CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
Hubo un momento de iluminación colectiva. Fue cuando nos dimos cuenta que el tic de René estaba en la preocupación de todos y, pese a ello, cada uno se lo había guardado para sí. Con esa muestra de mesura, evitamos muchos chismes de pasillo y, al mismo tiempo, dejamos de contribuir a una mala fama que, a pesar de todo, nuestro colega no se merecía.
Lo difícil fue partir. Nadie deseaba reconocer que se había fijado en las zonas pudendas de René, más aún tratándose de profesionales con las hormonas bien puestas. A fin de cuentas, era un sìntoma de voyerismo hacia uno del género, habiendo tanta colega buena moza en quien fijarse.
Aunque René es un buen tipo en la mayoría de los aspectos de la vida (aval siempre disponible, generoso con su café, la crema y el endulzante, cumplidor con su trabajo, confiable y hasta bien intencionado), cada uno de nosotros tenía una visión negativa de esta parte de su personalidad. Contrario a lo que se piense, René no era alguien muy dado a los chistes de doble sentido. A lo más reía de buena gana si alguno de nosotros caía en la coprolalia, pero sin remarcarlo demasiado… salvo por aquel detalle en que ya era imposible no reparar y que había trascendido hacia las otras oficinas, las de taco alto y falda.
El tema salió a la palestra durante un desayuno en su ausencia. Tras el primer comentario, los otros brotaron espontáneos, en seguidilla, como una trenza de ajo. “Se le pasa la mano y vaya que se le pasa la mano”, dijo Romualdo. “A veces hay otra gente y lo hace igual. Por último que lo haga entre nosotros”, completaba Vittorio. “Da como vergüenza ajena”, remataba Matías. “En privado puede hacer lo que quiera. En esto hay alguien que pueda tirar la primera piedra”, matizaba yo.
Ya fuese una situación agradable o tensa, de camaradería o laboral, todos de pie o sentados, cuando el hielo ya se había quebrado, René extendía los cinco dedos de la mano derecha, tal como si hubiese agarrado una pelota de tenis imaginaria, y jugueteaba unos segundos en el aire. Una vez que tenía completo dominio de sus articulaciones, procedía a descender con la mano por el pecho, hasta posarla justo donde su humanidad se dividía en dos. Eran esos movimientos posteriores los que instaban a mirar hacia las ventanas, el techo, el piso deslavado, revisar los últimos mensajes del celular. Después de aquello, René bostezaba, tosía, se rascaba la cabeza, cruzaba los brazos y continuaba departiendo como si nada. Tal vez más reconfortado, diría que hasta más alegre. Como si un hálito de energía lo hiciera asumir de mejor manera el trabajo en la oficina y despedirse de nosotros con un gesticulante apretón de manos al final de la jornada.
En vez de seguir especulando, propuse tomar el toro por las astas. Optamos por una medida de fuerza. Cada vez que la mano viciosa se dirigía agarrotada hacia su objetivo, un certero golpe con una regla de madera en la muñeca volvía a ponerla en su lugar. La mueca de dolor en la cara de René daba cuenta de la efectividad del correctivo.
11 Comentarios
Escatología literaria. Divertido.
ResponderEliminarOjalá haya aprendido la lección. No debe esperar que las mujeres comprendan esas mañas de machos.
ResponderEliminarMuy buen texto.
Muy mala, muy mala! Eso no se hace! No entiendo cómo puede haber quienes hagan esas cosas frente a otros y no darse cuenta. Los amigos deberían advertirle por todos los medios y ser los primeros en reprimirlo.
ResponderEliminarCuando las minas nos tocamos las tetas los tipos creen que es un convite al placer. No nos culpen por pensar que hacer lo propio de su parte es una propuesta indecente!! Repartamos perdones y disculpas, no es tan malo.
ResponderEliminarMuy buena la entrada, me alegró el principio del fin de semana.
Muy divertido y elocuente texto. Impecablemente escrito y con un toque de verdadera originalidad. Felicitaciones Claudio. Tu inconfundible estilo te define.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Pobrecito, no tienen que ser tan duros con él. Meterse mano ahí no debiera ser tan malinterpretado, debería ser algo así como el dedo en la naríz.
ResponderEliminarBesitos
Un correctivo a un compañero de trabajo para que no se viva tocando las bolas es de verdad insólito.
ResponderEliminarBuen relato, amigo Rodríguez.
¿Y dió resultado el correctivo?
ResponderEliminar¿Se pudo descubrir las causas de tal conducta?
La Mano Piadosa
Entre sus cualidades el hombre era cumplidor en su trabajo,por lo tanto "no se tiraba las bolas".Tal vez por eso sigue en su pega.
ResponderEliminarmuy pero muy buen alcance esto ùltimo... gracias a todos por su lectura y paciencia...
ResponderEliminarDebieron investigar su vida nocturna para averiguar las razones de esa manía.
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