ENCARNA MORÍN -.
Facundo Cabral… cantautor, poeta, escritor, hombre del pueblo, ciudadano del mundo, ser humano entrañable. Sin embargo, no supe tantas cosas acerca de su vida hasta su muerte.
Desde su permanente refugio de una habitación de hotel, al hablar de sí mismo diría: “Fui mudo hasta los 9 años, analfabeto hasta los 14, enviudé trágicamente a los 40 y conocí a mi padre a los 46…”
Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando comienzo a cerrar el ciclo de mis propios recuerdos. Algún día partiré, sin duda. En ese momento seré mariposa que revolotea en pos de la alegría. Aceptaré por fin todas las derrotas, incluso las peores de todas que son las del alma. Y libre de cargas tomaré camino hacia algún lugar del que probablemente una vez salí.
Eso es lo que ahora pienso, igual que Facundo decía adiós en aquel escenario, como hiciera tanta otras veces en la vida. Repitiendo un ritual habitual, casi de rutina, entregando su alma de trovador en los que serían sus últimos versos cantados. Había dejado muy atrás aquella rabia convertida en dolor, al muchacho que la emprendía a puñetazos con la vida, ya que lo que en realidad deseaba entonces era tomarse la justicia por su mano y linchar a su padre biológico, Roberto, del que heredó su nombre aunque jamás lo usara. Llevaba el nombre del caudillo proscrito Facundo Quiroga, al parecer no estaba permitido por entonces. Pese a ello, siempre le llamaron Facundo.
No sabemos cómo pudo haber sido aquel encuentro entre los dos Robertos, padre e hijo, ni que palabras se pudieron haber dicho, ni siquiera si a Facundo le perduraba el dolor y las ganas de romperle la cara a puñetazos por haber abandonado a una mujer y siete niños a su suerte. La vida se le había ido en intentar aplacar el dolor de su madre, que venía a ser el suyo propio. Imposible justificar que Roberto padre se marchara sin esperar siquiera a conocerle. Siempre tuvo la sensación de haber sido el hijo póstumo de aquel hombre que parecía haber fallecido de muerte repentina.
Nació en la calle, por eso la vereda era su jardín y la vía era su casa. Quizá por eso rehusó a tener propiedades. Prefería ser el cliente de paso de un hotel impersonal.
Aquella fatídica mañana de domingo, mi hijo de once años se despertó sobresaltado y nervioso, rotundo en el contenido de su sueño.
-Mamá, han matado a un hombre en Guatemala, lo he soñado, lo sé. Era alguien importante, le han disparado desde un coche. ¡Lo he visto todo!
- Bueno, tranquilo, solo ha sido un sueño. Habrás recordado alguna película un poco violenta de un incidente con la guerrilla colombiana, no habrá sido sino eso.
-No mamá, no era en Colombia, ha ocurrido en Guatemala. Han asesinado a ese hombre en Guatemala, tengo claro esa parte de mi sueño. Le han disparado desde un coche color oscuro.
Ciertamente, no le puse mucho asunto al sueño de Fernando, hasta que horas más tarde escuché las noticias que anunciaron la trágica muerte de Facundo Cabral en Guatemala en extrañas circunstancias. La hora era coincidente. El momento en que el niño despertó sobresaltado, coincidía con la hora nefasta del asesinato. Las crónicas dicen que ocurrió a las 5.20 de la mañana, más o menos a cinco husos horarios de diferencia con nuestra longitud geográfica.
Como mudo testigo de aquel incidente en su mar de imágenes, recordaba claramente que eran varios hombres, que disparaban desde un coche hasta asesinar a aquel señor famoso, que viajaba a su vez en una furgoneta azul. Precisa con nitidez que era una furgoneta. Se ubicaba a sí mismo en un edificio colindante, donde podía presenciar estupefacto el atropello. Él estaba con su amigo Joel y otros niños del lugar, todos ellos guatemaltecos. Salieron disparados de aquel sitio bajando escalones y corriendo a continuación por lo que parecía claramente un barranco. Terminaron en el sueño él y su amigo en un pueblecito, donde una amable señora con acento argentino o quizá uruguayo, les acogió amablemente y les ofreció comida.
-Era una especie de caldo calentito. Y ella una mujer muy amable.
Creo que Facundo hizo un viaje hasta las islas. Ignoro si alguna vez estuvo de cuerpo presente. Creo que no, que le faltaba conocer este lugar privilegiado del planeta. Por algún motivo llevó a mi hijo de la mano hasta su encuentro en el instante en que “desplegó sus alas” hacia el viaje definitivo que le llevaría al “despertar eterno” según sus propias palabras.
No podemos olvidar ese momento que terminó por convertirse en mágico y misterioso, como el día que por culpa de un avión averiado, visitó el museo del Prado en Madrid, tropezándose a la salida con Cafrune.
Fernando desde muy niño interpreta señales que otras personas son incapaces de percibir.
Una noche me sacó de la cama insistiendo en que había que salvar al gatito.
-¿De qué me hablas Fer?
- Del gatito, mamá… está maullando y no me deja dormir. Tiene frío y hambre. Si no bajas a llevarle algo de comida, va a morir. Me lo ha dicho en sueños, me he despertado con su llanto.
Agudicé el oído y a lo lejos se escuchaba un maullido casi imperceptible. Persistente y doloroso, casi como un quejido. Miré por la ventana, y vislumbré el espacio inaccesible en el que se encontraba atrapado el animal, tras un muro de hormigón y una cerca de alambre. Encaramarme hasta allí a estas horas de la madrugada era una aventura temeraria. Pero ya me sentía dueña de la vida o de la muerte de aquel pequeño animal…
Encontré en la despensa una lata de sardinas, abrí una botella de agua y busqué recipientes. Con ellos entre mis manos bajé a la calle y crucé a la acera de enfrente. Los maullidos eran cada vez más persistentes. El pequeño animal lloraba a pleno pulmón, era su lucha definitiva con la muerte.
