Por Fabiana Alonso
Ni siquiera lograba recordar, apenas si lográbamos entendernos, completos desconocidos, él hablaba húngaro y leía a Camus “el hombre que siempre tenía razón”, tal había dicho Gisbert. Sus preguntas fueron un agobio y decidí acompañarlo hasta la puerta de un hotel de mala muerte en pleno centro, para que estuviera a la mano de todo y yo pudiese perderme rápidamente después del encuentro.
Después de organizar todo con sus bolsos fue a encerrarse al cuarto, primero me tomó de la mano, me hizo un gesto como diciendo :- ¿Vos y yo? . Mi respuesta fue:- Lo siento nada de húngaro, nos veremos mañana.
Al salir, el aire fresco sofocó mi cara: era intolerablemente bello y seguro de sí. Caminé poco, pensé en tomar café en el “San Miguel”, pero al cruzar vi cinco o seis caras conocidas y preferí seguir sumergida en el gesto anónimo de su recuerdo. Me gustaba al fin y al cabo estar tan sola, sabiendo que al otro día iba a golpear a su puerta con la excusa de hacerlo conocer la ciudad.
En ese discurso superficial, evasivo y vertiginoso, no nos habíamos dicho nada. Así vestido se fue al cuarto, abusando del lenguaje de la mano tendida que fallidamente sedujo y buscaba sin encontrar.
Secuencialidad, esa era mi peor adicción, pensé en un árbol cargado de fruta, en el olor del mundo, en el hablar sobre las penas de los otros, entonces sería el día de mañana y le diría: -Cambiate de hotel, he visto uno en donde el sol funciona con interruptor.
Imagen: Edward Hopper. Rhode Island Paintings.
7 Comentarios
Es una situación difícil, seductora, pero como sucede en las buenas películas, nada se concreta. El final es muy bueno.
ResponderEliminarSaludos
Me hizo recordar otra frase de Camus: "En un mundo de víctimas y verdugos, la tarea de la gente pensante debe ser no situarse en el bando de los verdugos".
ResponderEliminarRelato cargado de melancolía y soledad que funciona a la perfección.
Belleza que perturba y seguridad que inseguriza. Redondito le decimos en el taller cuando una historia nos parece perfecta.
ResponderEliminarCongratulations
Lo considero perfecto. No falta ni sobra nada. Sólo se disfruta y se siente.
ResponderEliminarY como no querer ser huésped de ese hotel con sol propio, pero las coordenadas de los mapas no son precisas, más bien ininteligibles, y casi siempre vamos a parar a una dirección imprevista.
Me hizo recordar sucesos personales (por supuesto no hablo húngaro, aunque sí he deseado que ocurran cosas que no ocurren y luego me he marchado a tomar un café, pero al ver personas con las que no quiero hablar, he seguido de largo, hacia la noche como boca de lobo).
Y a Eric Rohmer, sus películas, donde el universo se desenvuelve en las miradas, nunca en la acción, nunca en la concresión.
Un abrazo grande, Fabiana.
Buen relato, a medida que lo leía mi imaginación inventaba fotogramas precisos que lo acompañaban. Estimulante y laberíntico.
ResponderEliminarEncuentro mil ventajas a no pertenercer, todas ellas están fuera de discusión pues obedecen a una necesidad exclusivamente mía, tan mía como tuyo este texto. No hay que dar tantas vueltas a ciertos asuntos.
Me gustó. Este relato de desencuentro tiene un enigma inmenso.
ResponderEliminar¿Por qué todo tiene que ser físico? Es elocuente que la seducción siguió su curso imaginariamente sincronizada.
ResponderEliminar