Por Concha Pelayo
Este verano no tenemos casa. Se nos quemó en el mes de marzo. Quedó arrasado todo su interior: el mobiliario, las ropas, el menaje de cocina, los electrodomésticos, lavadora, lavavajillas, dos frigoríficos, microondas, vajillas, cristalerías, cuadros, fotografías, trabajos de escuela de cuando éramos niños, libros, juegos. Todo fue pasto de las llamas. Cayó el tejado ante mis ojos y las llamas comenzaron a tragárselo todo. Llegaban al cielo.
No podré olvidar esos momentos como tampoco olvidaré a los bomberos que estando allí desde hacía tres horas no hicieron nada para evitar el desastre. Eso me ha dolido mucho porque pudieron haber salvado algo pero, al parecer, había riesgo pues el fuego se había iniciado seís días antes como consecuencia de un chispa que saltó y fue quemando lentamente el entramado del tejado. La madera con la que estaba construída la casa, las puertas y ventanas, los armarios, las mesas y bancos de madera también, fueron una virulenta tea que en pocos minutos acabó con todo. Me duele también que los vecinos nos avisaran con tanto retraso. Algunos, nos cuentan, que habían olido a quemado, que incluso habían visto humo, pero no dijeron nada hasta transcurridos seis días.
Se salvaron las paredes de piedra de granito y el adobe de la parte posterior de las mismas. Desde fuera, todavía emerge majestuosa nuestra casa, situada a un extremo del hermoso jardín, ahora descuidado y triste. Se salvaron también dos mesas de jardín y unas sillas donde todavía podemos comer. Se salvaron dos colchones que había en la casa de al lado, vacía y que compartía el mismo tejado, que se salvó milagrosamente aunque es posible que se desplome en cualquier momento porque las vigas están a medio quemar. Es peligroso entrar pues no se sabe en qué momento esas vigas pueden caer, aunque han pasado varios meses y siguen ahí. Todavía no hemos comenzado la reconstrucción aunque estamos en ello.
Curiosamente, a mi madre le gusta ir a nuestra casa. Tiene 88 años y además le diagnosticaron un cáncer hace casi dos años, pero el tratamiento le va muy bien y se encuentra perfectamente, animada y con ganas de vivir. Dice, incluso, que el cáncer le ha dado la vida, que prefiere siete cánceres a una depresión y que está encantada con el cáncer. Frases que ayudarían mucho a las personas que, como ella, están aquejadas del mismo mal.
Se salvaron las paredes de piedra de granito y el adobe de la parte posterior de las mismas. Desde fuera, todavía emerge majestuosa nuestra casa, situada a un extremo del hermoso jardín, ahora descuidado y triste. Se salvaron también dos mesas de jardín y unas sillas donde todavía podemos comer. Se salvaron dos colchones que había en la casa de al lado, vacía y que compartía el mismo tejado, que se salvó milagrosamente aunque es posible que se desplome en cualquier momento porque las vigas están a medio quemar. Es peligroso entrar pues no se sabe en qué momento esas vigas pueden caer, aunque han pasado varios meses y siguen ahí. Todavía no hemos comenzado la reconstrucción aunque estamos en ello.
Curiosamente, a mi madre le gusta ir a nuestra casa. Tiene 88 años y además le diagnosticaron un cáncer hace casi dos años, pero el tratamiento le va muy bien y se encuentra perfectamente, animada y con ganas de vivir. Dice, incluso, que el cáncer le ha dado la vida, que prefiere siete cánceres a una depresión y que está encantada con el cáncer. Frases que ayudarían mucho a las personas que, como ella, están aquejadas del mismo mal.
Mi madre es enérgica y le gusta ir una y otra vez. En el jardín, cava la tierra alrededor de los árboles, poda la parra que, curiosamente, este año está más frondosa que nunca y repleta de uvas que, como siempre, se las comerán los pájaros y no nos dejarán probarlas. Mi madre, cada vez que vamos a nuestra casa, lleva plantas y flores para plantar aquí y allá y no mira para la casa porque dice que para qué. Mientras no mira no sufre. Yo la observo desplazarse de un lado para otro, con la azada, con el rastrillo, con la pala. Había un montón de hierros cubiernos de cenizas en el centro del jardín que fueron amontonando durante el desescombro. Ella sola ha ido arrastrando montón tras montón hasta dejarlo todo limpio. Cuando se cansa, se tumba en uno de los viejos colchones un rato para descansar, pero vuelve otra vez a levantarse para volver a trajinar.
A mí me produce una gran tristeza observar el desastre a través de las ventanas y de la puerta. El fuego fue tan arrasador que hasta hizo caer el plano de las paredes. La sensación es como cuando, en la Segunda Guerra Mundial, en Alemania o en Polonia, las bombas lo aniquilaban todo. La sensación es horrorosa al comprobar cómo los recuerdos de una vida entera desaparecen ante nuestros ojos.
No sé si esto me habrá influido pero noto que me he quedado vacía por dentro. Me gustaría parecerme un poco a mi madre.
No sé si esto me habrá influido pero noto que me he quedado vacía por dentro. Me gustaría parecerme un poco a mi madre.
5 Comentarios
La vida continúa. Así lo entiende y practica tu madre, Concha. No hay minuto que perder. Las semillas deben ser plantadas, las plantas regadas y los hogares reconstruídos. Hay relevos en el camino y el sol no dejará de salir en millones de años.
ResponderEliminarHermoso relato que, como siempre, apuesta por la vida.
Un abrazo grande
En cuanto comencé a leer el texto, sabía que tú eras la autora. Tu impecable estilo te define... me ha gustado mucho, pero mucho...
ResponderEliminarEncarna, eso me gusta: saber que se conoce mi estilo, sea bueno o malo. Es algo. Gracias y un beso.
ResponderEliminarReconstruir es parte de la vida. Cada día esperamos que todo se vuelva a destruir. Recomenzar. Cuesta mucho. En Chile lo sabemos. Siento lo que le ha sucedido.
ResponderEliminarUn abrazo con toda la fuerza que es posible traspasar en la distancia.
Atentamente
Raúl
Me es imposible imaginar el dolor que produce tamaña pérdida. Siento mucho lo que les sucedió y espero que el espiritu de vida de tu madre te ayude a aligerar la pena pronto.
ResponderEliminarEl texto de por sí es hermoso, trágicamente bello.
Un abrazo.