De puntillas, yo podía llegar hasta el bordillo del muro tras el cual se encontraba el felino. Con cuidado deslicé mis recipientes, con el agua, la leche y la comida. Era todo lo que podía hacer. Si se me llega a ocurrir saltar la cerca, lo cual no estaba dentro de mis posibilidades, me habría dado de bruces contra el suelo, al tiempo que sonaría la alarma de aquel edificio público.
Por un rato seguimos escuchando el llanto desconsolado del gatito, hasta que finalmente silenció.
-Ya ha encontrado la comida, ahora va a tomar el agua, tiene mucha sed -sentenció Fernando al tiempo que se tapaba con sus mantas y se disponía a dormir de nuevo tan tranquilo-
Yo no pude volver a conciliar el sueño. Mi gata, mimosa, ronroneaba desde su confort, al tiempo que el gatito desamparado no podía irse de mis pensamientos.
A la mañana siguiente todo estaba calmo, creo que a lo lejos en el jardín que estaba tras el muro, pude ver a dos gatos saltando. Uno de ellos era un cachorrito.
-¿Crees que se habrá salvado? -pregunté al niño con cierto desconcierto-
-Claro, mamá, desde que le dejamos el agua y la comida ha recuperado sus fuerzas, ahora va a encontrarse con su familia. No tenemos que preocuparnos más por él.
Nos hemos acostumbrado a los presentimientos de Fernando, que suele adelantarse a algún accidente fortuito de un amigo: una caída accidental, un incidente en la carretera, algún objeto que se rompe, generalmente presiente lo que ocurrirá. Se ha acostumbrado a verbalizarlo previamente, por eso cuando sucede exclama:
-Yo lo vi antes de que pasara ¿recuerdas que te lo conté hace un rato?
Y sí… lo puede ver antes de que suceda. Aún así lo de Facundo nos dejó sorprendidos. Todavía nos sorprende.
Posiblemente nos visitara en su viaje al más allá, ya que según sus propias palabras no era de aquí ni de allá. Habitó en espacios en los que estuvieron algunos de nuestros ancestros, y posiblemente en el largo poema en trova “El día que yo me vaya” en el que hace un extenso recorrido por lugares y países del planeta, llegando incluso hasta Marruecos, se había olvidado de Canarias. Quizá por eso vino en un viaje póstumo a visitarnos antes de desplegar sus inmensas alas en su encuentro con la luz.
Alguien quiso acallar su clamor a balazos, sin embargo, solo puso fin a su dolor, no a su voz, que incluso suena más rotunda.
Hay seres humanos especiales, que emanan en su deambular el permanente deseo de vivir una vida sin límites. Ese era él. Adiós Facundo, amigo poeta. Te tocó vivirla a pulso, bregar con la supervivencia, demostrar humildemente, sin estridencias, tu gran valor. La vida sin ti permanece ya que tu recuerdo es imborrable para todos los que te hemos conocido de una u otra manera.
En nombre de todos los niños desvalidos del mundo, de todas las madres que pelearon a solas por sus hijos, de todos los pobres del planeta, en nombre del pueblo con mayúsculas y de la poesía convertida en arma contra la injusticia… gracias Facundo por todas tus palabras y hasta por tu despedida.
EL DÍA QUE YO ME VAYA (Facundo Cabral)
Cuando el Universo me abandone
y el viento desgaste mis manos
y abrevie mis pasos
cuando el sol esté ausente del cielo
y no me alcance el día
cuando el mundo no me proteja del vacío
cuando todo se aleje y se confunda en la nada
cuando en la noche se refleje mi antigua duda
y ya no vea en ella mis ojos
entonces cambiaré mi torpe cuerpo
por las alas con las que entraré
en la mañana del despertar eterno
más allá de los sucesos momentáneos
extasiado por las sutiles y vagas nubes
donde se repetirá la tenue luz que es la vida
aquí sabré de misterio entero
para poder escribir por fin el poema
porque eso es la vida
un constante tejer y destejer de vagas sombras
sin más sentir que la belleza
4 Comentarios
Desconocía esa faceta familiar. Muchas cosas adquieren sentido al conocer los contextos. Pero la rabia se transformó en un arte que abrazó a las multitudes.
ResponderEliminarValioso texto, querida Encarna.
Un abrazo fuerte
Indagué en la historia personal de Facundo a raíz del sueño que tuvo Fernando aquella mañana de domingo.
ResponderEliminarDescubrí un personaje sorprendente. Hay historias que él mismo contaba en versiones variadas. Pero si es cierto que cambió los puños por la palabra. De hecho aprendió a leer gracias a un jesuita, que al parecer le ayudó a escapar de una cárcel de menores a los catorce años.
Un ser humano admirable.....
Fue un golpe muy fuerte la muerte absurda de Facundo.
ResponderEliminarPienso que toda persona que adquiere sabiduría se prepara al mismo tiempo para la muerte. Toma conciencia, se anticipa y la recibe como lo que es, con calma, en paz, como lo que tiene que ser. Aunque en este caso fue muy pronto.
Duro y hermoso artículo. Saludos.
Me quedo reflexionando. Filosofía y tragedia, pensamiento y percepción, matices que se mezclan con sutileza en una trama en la que el pensamiento y la maestría prevalecen ante la volatilidad de la vida.
ResponderEliminarLo sutil domina lo basto.
Gracias.