Sobre la lona

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Hay instantes en los cuales la vida recoge huellas y recupera senderos o brechas recorridos o abiertas. Ese destello permite en las sorpresas de su azar conocer algún rasgo del rostro, en olvido, de ese atrás con la importancia del lastre para las naves acuáticas que llaman pasado.

Un libro, “Medio siglo entre sogas” me trae noticias de Nelson Aquiles Arrieta, a quien sus lectores llaman Nelaqui.

Lo conocí en aquellos años de felicidad incierta, sin ataduras, en los cuales hasta la desdicha hacía en cada quien la sensibilidad del mundo. Es la época que se vive detenida y donde cada incidente parece definitivo. Es tan intensa que su desprendimiento lo deja a uno en incertidumbre, sin brújula, suelto a las turbonadas o al rumiar playero del oleaje del mar.

Compartíamos curso en el colegio de La Salle. Éste había dejado el caserón de tesoros de piratas enamorados, de fantasmas aferrados a la vida, con sótanos y miradores, de la calle de La Factoría. Los Hermanos Cristianos prefirieron las corrientes de aire de altura que iniciaban una ciudad fuera de las murallas.

Éramos muy jóvenes para percibir las sutiles diferencias de los seres. Pero Nelson Aquiles, en su discreta elegancia de esos días, ya conocía el arte de pasar imperceptible. No hacía alharaca con las predisposiciones del futuro: médico, químico, ingeniero. Y sin embargo era el único que con dedicado sigilo venía escribiendo en los periódicos en las páginas que han formado a escritores admirables: las deportivas.

De él no sabíamos. Envidiábamos que viviera en la planicie fresca de Turbaco un lugar al que no iba ni venía el bus escolar. La evidencia de su austero buen vestir, sin el humor fuerte de quienes querían ser comerciantes, o los perfumes delicados de aquellos que fundarían aserraderos y restaurantes.

Es de suponer que el único maestro, además del confesor aunque nunca vi a Arrieta Herrera en la fila de los flagelantes que se disponían a la penitencia, que conocía el horizonte de este alumno, era don Edelberto Tarón Fortich el diestro en trazar croquis a ciegas en el tablero.

Con la delicadeza que admiramos Nelson Aquiles se consagró a su llamado.

De los cincuenta años de su vida entregada a otros es que trata su libro. Testimonio necesario para comprender a nuestra contradictoria, invadida, sitiada, liberada, negada, humillada, encabronada, Cartagena la Bella.

Con riesgo él titulo su libro, entre sogas. Es decir, riesgos, silla y árbol de ahorcados. Como el de la Popa. Su prologuista, periodista espléndido, le propone, “cuerdas”. Las del reloj, las del ring, las del ánimo que se indaga. Tal vez Nelson tenga razón. Entrelaza vidas de boxeadores y la de quienes los hacen posibles: empresarios, periodistas, esquinas, entrenadores.

Después de piratas y virreyes, de inquisidores y monjas y curas, hacen falta estas historias de boxeadores y beisbolistas, de músicos y regeneradores, como las de médicos de García Usta, y la significativa de Aquiles Arrieta donde una casualidad estruendosa pone en la portada al autor con Caraballo y Valdez luciendo pantalón blanco y sombras lilas en las camisas.

A leer pues, en ring side.

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2 Comentarios

  1. Raúl de la Puente21/2/13

    Muchas historias hacen falta, porque nos permiten ver lo que no vimos o vernos a nosotros mismos.

    Saludos

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  2. A través de las crónicas se recuperan y se perpetúan las minucias históricas, esas que dan condimento y sentido a la memoria.

    Buen texto, estimado Roberto

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