está al lado de la entrada y nos hacemos compañía en silencio, cada cual con sus menesteres. La habitación nos acoge con el sol bañando los anaqueles y vitrinas de esos muebles antiguos llenos de copas de colores, figuras de loza, platos y un sinfín de otros adornos que se depositan ordenadamente en todos los rincones, siempre sobre un hermoso paño hecho a crochet por la bordadora de mi hermana. Las dos ventanas abiertas dejan entrar un fresco aire que ventila la sala y que la llena de un olor dulzón y algo agrio que proviene de las ciruelas verdes y rojas que maduras caen al suelo bajo los árboles del patio. El silencio exquisito fue interrumpido por el gato jugando con los ovillos de lana en el canasto y por la voz del hijo de Viviana que ella pareció no escuchar.
-Escríbeme una canción- repite Francisco mirándome serio e impaciente desde la altura de sus seis años. Me extiende su pequeña mano con una hoja arrancada a un cuaderno y un lápiz de cera verde. Los recibo sabiendo que me estoy metiendo en un desconocido problema.
-No se escribir canciones- le digo en un tono absolutamente seco para que no me moleste más.
-No importa tío, escríbeme una canción- e inesperadamente añade:
-Y que sirva para jugar-
Viviana desconcentrada ha quitado la vista de su tejido y me mira sonriendo como si disfrutara al verme en aprietos.
-Una canción, una canción- repito apenas musitando. Se vienen a mi memoria montones de melodías, cual de todas ellas más evocadoras. Pienso en las que escuchaba en ésta misma casa cuando era pequeño, apenas un par de años más que mi sobrino. En las que escuchaba mi madre, le gustaban los temas de Sandro, esos que hablaban de trigales y besos apasionados que la hicieron volverse loca por él al igual que todas sus amigas. O podría ser algo de los Beatles, ídolos de mi padre y de mi tío Alberto que se creía Lennon y usaba aquellos pequeños lentes redondos pese a que eran de épocas absolutamente diferentes. Pero de seguro que Francisco no las entendería. Quizás algo de canto nuevo, ese que entonábamos en las fogatas de los ochenta mezclando un poco de vino y risas despreocupadas, casi inocentes en realidad. Justo antes de la hora del toque de queda; O el conocido “Baile de los que sobran” que tan bien identificaba a parte de la juventud de aquella época y a algunos amigos que continúan pateando las mismas piedras que cantaban Los prisioneros. Luego me acuerdo de aquella que sonaba en la heladería del centro cuando ella me explicaba que se marchaba a estudiar al Norte y que deseaba terminar con lo nuestro, porque las distancias no respetan los amores. También me acuerdo del tema de Sting que sonaba desgarrador mientras me avisaban de la muerte de mi amiga Chely, al otro día de haber dado a luz al hijo de su esposo, mi amigo Sergio. Pienso en las muchas veces que escuché a esos noruegos en los viajes interminables al final de vacaciones, de regreso al trabajo a la ciudad de Iquique y que machacaban con los fonos mis oídos, no queriendo ver como las ciudades se iban quedando atrás y pensando desesperado que no volvería a verla hasta en un año más. Quizás podría ser la que canta Viviana despacito por los rincones. Recordando tal vez a quién le engendró este hermoso niño y del cual nunca supimos siquiera el nombre. Ella pese a ser amenazada con las penas del infierno por mi padre, jamás reveló quien fue y siempre la canta en época navideña, “Todo me recuerda a ti” se llama y la canta una escocesa cuyo nombre no recuerdo.
Intento escribir algunas líneas, pero mi memoria no encuentra ninguna apropiada para el niño, parece que todas las canciones infantiles hubieran huido de mi cabeza justo en el momento que las necesito. Miro a mi hermana rogándole ayuda con un lenguaje telepático que tan bien desarrollado tenemos, sin embargo ella levantándose dice:
-Voy a la cocina a preparar un refresco- y huye rauda por el pasillo, dejándome la mirada insistente de Francisco, el lápiz de cera verde y la hoja de cuaderno en blanco, al igual que mi cabeza.
