A mansalva

ROBERTO BURGOS CANTOR -.


La mujer está en la fila de la caja de pagos del mercado. Clima artificial, tibio si hace frío, helado cuando hace calor. Los productos están a la mano. Envases de plástico y latas tienen colores llamativos. Los vegetales y frutas, lavados, destellan por el lustre. La luz regulada da sensación de levedad. Pecera.

Ha desparecido la algarabía de las ventas en el suelo, de los garfios ensangrentados. Penden conejos despellejados, venados, patas de cerdo, costillares de res. También la de las colmenas, los tendales levantados en los cenagales de la orilla del embarcadero.

Conversaciones de ocasión, confidencias, ofertas y rebajas remplazaron los cantos de los vendedores de vermífugos, pomadas, piedras y los anunciadores de la chiva para Turbaco y la canoa que navega a Puerto, o al Atrato.

¿Y el olor? Mezcla de los elementos donde el roce humano, pieles y cabellos, lenguajes y tonos, miradas y cegueras, disfrazados de comprador y vendedor, acercan a la igualdad, lo sustituye el aroma sintético de asepsia que disuelve los recuerdos.

En la fila, las canastas y los carros dejan ver las lechugas tristes, las papayas lloronas, los cocos despelucados. La mujer se acerca a la caja. Si hace años alguien se refiriera a esta mujer la llamaría una mujer de color.

La expresión, de color, en su intención de delicadeza, o tal vez religiosidad, mostraba un conflicto. ¿ El color de piel que ofrece resistencia a su reconocimiento humano es el negro?

La mujer ve impedido su paso por una joven que hojea las revistas. No las ha comprado. Se exhiben con las golosinas, los preservativos, las cuchillas de afeitar, por si al comprador le queda algo, el vértigo acumulado lo lleve a gastar los restos. Le hace ver que está mal parada. Antes que la joven corrija su descuido un grito altanero reclama por la observación que la mujer hizo a la joven. Enseguida, así ocurre con la velocidad que el odio imprime, la dueña del alarido insiste en gritar y vocifera a la mujer que alguna vez llamaron mujer de color: Negra no se cuántas y el lenguaje soez remplaza al látigo.

Este episodio triste, inadmisible, ocurrió en un mercado de hoy. En los de suelo y barrizal se armaba un juicio popular en el que intervenían los ladrones de relojes y pendientes. Entonces llegó la policía, la autoridad, la ley. Mientras resolvían sus prejuicios con la mujer de color, negra, afro, muchos compradores al identificar al esposo de la mujer, francés blanco, lo confundían con italiano y le decían que se largara de este país.

Las cámaras que vigilan a los empleados y los clientes deben haber filmado la vergüenza. Y quienes amenazaron al marido de la mujer son responsables de un delito.

Lo conmovedor: el policía joven, afro, le dice a la ofendida que él recibe humillaciones y se aguanta.

La ofendida: una investigadora, autora y maestra de temas sociales en la Universidad Nacional.

La sanción: basta de delito. Imponer un curso de historia y de derechos a la agresora, su joven lectora, la policía, los dueños y empleados del mercado.

El curso: debe dictarlo la agredida. Si no pasan que lo repitan. A ver.

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2 Comentarios

  1. Esto sigue pasando. El odio racial sigue tan campante.

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  2. Es parte de la violencia cotidiana, en calles, esquinas, cruces, tiendas, donde una parte considerable de personas cree tener más derechos que otras, ser más importante que otras. Los peores son los que empiezan a tener algo de dinero.

    Saludos cordiales, estimado Roberto.

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