Desde Surrey, Reino Unido, recibo una copia original de una revista llamada "The Leisure Hour". Ejemplar del 10 de septiembre de 1864.
Comienza con literatura en entregas, un folletín que desairo ya que se inicia en el capítulo XXIV sin conocer yo los antecedentes y que, luego de unas líneas, no parece obra de autoría mayor.
En el reverso lleva una miscelánea de historias interesantísimas, como la caza del lince en Noruega. Pongo en mente la desolación de los bosques noruegos. Nieve tanta que sería una broma de mal gusto decir que la nuestra -de un metro de altura en Colorado- es nieve siquiera.
Los fríos y corpulentos noruegos visten a sus lebreles con cotas de malla igual a guerreros medievales o con trajes de cuero para evitar las afiladas garras del lince capaces de producir tremendas heridas. Cuando se ha rastreado a uno de estos hermosos felinos se puede decir que está sentenciado a muerte. Dice el reportero de hace casi 150 años que es muy raro que logren escapar al cerco de los cazadores.
En 1559 el sacerdote danés Peter Clausson Friis que vivía en Noruega dividió al lince noruego en tres clases: el lince-lobo, el lince-zorro y el lince-gato, siendo este último objeto de historias míticas que hablan de gatos domésticos de los vikingos escapados a los bosques e incluso de gatos de los mágicos elfos.
Prosigue The Leisure con los detalles de la aventura que el viajero y orientalista Arminius Vámbéry, de origen judío-húngaro, realizó disfrazado de derviche a las aisladas regiones de Khiva, Bujara y Samarcanda; el único europeo después de Marco Polo en visitarlas. La revista afirma que el autor prepara -entonces- la publicación de una obra al respecto, cumplida ("Viajes en el Asia Central") según dice la Enciclopedia Judía, la que también relata que luego de este peligroso viaje, donde el autor no pudo llevar notas para evitar su descubrimiento, se lo nombró profesor de lenguas orientales de la Universidad de Budapest. En un detalle del texto, Vámbéry cuenta que navegando en un corsario turcomano en el Caspio pudo ver las ruinas de una muralla construida por Alejandro Magno que se extendía por cien millas desde la orilla del mar hacia el interior. Se sorprende del decaimiento de Bujara y Samarcanda, la capital de Timur, donde los edificios que mejor se conservan son las madrasas o escuelas musulmanas. Termina con su arribo a Herat, hoy Afganistán.
Dos son los artículos principales de esta edición. El primero trata de la guerra maorí de 1863, contra los taranaki y los waikato, grupos bien asentados y poderosos.
Las guerras contra los maoríes en Nueva Zelanda datan desde la década de 1840, y se centran en la posesión y uso de la tierra por parte de nativos y colonos. Lo interesante, para la época, es cómo el periodista tiene una amplia visión del conflicto y critica el espíritu imperial de la Gran Bretaña, no sin dejar de mostrar sus simpatías por los feroces maoríes que no cedieron hasta morir. Anota con intuición -y pareciera referirse al futuro- en cómo una guerra de origen económico deriva en conflicto racial. Tristemente reconoce que las guerras no hicieron más que alejar para siempre la idea de una convivencia ¡y una mezcla! racial que hubiese permitido la armonía.
El segundo texto es la presencia de un viajero en Potosí en 1862. La introducción habla del deseo de ver las míticas y mayores minas de plata de América. Empieza con la descripción de maquinaria abandonada en las playas de Tacna, con cajas rotuladas "Potosi Mining Company" y una referencia acerca de una fraudulenta operación (que desconozco) relacionada con Potosí en 1828.
Narra las vicisitudes del largo y escabroso viaje en mula -desde Chuquisaca-, doce leguas por día, ocho horas de marcha. Pero lo satisface la grandeza del paisaje americano. Es un relato estrictamente encajonado en la visita; no hay referencias políticas y las únicas de tipo económico son acerca de los pobres salarios a los mineros; de tipo histórico sobre la mita, el trabajo obligatorio de la población indígena masculina en tiempos de España.
