Ámbar

Por Pablo Cingolani

Asisto al devenir del mundo, a un espectáculo lleno de grandeza, sin comparaciones: la luz del mar, la luz del océano, la luz que está muriendo en la Mama Kocha, en el océano Pacífico, en la Mar del Sur de los primeros cronistas, está iluminando los cerros del lugar donde vivo con una tonalidad de ámbar, de un ámbar tan puro y tan feliz, que lo único que me provoca es emoción, y una alegría inmensa, por estar aquí, contemplando semejante prodigio.

Lo grato de todo esto, es que sé que siempre será así: me refiero a que sé que el sol de invierno, el sol de invierno en el hemisferio tropical sur del mundo, siempre vendrá cargado de esa intensidad expresiva, siempre vendrá colmado de ese color de infinita gracia y matices, siempre vendrá desde el oeste, obsesionante oeste, a desplegarse así: tan bello y tan fecundo, sabiendo que mañana será otro día, pero que este día –este momento de fulgores ámbares, de ese amarillo inmemorial y de tanta dicha-, siempre será este día; este momento, único, señalado, verdad.

El asunto es darse cuenta. Es darse cuenta que éste, y no mañana, es el día. Es darse cuenta que la belleza y la gracia están allí, este día, y cada día, cada mañana, aguardando, esperando, agazapadas. Es darse cuenta que la luz es ámbar pero vos también la ves así. Vos la ves bella y bello, por consecuencia, es tu mundo. Luz ámbar, mundo ámbar: luz que irradia belleza, mundo bello, sólo es cuestión de darse cuenta.

Darse cuenta que la vida –digo, y es un decir nomás- , pero digo que la vida tiene sentido si tiene causa, si tiene ámbar que la alumbra. El ámbar que besa los cerros es la causa. La causa se parece mucho a ese ámbar.

Los mártires, los compañeros muertos, son como ese ámbar. Brillan como él, tienen la misma piel, la misma amistad con la piedra, el mismo sabor. No están muertos, ¡viven!: en esa textura, en esa densidad de la luz, en ese espesor que atesora el ámbar de la luz de invierno en los Andes.

La luz de invierno en los Andes es algo tan maravilloso, que cuesta describirlo, Pero, sucede, que a uno que escribe, le pasa esto: en lo innombrable, está la esencia del sentido y el sentir, en lo que no se puede contar, está la dicha y la vida, está lo que no contaremos nunca pero lo viviremos y lo sentiremos siempre; está el prodigio y está el milagro, está el aquí y ahora y también la eternidad; está por siempre y para siempre el ámbar de la luz: estás vos.

Y a mis hermanos muertos, y al pasado y a lo porvenir, y a todas las cosas que existen y también a las que no existen, pero sobre todo a la luz, a la luz de ámbar que besa las montañas, desde el oeste que se hunde en el infinito para desear nacer mañana, y nacer mañana para volver a morir cada día, y así hasta que se acabe el mundo, y hasta cuando se acabe el mundo, si no estás vos a mi lado, no lo entiendo, no lo sé, no me doy cuenta.

Si vos no estás, la luz ámbar del cielo puede que siga siendo eso –y los mártires fecunden. Pero yo no.

Pablo Cingolani
Río Abajo, 6 de julio de 2013

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1 Comentarios

  1. Anónimo9/7/13

    ámbar fluído, la luz de los Andes, que sale del Pacífico y se solidifica en tu memoria; tengo aún la foto de esa luz ambarina proyectando sombras de picos frente a tu casa; vive entre cerros prodigiosos; vives amurallado de gigantes

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