Intento una salida y le digo:
-¿Te gustan los dibujos?, se hacer unos caballos bien bonitos-
-Si me gustan tío, pero ahora quiero una canción para jugar- me dice plenamente convencido.
Resignado al fin y pensando en que él no conoce muchas, decido arriesgar unas líneas e improviso:
“Vuela vidalita loca
que ya se acaba el tiempo
A ti para dejarme
y a mi para olvidarte”
-Está lista- le digo y le paso la hoja sin mucho entusiasmo, esperando que le agrade y que por favor no me haga cantarla. Se queda mirando el papel muy meditativo, se tiende en el piso de madera observando las letras detenidamente, como queriendo convencerse de algo. Al fin, al cabo de un rato, dobla el papel en sus infantiles manos y se fabrica un barco para jugar. Entonces me acuerdo que Francisco no sabe leer.
8 Comentarios
A mi los juegos de niños me viven poniendo en aprietos porque haciendome volver al pasado no quiero volver al presente ni pensar en el futuro! Impecable, simplemente hermoso. Saludos
ResponderEliminarLos niños nos hacen comprender cuando los contemplamos lo absurdo y desgastante que es la vida de un adulto. Están llenos de pequeñas sabidurias que debieramos recoger en silencio. Y pesar que invertimos tanto tiempo en hacerlos adultos antes de tiempo sobrecargándolos de actividades y responsabilidades. Espero jamás olvidar ser como los niños aunque el tiempo haya pasado y se note ya en mi cuerpo y mi pensamiento. Tomarnos muy enserio sus juegos, es un error que solemos cometer jaja. Saludos!
ResponderEliminarMuy dulce, muy tierno! Este tipo de relatos es de los que más me llegan al corazón. Es ud el que anda renegando de su condición de escritor pero la verdad que a estas alturas por lo que se lee es una condición incuestionable para los que leimos algunas vez por acá. Saludos y mis mejores deseos.
ResponderEliminarMuy bueno Gabriel, me encantó. Me hizo a cordar a mis días de tía. Fui tía activa y a tiempo completo durante unos cinco maravillosos años mientras viví en casa de mi hermano mayor. Juliana, mi primer sobrina, fue una encantadora tortura que me solía perseguir por toda la casa quebrantando mi paz, mis deseos de soledad para ponerme a jugar con globos y sobre todo para dibujar. He ahí la diferencia en mi historia personal que evoco.. me suplicaba porque plasmara en cuanto papel caía en sus manos flores, mariposas, casitas y con el tiempo cosas cada vez más rebuscadas. Al principio, y en medio, muchas veces me sentí asfixiada pero ahora que recuerdo muchas más fueron las que me sentí amada y verdaderamente necesaria, me di cuenta también cómo cedo por amor más allá de lo que podía imaginar con el carácter huraño que tengo.. ah.. La extraño y también a mi pequeño Gabriel que se colgaba de mis faldas de modo que me ponía al borde de la exposición pública de perder parte de la ropa con sus jalones. Ya me daré una vuelta por Buenos Aires a recuperar esa frescura.. y hacerme de nuevos recuerdos.. A seguir aprendiendo de los que me suceden.
ResponderEliminarAbrazos :)
Linda su narración, encantadora por donde se la mire. Los personajes tan reales y la situación tan cotidiana hacen de éste más cercano al corazón. La mejor de las formas de la literatura!
ResponderEliminarAmo ver a mis hijos jugar, inventarse historias y todo eso, el quilombo es cuando me incluyen porque no me sale y me dan verdaderas ganas de fugarme, sobre todo cuando me quieren poner ruleros. Pero si podría cantar o dibujar. Super maestro, gusto leerte.
ResponderEliminarSumergida y expectante, estuve leyendo y leyéndolo a mi familia... qué talento para invitarnos a estar allí mismo, viviendo todos, todo al mismo tiempo. Se podía sentir los aromas, los colores de la habitación, lo mismo con el padre y la madre... impresionantemente bello!!! tanta ternura!! esa reflexión del qué hacer con lo que pide el sobrino...FELICITACIONES!!
ResponderEliminarBuen final! Al agua con tanta reflexion y perorata. jugar es jugar, solo era cuestion de fingir que escribia una canción no escribirla!! jeje
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