El frío se hacía sentir, era la hora de regreso a casa después de una
larga jornada de clases. Mamá hacía las últimas compras en el
supermercado y en un kiosco del camino, cuando vi en un escaparate un
pequeño muñequito naranja dentro de una cajita. Fue esa una de las pocas
veces en que me animé a tirar a mi madre de las faldas y decir: ¡Quiero
eso! Quería ese pequeño, quería ese Pulgarcito más que a nada en mi
mundo de ese momento. Era muy raro que me animara a pedir algo, no solía
arrebatarme de deseos y no porque no quisiese nada, más bien porque
desde muy pequeños las pautas de mi madre eran claras al respecto: sólo
se pide lo necesario. Con ese criterio las golosinas y los juguetes no
eran prioridad, menos cuando se hacían las compras para el almuerzo. Esa
vez me animé y lo logré. Me fui a casa con mi pequeño en las manos, lo
apretaba muy fuerte, como para no perderlo y para darle calor.
Mi
instinto protector afloraba con ese chiquitín, lo sentía de un modo
especial, como nunca antes lo había sentido con mis otros juguetes que
habían llegado a mi en mis anteriores cumpleaños. Me sentía radiante de
gusto, con ganas de darle amor y jugar a la cuidadora. Con los otros era
la maestra, con él fui la mamá. Mi hijito era tan pequeño que lo podía
cuidar y llevar en mi bolsillo adonde fuera, era tan frágil que siempre
me necesitaría. Además en mi delirio imaginativo sobreprotector con mi
magia lo había hechizado para que tuviese ese tamaño y nunca creciese,
de ese modo nunca sufriría y siempre podría gozar de su compañía. En su
cajita decorada con los colores del arcoíris lo acostaba a dormir a un
lado de mi cama y también lo llevaba a pasear conmigo y a la escuela. Se
lo presenté a mis amigas del preescolar despertando el deseo
compulsivo por uno igual, pero por más que buscaron no había otro como
ese. Pasamos juntos mucho tiempo, tanto que no recuerdo cuando perdí
pista de él. Hoy lo extraño, lo echo de menos como ese algo donde puse
mi amorcito maternal y donde expresé mis primeros temores hacia el mundo
exterior. Siempre pensé que sería una mala madre, no por lo mal que fuese a desempeñar el rol sino porque sabía desde muy temprana edad
cuánto me cuesta desprenderme de lo que más quiero y si quise mucho a mi
pequeño sin vida cúanto podría amar a mis pequeños reales.
La vida sigue pasando, las chances de tener a un pequeño que cuidar se diluyen y gastan como mi aparato reproductor, sobre todo siendo consciente que sigo sin poder cuidar de mí misma y que aún necesito el abrazo protector y calmador de todos mis miedos del mundo. No puedo cuidarte, le digo a mi vientre vacío. No puedo cuidarme, me digo tocándome las lágrimas en una noche triste. Sigo siendo demasiado pequeña para cuidarte.
7 Comentarios
Nada más elocuente que ese tironcito a la mamá. Allí, tras la vitrina, estaba el pequeño que te clamaba por ser cuidado, que debía ser tu hijo.
ResponderEliminarPuedo imaginar la ternura y el celo con que lo cuidabas de todo peligro.
Extrañamente no recuerdas muy bien que pasó con él, como si una nube los hubiese envuelto en el camino distrayendo sus rumbos para siempre.
Tampoco hay muñecas en tu evocación. Sólo Pulgarcito, un Pulgarcito naranja y juguetes secundarios.
La evocación se desliza hacia tu propia mirada actual a tu vientre vacío, algo literariamente inusual y tan hermoso como triste.
Un fuerte abrazo mi querida Lorena. Es un gusto y un gran orgullo publicar nuevos textos tuyos.
Esa autoconciencia tan precoz de los márgenes de sí misma es lo que hizo y sigue haciendo tan particularísima tu mirada, Lorena. Al menos una de las peculiaridades más importantes de tu escritura.
ResponderEliminarLos márgenes de uno, cómo descubrirlos, como intuir hasta donde llega la alambrada, porque cada persona desearía que fuesen infinitos. Lo mismo atormentaba a Fernando Pessoa y a Calvert Casey.
Espero que reencuentre su muñeco perdido, Lorena.
ResponderEliminarBello y sentido escrito.
Saludos
Marta
La vida nos pasa por encima y hay un monton de cosas que no nos pasan. La idea es valorar lo que sí pasa como que tu madre te compre tu muñequito. Muy lindo, saludos.
ResponderEliminarMuy tierno, una dulce y triste evocación. Cuidarte es parte de cuidar a los que querés, nunca lo olvides.
ResponderEliminarQuizá no es tarde, Lorena. Quizá ya creciste.
ResponderEliminarDel amar con plena consciencia de los actos y las emociones nace el deseo de cuidar, proteger, cobijar.
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