Cuando arriba, y ve las torres de las iglesias coloniales desde un terraplén por encima de una carretera que "nada tendría que envidiar a la mejor inglesa", su alegría es inmensa y galopa con sus animales hasta alcanzar la ciudad donde la impresión es dramática: la pestilencia de Potosí, con piaras de cerdos por las calles.
La primera comida en un "café" regentado por un francés no es menos desastrosa, con un émulo del negro brebaje acompañado de un duro asado que desmiente la pericia culinaria francesa. Su alojamiento no es mejor; elige un cuarto de piso de madera y ventana en el tambo local, aunque se le ofrecieran "superiores" dormitorios cerrados, de adobe.
Destaca en buena extensión del reportaje los procesos de amalgama de la plata. Trashuma en mula por el cerro, acompañado de un rico minero a quien lo recomendaron. Desayuna, al fin, con su anfitrión un "chupe" de carne de oveja y papa, al que considera inferior a su par irlandés, pero se deleita con un siguiente asado con huevos para salvar el día.
Interesante diario de un viajero en Potosí que asegura que "jamás olvidará las escenas que allí vio".
7/1/09
Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), enero 2009
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), enero 2009
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), enero 2009
Imagen: El Cerro Rico de Potosí en un grabado de circa 1600
Comienza con literatura en entregas, un folletín que desairo ya que se inicia en el capítulo XXIV sin conocer yo los antecedentes y que, luego de unas líneas, no parece obra de autoría mayor.
En el reverso lleva una miscelánea de historias interesantísimas, como la caza del lince en Noruega. Pongo en mente la desolación de los bosques noruegos. Nieve tanta que sería una broma de mal gusto decir que la nuestra -de un metro de altura en Colorado- es nieve siquiera.
Los fríos y corpulentos noruegos visten a sus lebreles con cotas de malla igual a guerreros medievales o con trajes de cuero para evitar las afiladas garras del lince capaces de producir tremendas heridas. Cuando se ha rastreado a uno de estos hermosos felinos se puede decir que está sentenciado a muerte. Dice el reportero de hace casi 150 años que es muy raro que logren escapar al cerco de los cazadores.
En 1559 el sacerdote danés Peter Clausson Friis que vivía en Noruega dividió al lince noruego en tres clases: el lince-lobo, el lince-zorro y el lince-gato, siendo este último objeto de historias míticas que hablan de gatos domésticos de los vikingos escapados a los bosques e incluso de gatos de los mágicos elfos.
Prosigue The Leisure con los detalles de la aventura que el viajero y orientalista Arminius Vámbéry, de origen judío-húngaro, realizó disfrazado de derviche a las aisladas regiones de Khiva, Bujara y Samarcanda; el único europeo después de Marco Polo en visitarlas. La revista afirma que el autor prepara -entonces- la publicación de una obra al respecto, cumplida ("Viajes en el Asia Central") según dice la Enciclopedia Judía, la que también relata que luego de este peligroso viaje, donde el autor no pudo llevar notas para evitar su descubrimiento, se lo nombró profesor de lenguas orientales de la Universidad de Budapest. En un detalle del texto, Vámbéry cuenta que navegando en un corsario turcomano en el Caspio pudo ver las ruinas de una muralla construida por Alejandro Magno que se extendía por cien millas desde la orilla del mar hacia el interior. Se sorprende del decaimiento de Bujara y Samarcanda, la capital de Timur, donde los edificios que mejor se conservan son las madrasas o escuelas musulmanas. Termina con su arribo a Herat, hoy Afganistán.
Dos son los artículos principales de esta edición. El primero trata de la guerra maorí de 1863, contra los taranaki y los waikato, grupos bien asentados y poderosos.
