Por Pablo Cingolani
Me hundo en la montaña
Que está allá afuera
Y me ampara
Es de noche
Noche negra y sin estrellas
Pero no tenemos miedo
Porque estamos juntos
Voy, me hundo, somos uno
Ella me va contando
Sus sueños de piedra
Sus sueños de cosmos
Sus sueños inmóviles, de eternidad
Estoy, somos dos
Yo le cuento de mis sueños
Mis sueños de nómade
De mis andares, de otras tierras
A ella que está siempre allí
Que siempre se estará allí
Para ampararme
Cuando cantamos
Cuando le cantamos a los sueños
Ella canta siempre más fuerte
Con voz de grieta amable
Cuando bebemos agua ardiente
Ella recuerda, la nostalgia se entra
Por sus abismos y peñas
Y se acuerda del primer hombre que vino a verla
Y que ese hombre era su amigo
Y que volvía siempre
Hasta que un día, no volvió más
Ay, me dice, mirá las cosas que te cuento…
Entonces, cerramos los ojos, los apretamos fuerte
La montaña y yo
Y nos abrazamos
Y sentimos esto:
Que ese hombre
Que aquel hombre
El primer hombre
Ese hombre que amaba a la montaña y un día partió
Cumplió su destino de hombre
Que ese hombre
Son todos los hombres
O deberían serlo
Y que cada montaña es singular y es preciosa
Y que nos recuerda, habita y ampara
En sus sueños inmóviles
En sus sueños de eternidad.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 3 de marzo de 2013
Nota: el ajayu de este poema está inspirado en otro poema de Carlos Drummond D´Andrade, para quien va, allí donde se encuentre, todos mis respetos y agradecimientos.
2 Comentarios
Finalmente el hogar, el que todo lo escucha, comprende y ampara. Bello poema.
ResponderEliminarSaludos
Es nuestra propia iglesia, querido amigo. Ahí dialogamos, muy a nuestra manera, con el universo, y agradecemos la maravilla de existir contemplando tanta solemne belleza.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.