ROBERTO BURGOS CANTOR -.
De las fotografías con las cuales los medios de comunicación azotan la memoria frágil de los humanos y acosan la capacidad de depósito de la bodega de recuerdos, una atrajo mi curiosidad o despertó el hábito de la niñez de mirar por las rendijas. El ojo en la rendija asomó al niño a la espléndida desnudez de un cuerpo recorrido por el agua, o unas personas besándose, o alguien que se cambia de ropas, o algún suicida triste de cuarto de baño con revólver o con cabuya, o las meditaciones ligeras de retrete.
La foto en cuestión mostraba junto a un féretro, cubierto con bandera, al hoy presidente Maduro, de Venezuela entregando una espada a la hija del recién muerto Presidente anterior, don Hugo Chávez Frías. En el texto que los del oficio llaman pie de foto, se leía que el vicepresidente Maduro daba la espada del Libertador Simón Bolívar a la familia del difunto Mandatario. ( Con respeto debo preguntar si un difunto puede ser Mandatario¿?)
Sin mortificar el dolor y el sufrimiento humanos por el absurdo de la muerte he tratado de entender qué significa ese traspaso de arma. Debo señalar que el rostro de la mujer limpio de maquillaje y su cabello negro apenas peinado con la forma de sus cabellos al caer, le confieren una dignidad austera a la escena. Sin ella sería más extraño el cuadro. Un hombre de estos tiempos, de saco y corbata, ofrece un arma de otra época a una mujer. Es probable que fuera de Juana de Arco y algunas mujeres disfrazadas de varones que batallaron con mayor ardentía que los guerreros, no se conoce afición de las hembras por esta locura de herramientas para matarse entre si.
Nadie discutiría el derecho de los americanos para utilizar el patrimonio intelectual de Bolívar. Menos al presidente Chávez quien con intuición explicó que está América lucha por su independencia porque no la hemos logrado. Y revivió, al desenfundar de los museos esa espada pesada que exhibió en el balcón de Miraflores, una bella tradición artúrica. Merlín y el rey.
No sé si en el testamento de Bolívar aparecen dejadas sus armas, no debían ser muchas al final de una vida minada por ingratitudes sin cuento e incomprensiones mezquinas, a persona determinada como lo hizo con los bienes escasos y las pensiones atrasadas.
Se ha entendido que las armas que sirvieron para desarrollar ideas virtuosas de libertad, independencia, unión, al ser parte integra del legado político de alguien, entonces pertenecen al pueblo, a la comunidad, a la gente, a la masa, a la multitud, a los indignados, como quiera llamarse a quienes alientan esas batallas inconclusas y muchas frustradas por la libertad y la felicidad.
Lo percibió de esta manera el M19, en Colombia, cuando sustrajo la espada de Bolívar custodiada en el museo de la Quinta. Al convenir el armisticio la devolvió a su vitrina de momias. Los turistas y los escolares confunden a Bolívar con Simón el Bobito y al balde de mamá Leonor con el bautizo de Cristo, y a la revolución con la inflación. Así vamos mientras la dureza de la realidad nos devuelve la razón, las sendas de la historia y la visión en el horizonte del infierno.
Ánimo, la hija de Chávez, con la sensata crueldad de las griegas del Caribe, sabe que las armas, como los trastos de la iglesia, no se guardan en familias sino en un templo.
1 Comentarios
Indudablemente que hubo cierta precipitación en algunos gestos simbólicos, pero al mismo tiempo pudimos contemplar una marea humana de dolor ante la pérdida de un líder que sintieron como propio. Y ante el dolor se buscan formas de mitigación.
ResponderEliminarLo que esperamos es que de continuar el chavismo en el poder, corrija sus desprolijidades y se afiance como una alternativa real al neoliberalismo.
Saludos cordiales, estimado Roberto.