Recordando a Hamdía

ENCARNA MORÍN -.


Los gobiernos cambian, las guerras solo cambian de escenario.

Hamdía tiene apenas sesenta años. Se casó con los quince recién cumplidos. Un matrimonio acordado que nunca se atrevió a cuestionar. Pasó la mayor parte de de su vida en su casa de Bagdad, criando primero a sus hijos y después a sus nietos.

Alguna vez, mientras andaba absorta en sus preocupaciones diarias, o de vuelta del mercado, caminaba despacito junto al Tigris, sin ser demasiado consciente de que su casa había sido cuna de la civilización. Muchas cosas habían cambiado desde que en aquellos valles fértiles sus antepasados inventaran la escritura y las matemáticas, dando lugar a una forma de control del excedente y la riqueza.

Tampoco era capaz de establecer un paralelismo con el presente, para así poder ver que sería ese deseo de control de la riqueza, el que acabaría dividiendo a la humanidad en clases.

Aprendió a rezar, a ser una buena mujer, a educar a sus hijos en el temor a Dios, y jamás tuvo un brote de rebeldía. Su corazón, dividido en tantos pedazos como hijos, no entendía de estrategias políticas, ni de los grandes acontecimientos del mundo, pero éstos se le vinieron encima, sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo. Ha conocido tres guerras y cada una de ellas ha jalonado su cuerpo y su alma.

En la Guerra del Golfo perdió a uno de sus hijos, porque aunque le dijeron que él había desaparecido, ella siempre supo que jamás volvería a verle. Otros dos hijos alcanzaron el “paraíso” occidental, para vivir de prestado en un país ajeno, donde nunca dejarán de sentirse extranjeros. Aferrados a su identidad, porque es lo único que les queda, recuerdan con nostalgia un país que ya no existe. Regresan cada noche de un trabajo, que aunque les dignifica y les ayuda a sobrevivir, les recuerda que no están en posición de elegir.

Hamdía no puede articular palabra cuando escucha la voz de sus hijos a través del teléfono, y llora desconsoladamente. No puede hacer otra cosa más que llorar. No tiene fuerzas para nada más. No entiende por qué todo ha sido tan doloroso en su vida. Resignada, ve desde su ventana pasar los tanques de guerra y no se atreve a salir a la calle. En medio de este caos, se pregunta, qué comerán mañana sus nietos.

Después de quedarse sin marido y de sacar diez hijos adelante, ella no sabe qué más hacer, y desesperadamente confía en su Dios, porque si hay algo que la engrandece, es que jamás se rinde.

Hoy quiero unirme a su impotencia, que también es la mía. No quiero volver a dormir tranquila esta noche pensando que todo anda bien. Ni siquiera me evadiré ante el televisor con las intrigas del famoseo de moda, ídolos de barro que se construyen o desbaratan a criterio de quien los maneja. Me niego a comparar mis piernas, mi piel o mi pelo con la modelo escultural que aparece en el anuncio.

Tampoco me interesan las aventuras de un grupo de famélicos famosos que frivolizan con el hambre por un puñado de dinero en una falsa isla desierta. Hieren mi sensibilidad y mis oídos los alaridos malsonantes de los colaboradores del programa nocturno de máxima audiencia. Todo ello organizado y orquestado para que compremos no sé qué productos patrocinadores.

No quiero olvidarme de Hamdía, ni de tantas otras. La guerra no es una estadística, sino un negocio cruel. No deseo claudicar, pensando que no hay nada que hacer. No es una noticia pasada de actualidad. Esta guerra, que no es la mía, ni la de ella, ni la nuestra, está terminando con la esperanza de todas las personas que creemos que los pueblos son los auténticos protagonistas de su historia.

Hoy quiero pensar que sus plegarias llegarán a su cielo, como ella y su imagen venerable han llegado a mi corazón.

(Escrito en el año 2008 y publicado en el periódico La Provincia, este texto es de rigurosa actualidad).

Fotografía: Kristhóval Tacoronte



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5 Comentarios

  1. Actual, y me temo que lo seguirá siendo. Es como si resbaláramos irremediablemente por un tobogán que nos conduce a la violencia, la codicia, el acaparamiento, el hambre, la revancha, nada es mejor, los gobiernos son inútiles y sólo han contribuido a acrecentar los problemas.
    No creo en dios, no creo en los hombres, sí en las mujeres, en la gran mayoría, porque al fin y al cabo, ellas, ustedes, son las preservadoras de la vida, a como de lugar.

    Un abrazo querida Encarna.

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  2. Raúl de la Puente22/11/12

    Ahora deben estar muchas madres palestinas en situación similar.

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  3. Precisamente por eso recordé de nuevo a Hamdía. Tiró adelante con sus diez hijos, para resignarse a que su marido la dejara por otra, y más tarde a que las guerras y la emigración destrozaran a su familia.

    Murió relativamente joven , porque su cuerpo no era capaz de soportar más dolor....

    Era una loba para sus hijos. hasta salvó a uno de ellos, siendo niño, de ahogarse en el Tigris.

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  4. Ayer escuchaba una charla entre científicos que afirmaba que el sentido de preservación genética de las mujeres era extensible a dos generaciones o más. Queda a la vista tanto en ejemplos muy al estilo científico como en lo que vemos a diario que la mujer tiende a cuidar, preservar, proteger y saca fuerzas o la encuentra en lo que no se ve para lograrlo.

    Hermosa historia la que nos compartís, un reniego desde el corazón contra los que nos quieren cambiar nuestro objetivo primordial de amar la vida.

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  5. Me gustó la historia. Muy sensible, sentida y de actualidad, sin dudas. Las mujeres somos el verdadero sexo fuerte.

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