a Elena, en su cumpleaños
Casi a diario, con Alicia, visitamos tiendas de libros, de las grandes, con cafetería incluida. Es práctica común, entre los clientes norteamericanos, llevarse uno o más volúmenes a la mesa y leer o estudiar mientras gozan de un café latte o un espresso, un emparedado de pavo y palta -y mayonesa- dentro de pan focaccia de hongos y jalapeños: una ilusión, delicia, maravilla; un placer...
Nosotros, bolivianos, sobrios y recatados, sólo leemos lo que compramos. Nada de préstamos. Ridículo orgullo quizá; buena costumbre tal vez. No importa; el hecho fundamental es leer, la lectura con focaccia o no, con pizzettas de espinaca y muzarella o no. Leer, así sean las historietas gráficas japonesas de mundos fantasiosos, donde presente y futuro se aúnan con pretérito y dan de resultado un universo medieval y cibernético al mismo tiempo.
En la mesa de noche se apilan libros por doquier: verticales, inclinados, acostados, caídos, abiertos, marcados, entrecerrados como siestas, etcétera. Su antigüedad se mide casi como la de los árboles, sólo que en sentido inverso: los de más abajo, que vendrían a conformar la circunferencia, son los más antiguos, los ya leídos o comenzados, abandonados completa o temporalmente por otros, casi historias de amor de infidelidad constante. La razón: la abundancia de lectura, la abrumadora ola de novedades que pone al lector en disyuntiva brutal. Tan corto es vivir y tan largos los libros. Tanta imaginación y esperanza, dolor (a no olvidarlo), o simple satisfacción de adentrarse en lo desconocido. Al leer nos convertimos en dioses, en Dios si creen en una deidad judeo-cristiana, monoteísta como los adoradores del sol, del monotrema o el teorema, del calzón o el brassier, crédulos de cualquier cosa y sin embargo lectores, que placer existe en la líneas de Teilhard de Chardin y también en las de Isidore Ducasse (Lautréamont).
Converso con mi esposa en la distancia. Me habla de Hermann Hesse, de la sugestiva modestia del gran escritor, de su preferencia por sus anotaciones personales más que por las novelas. Le respondo que de todas maneras, leerlo, como en "El lobo estepario", nos ha de costar la razón. Discutimos porque ella aún no ha perdido la suya y yo ya me hallo cuesta abajo.
Estiro el brazo, antes de perecer al sueño, y los dos libros que escojo hablan de muerte. En Heródoto materializo los huesos blancos de los persas destruidos por Inaco. Brillan al sol como marfil de elefantes. En el otro, una muy lograda tarea de historiador la de Gustavo Rodríguez Ostria, llego a las páginas donde los ilusos de Teoponte, santos a su manera, cavilan mientras la muerte los avasalla, los arrebata... pero los ríos corren por las páginas, las boscosas colinas ciegan con verde intenso.
2/4/2007
Publicado en Opinión (Cochabamba), abril 2007
Imagen: William Andrews, 1900
4 Comentarios
Hablar de la vida es hablar de la muerte, y viceversa. Cómo disociarlos.
ResponderEliminarSiento el aroma del café, el sabor de los emparedados, degustados con celeridad, con cierta inconsciencia, mientras las hojas se dan vuelta, y se vive en distintos mundos a la vez, los sentidos en alerta, el alma en vilo, una compañía, una compañera, que entiende, que comparte todo, que respira el mismo aire.
Y los libros que han caído en buenas manos están condenados al desorden, a la anarquía, al ánimo antojadizo, oscilante, al gusto arbitrario, al olvido, al asombro repentino, todo se acumula y crece, siempre crece.
Fascinante texto, estimado Claudio.
¿Tienes un libro con esas anotaciones de Hesse? Me gusta leer sobre él, pero hasta ahora no he podido enamorarme de sus novelas. En su caso, a su diferencia de otros, creo que el problema ha sido enteramente mío. Una incapacidad apreciativa que me ha cegado y que debo reparar.
ResponderEliminarLeo La Taza de Oro, de Steinbeck; las Leyendas de Guatemala, de Miguel Angel Asturias, y Moby Dick (en el camino supe que esta novela de Melville sólo alcanzó popularidad a partir de 1938. Que hasta entonces su novela estrella era Typee, y que Melville sufrió la indiferencia e incomprensión de sus lectores porque no entendieron sus últimas obras) Leo otras cosas, varias, en papel y digitales. Todo muy anárquicamente.
Trabajaba en el microcentro porteño (ciudad de Buenos Aires) y vivía en el conurbano bonaerense, eso implicaba largas horas de viaje que debía preveer más de una contingencia como accidentes viales o cortes por protestas. Salir con tiempo de sobra era imprescindible para no tener conflictos con el jefe. El tiempo que me restaba si no se presentaban inconvenientes me los gastaba en las librerías del centro. Ahi era lo más común hojear libros y desordenar anaqueles enteros sin pagar, nadie te miraba mal ni se molestaba. Ahí confluimos diariamente miles de desconocidos que por casualidades del horario terminaban siendo compañeros de lecturas. Cuando el precio ameritaba un gasto se hacía sin más.
ResponderEliminarHe leído hasta aquí muy dispersamente. Nunca tuve demasiado dinero para hacerme de los libros como bien personal, me tuve que conformar con lecturas de rapiñas en estantes de librerías como estas de las que te cuento y de las bibliotecas públicas del barrio, algunas veces me hice de compañeros de intercambio y otras me gané un libro dejado en un lugar público producto de una campaña que apoya dejar a los "libros libres" para que los tomen quienes estén dispuestos a liberarlos.
Lecturas eclécticas y anárquicas son las que me hicieron a mí.
Muy buen relato, me encantó.
No hay otra forma de leer que inesperadamente. Por eso me excluyo por largas temporadas, a veces años, a veces para siempre, de autores que alcanzan fama y que se convierten en "lectura obligada". Me niego, aunque ello signifique no estar al tanto de lo último en literatura. Las modas, de tela o de papel, no me caen ni me incumben. prefiero mis autores somnolientos, polvosos, olvidados, los libros viejos y usados que cargan con ellos mucho más de lo que muestran en apariencia. Aquí es muy fácil conseguir libros, incluso en español, muy baratos. Hará un año compré un grupo de unos 20, de literatura, antropología y ensayo mexicanos por 3 dólares. Anteayer una novela de Fernado Vallejo, que no conocía, la Rambla paralela, por 50 centavos. Eso ayuda. Leí a Hesse de muy joven, Demian y El lobo estepario, que me impresionaron. No sé si las leyera hoy. Añadimos hoy las lecturas en línea, que se multiplican hasta el infinito. Parece que el tiempo nos ha vencido y nos concede bien poco. Abrazos.
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