Por Pablo Cingolani
Felipe Varela viene
por los cerros del Tacuil.
El valle lo espera y tiene
un corazón y un fusil.
Si hay una batalla a memoriar, si hay un combate para
continuarlo escribiéndolo, esa batalla, ese combate, es Pozo de Vargas.
Es el 10 de abril de 1867.
La montonera que sobrevivió a la montonera, la montonera
después de la montonera, se muere de sed. Hay que llegar al agua, o morir en el
intento, como los tártaros frente a los chinos narrados por De Quincey. Las
historias de ardor y valor se repiten. Lo mismo el Turkestán que Catamarca. Es
la misma guerra.
Pero hubo una diferencia entre la historia asiática y la
nuestra.
Dolores Díaz, a quien llamaban La Tigra, ese día marcado por cien mil alacranes revolcados en la
arena, ese día señalado porque ahurita
nomás lo mando a fusilar o porque después
dicen que nosotros somos los bandidos, ese día, La Tigra vio como Felipe Varela caía al suelo porque su caballo
estaba muerto.
Sin cabalgadura, en esas guerras, en esos días, era
morir. Era estar muerto.
Dolores Díaz, cantinera popular y federal y patriota, lo
vio. Vio como el caballo fallecía y vio como, con el caballo, el jinete rodaba
por el suelo y vio que sin caballo, Felipe Varela ya estaría muerto.
Fue entonces que Dolores Díaz, a quien llamaban La Tigra, atropellando a la tropa de
asesinos del ejército nacional,
atropellando a los Elizondo —como los Videla— que siempre existirán mientras no
los reemplace una milicia popular, cabalgó hacia él, cabalgó hacia Felipe
Varela, y se lo llevó en las ancas de su propio caballo, en medio de esa
posibilidad de la muerte de uno de los mayores defensores de una Patria Grande.
Esto ahurita sólo
lo vemos en las películas de los gringos. Pero no sólo pasó en nuestros desiertos,
pasó en la historia que nos construye como pueblo. A Dolores Díaz, y a Felipe
Varela, no hay cinta que los recuerde. Ni monumento siquiera. A los asesinos,
perdonen la insistencia, hay calles, ciudades, ríos, montañas, que mal los
honran. A los héroes, a los héroes verdaderos, sólo estas tristes palabras.
¿Dime Dios, dime mi amor, dime vos, hasta cuando podemos seguir así?
Si hay una batalla a memoriar esa batalla es Pozo de
Vargas. Una batalla donde una mujer a quien llamaban La Tigra salvó la dignidad de la patria. Salvó a Felipe Varela lo
que es igual que decir lo que ya dije. La dignidad y la patria.
4 Comentarios
La Tigra, una verdadera fiera. Este es uno de los mejores honores que le hacen y aunque merece muchos más creo que no le importaria mucho pues su acción iba más allá de estas cuestiones.
ResponderEliminarEl arrojo femenino. Un caso parecido, al menos porque invoolucró a una mujer, fue el de la Sargento Candelaria. Para algunos, una espía chilena en Perú, y para otros una cantinera heroína que no pudo resistirse al enrolamiento y participación en batalla junto al resto de la soldadesca.
ResponderEliminarUn abrazo amigo Pablo.
Personaje emblemático que no merece este olvido, esta evasión voluntaria de su rescate y exaltación. Excelente evocación!
ResponderEliminarSaludos!
Mi padre Ariel Ferraro, escritor riojano y autor de numerosas letras de canciones, escribió para Dolores Díaz, la Zamba de la Desterrada.
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