Las guerras contra los maoríes en Nueva Zelanda datan desde la década de 1840, y se centran en la posesión y uso de la tierra por parte de nativos y colonos. Lo interesante, para la época, es cómo el periodista tiene una amplia visión del conflicto y critica el espíritu imperial de la Gran Bretaña, no sin dejar de mostrar sus simpatías por los feroces maoríes que no cedieron hasta morir. Anota con intuición -y pareciera referirse al futuro- en cómo una guerra de origen económico deriva en conflicto racial. Tristemente reconoce que las guerras no hicieron más que alejar para siempre la idea de una convivencia ¡y una mezcla! racial que hubiese permitido la armonía.
El segundo texto es la presencia de un viajero en Potosí en 1862. La introducción habla del deseo de ver las míticas y mayores minas de plata de América. Empieza con la descripción de maquinaria abandonada en las playas de Tacna, con cajas rotuladas "Potosi Mining Company" y una referencia acerca de una fraudulenta operación (que desconozco) relacionada con Potosí en 1828.
Narra las vicisitudes del largo y escabroso viaje en mula -desde Chuquisaca-, doce leguas por día, ocho horas de marcha. Pero lo satisface la grandeza del paisaje americano. Es un relato estrictamente encajonado en la visita; no hay referencias políticas y las únicas de tipo económico son acerca de los pobres salarios a los mineros; de tipo histórico sobre la mita, el trabajo obligatorio de la población indígena masculina en tiempos de España.
Cuando arriba, y ve las torres de las iglesias coloniales desde un terraplén por encima de una carretera que "nada tendría que envidiar a la mejor inglesa", su alegría es inmensa y galopa con sus animales hasta alcanzar la ciudad donde la impresión es dramática: la pestilencia de Potosí, con piaras de cerdos por las calles.
La primera comida en un "café" regentado por un francés no es menos desastrosa, con un émulo del negro brebaje acompañado de un duro asado que desmiente la pericia culinaria francesa. Su alojamiento no es mejor; elige un cuarto de piso de madera y ventana en el tambo local, aunque se le ofrecieran "superiores" dormitorios cerrados, de adobe.
Destaca en buena extensión del reportaje los procesos de amalgama de la plata. Trashuma en mula por el cerro, acompañado de un rico minero a quien lo recomendaron. Desayuna, al fin, con su anfitrión un "chupe" de carne de oveja y papa, al que considera inferior a su par irlandés, pero se deleita con un siguiente asado con huevos para salvar el día.
Interesante diario de un viajero en Potosí que asegura que "jamás olvidará las escenas que allí vio".
7/1/09
Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), enero 2009
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), enero 2009
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), enero 2009
Imagen: El Cerro Rico de Potosí en un grabado de circa 1600
3 Comentarios
La cantidad de fraudes por año es impresionante. A medida que la historia crítica escarba en el pasado, los fraudes pasan a engrosar nuevos volúmenes.
ResponderEliminarNo logro asertar a qué fraude específico se refiere, De cualquier forma, para un investigador, recibir un obsequio como esa revista, es parecido a lo que para un niño de hoy significa recibir un Nintendo.
Respecto a las murallas atribuidas a Alejandro Magno, aparentemente corresponderían a una construcción posterior a su muerte.
Es muy interesante embarcarse en estos temas, estimado amigo, lograr entender las ideas fuerza de otras épocas, el asombro ante un mundo casi totalmente desconocido.
Saludos cordiales.
Sin duda, Jorge, es fascinante entrar a esos mundos casi prohibidos del periodismo, los que no participan de la historia que luego se construye y que hasta por razones de espacio obvia mucho. Estos recuentos de primera mano, lo que hoy renacen como crónicas, son especialmente adictivos en mi caso.
ResponderEliminarTengo pasión por los libros de viaje y sus detalles íntimos que ninguna historia oficial recogerá. Abrazos.
Muy interesante. Me gustaría saber más sobre esa guerra de los maoríes. Los conocí a través de la película El amor y la furia, de Lee Tamahori.
ResponderEliminarSaludos