Grínor Rojo debe ser el último de los intelectuales, o si prefieren, el último de una raza extinta que consistía en enseñar, escribir e influir desde la academia al mundo lector. Grínor o don Grínor es el director del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad Chile. Lo primero que dice es que el espacio les ha quedado chico, que necesitan ampliarse. Su diminuta oficina así lo confirma, pero lo suyo no es la decoración, es el saber, más específicamente los libros. Su última publicación, "Borgeana" (LOM Ediciones), aborda a Jorge Luis Borges en ocho ensayos escritos durante varios años.
-Pese a ser un ensayo sobre la obra de un autor importante, que ha influido en muchos escritores latinoamericanos, el libro invita a leer a la fuente, en este caso a Borges.
-Este libro es un diálogo con Borges, un diálogo con ciertas reglas, que son las que yo entiendo por crítica literaria y que consiste en lo siguiente: todo texto literario tiene una lectura de sí mismo, o sea el libro quiere que lo lean de una cierta manera, y el buen crítico tiene que darse cuenta y no caer en la trampa. Hay que encontrar lo que el libro está ocultando y no quiere confesar. En el caso de Borges esto es especialmente significativo, porque él es un pillo. Porque en la construcción de sus historias influye mucho el relato policial. La estrategia es entregarle pistas falsas al lector, para que éste piense que ha llegado a la solución, cuando en verdad Borges se está riendo de él. Ahora quien se tomó en serio las advertencias que hacía, por ejemplo, en el prólogo de “Historia universal de la infamia” fue Nabokov, quien dijo que el autor argentino era como una gran fachada, en la que uno abría la puerta y no había nada.
-Volviendo al prólogo de “Historia universal…”, Borges define al barroco como un “estilo que deliberadamente agota (o quiere agotar) sus posibilidades y que linda con su propia caricatura”.
-Bueno, ahí él no está hablando del barroco del SXVII, sino del estilo que puede darse en cualquier época y lugar.
-Barroco como bombardeo de imágenes.
-Para explicar la literatura de Borges hay que hablar de la geografía de su casa, cuando él era niño. Borges niño mira la calle a través de la reja del jardín, soñando con aventuras que están en la calle, pero que están prohibidas para él. ¿Cómo compensa esa prohibición? Refugiándose en la biblioteca de libros ingleses de su padre. Libros de aventuras como los de Stevenson, Kipling y Conrad.
-En otras palabras, autores que, como Conrad, se atrevieron a abrir la reja del jardín y salir a la calle.
-Él fue un gran admirador de Conrad. De hecho, escribió mucho de él; sin embargo, el espacio fundacional en la literatura de Borges es la casa.
-Releyendo a Borges, veo que Bolaño tiene mucho de él.
-Absolutamente. De hecho, “La literatura nazi en América Latina” es una reescritura de “Historia universal de la infamia”. En todo caso, Bolaño no escondía esa admiración, así es que ahí no hay nada nuevo.
-Quiero volver a “Borgeana” para decir que encuentro un parecido con “El idiota de la familia”, el estudio sicoanalítico y marxista que hizo Sartre sobre Flaubert.
-En la crítica que hago hay algo de sicoanálisis. Mi postura de no creerle al texto es la misma del sicoanalista con su paciente. Dicho de otro modo, yo creo en la existencia de un inconciente del texto.
-¿Los textos entonces serían tus pacientes?
-No, tengo elementos sicoanalíticos en mi crítica, pero no soy un crítico sicoanalista.
-¿Existen aún intelectuales en el mundo y específicamente en Chile?
-Yo creo que sí y, si no existen, hay que hacerlos existir. Mi impresión, en todo caso, es que la cuestión chilena se está jugando a tres bandas: los intelectuales orgánicos que defienden el sistema y están al servicio de él; los intelectuales postmodernos que están en desacuerdo con el sistema, pero que no tienen nada que proponer, porque están contra las utopías y los grandes relatos; los intelectuales críticos de la modernidad que, además de estar en desacuerdo con el sistema, no tienen temor en proponer alternativas. Yo me considero uno de éstos. Por eso digo que si hay una crisis del intelectual, lo que hay que hacer es superar esa crisis y ocupar nuestro papel en la sociedad.
-¿Cómo ve la escena literaria, la academia, en fin el campo cultural?
-Yo tengo un ensayo llamado “Campo cultural y neoliberalismo en Chile”. Ahí utilizo la idea de campo cultural, que es de Pierre Bourdieu y que es un campo donde coinciden fuerzas heterogéneas. En otras palabras, no creo que haya una cultura chilena, una literatura chilena, sino lo que hay son espacios culturales, espacios literarios, en donde conviven líneas diferentes y muchas veces opuestas. En este sentido, soy completamente contrario a la idea de “generación” -esas tonteras de generación del 80 o del 90-, porque esa idea lo que hace es unificar lo diverso.
-Pero esto no sólo sucede en el campo cultural.
-La lógica del sistema es naturalizarse a sí mismo como la realidad. Sistema es la realidad, como las peras en el árbol. Así en Chile no se discuten los fines, porque los fines ya están resueltos. En otras palabras, nadie va a cuestionar el capitalismo o el aparato político, aunque sí los medios, o sea cómo operar mejor desde el sistema. Sin embargo, el intelectual crítico siempre va a poner los fines delante de los medios.
-Por último, ¿cómo evalúas la crítica literaria chilena?
-La crítica pública, la que aparece en los medios, es extraordinariamente pobre. Uno de los problemas de nuestra escena literaria es la carencia de una crítica pública de mejor calidad.
Publicado en el blog del autor el 02/10/2009
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