ENCARNA MORÍN -.
(En memoria de una superviviente)
No tienes ni idea de cuánto tiempo me ha llevado encontrarme con mis recuerdos emborronados y desempolvarlos. Tanto, que casi se me ha ido media vida en ello. Esta ardua tarea de ir excavando en mi memoria, como si se tratara de una tumba antigua, me ha permitido recuperar todo lo rescatable, al tiempo que iba comprobando que al extarerlo se desmigajaba en mil pedazos, apenas veía la luz.
Quería que, a pesar de ello, la vida continuara sin más, aunque no ha sido posible. Ahora todo es de otra manera. Por eso me he querido marchar silenciosamente, no sin antes decirte qué es lo que me está pasando. Todo lo que me impide seguir a tu lado hoy, no tiene mucho que ver contigo. En realidad, es mi cuota fatídica con la suerte la que me lleva a no poder seguir fingiendo que todo va bien para no quedarme sola.
Cuando te elegí para compartir mi vida pensé que era una decisión acertada. De hecho lo ha sido durante estos años. O al menos yo pensaba que lo era. Tú eres el prototipo de hombre con el que cualquier mujer estaría feliz.
Creo que no es fácil que te venga ahora con todo esto. Aunque pienso que tampoco te sorprenderá del todo. En el fondo de tu alma sabías que no estaba al cien por cien. Nunca te he querido incondicionalmente. Más que por no querer hacerlo, ha sido porque no he podido. Así de simple y complejo a la vez. Mi cuerpo físico ha estado contigo, pero mi alma ha debido de estar ausente todo este tiempo hasta que he decidido rescatarla.
Sé que guardaba celosamente un montón de secretos. En algún momento, que ni siquiera puedo recordar, desarrollé ese mecanismo de supervivencia: borraba de mi memoria todo aquello que no me gustaba o que me daba miedo. Así, mientras creía fingir que realmente nada de eso había pasado, yo andaba por la vida con un fardo de cien kilos en mi espalda y la sensación de que había anestesiado mi dolor y toda mi capacidad de sentir.
He decidido afrontarlo, más que por valentía, porque ha llegado el momento en que no puedo caminar con tanto peso. Sé que soy algo más que un cuerpo de mujer madura. No quiero ni una sola batalla más. Ni siquiera tengo ganas para pelear contra el paso de los años. No puedo seguir negando mi historia, porque en realidad me niego a mí misma.
No soy esa chica alegre y liberal que conoces, siempre haciendo chistes y bromas frívolas sobre el sexo. Has debido de pensar que vivo obsesionada con ello. Es posible que esa sea una de mis obsesiones pero he obviado decirte que es también mi talón de Aquiles.
Creo que merecía una niñez que no tuve -eso le ha ocurrido a mucha gente- puedes decirme. La diferencia es que a mi me fue arrebatada con violencia. Mi padre era mi enemigo. Madre no me supo defender de él y yo fui una víctima silenciosa que no dejó de esconder su secreto como si fuera culpable de algún delito. Le odiaba. Ideé mil maneras de matarle. Soñaba que un día sería atropellado por un camión o que se despeñaría por un precipicio. Mientras, él cada noche llegaba con su tufo repugnante a sudor y alcohol y se deslizaba en mi cama, a tocarme sin ningún reparo. Le detestaba y me daba asco. Pero todo lo que podía hacer era huir con mi pensamiento. Mi cuerpo permanecía allí, pero mi mente viajaba hacia otra dimensión. Eso fue lo que muy hábilmente aprendí a hacer.
Un día, cuando ya estaba bien lejos de su alcance, descubrí que de mi infancia apenas tenía recuerdos. En ese instante supe que lo había borrado todo. Ha sido ahora, cuando he tomado conciencia de que lo que emerge en mis peores pesadillas está relacionado con mi niñez robada.
Estoy segura de que si hubiera optado por contarte lo que me pasa, antes de salir huyendo precipitadamente, tú habrías decidido ayudarme. Pero tu preciada ayuda no me serviría de gran cosa. Creo que terminaría por hacerte sentir mal a ti también, y nada más lejos de mi ánimo. Necesito dejar de lado toda dependencia afectiva, aunque nunca he sido más frágil y vulnerable que en este momento.
He tocado fondo, y al hacerlo me he encontrado de golpe con un monstruo gigantesco que me aterroriza. Es mi pasado, más presente ahora que nunca. Por más que he vivido negándolo, fingiendo que no existe, haciendo borrón y cuenta nueva en mi memoria, me aborda cada día para impedirme avanzar. Así que necesito afrontarlo, aunque al hacerlo tenga que revivir todo aquello.
Ahora todo empieza a cobrar sentido. Mi vida a salto de mata buscando aceptación en forma de sexo. Yo he creído que era valiosa sólo por mi deseable cuerpo. Así que practicaba el juego, aunque no podía permanecer mucho tiempo en una relación. La intimidad con alguien siempre me ha dado miedo. Hasta que apareciste tú y no me hiciste preguntas, así que no tuve que inventar respuestas. Pero esa aceptación que emana de ti tampoco es suficiente. Siempre creo que esa no es la forma en que deseo que me quieran. He volcado mi frustración en ti, reprochándote tu falta de interés. Creo que he sido injusta. Por eso he decidido marcharme hasta que ponga en orden mis sentimientos.
Ya sé que tú opinas que no se puede estar todo el tiempo mirando para atrás, pero en mi caso es diferente: he estado viviendo como un vegetal. Totalmente fuera, ausente.
El viejo se murió, pero no deja de deslizarse en mi cama cada vez que le parece. Y tengo que matar ese fantasma. ¿Me entiendes? Me gustaría mucho que lograras comprenderme. Así podrías perdonar mis reproches y mis enfados, mi malestar permanente. Ese era mi nudo en el estómago. No hacía falta que algo fuera realmente grave para que yo saltara de miedo. He vivido atemorizada todo este tiempo. Ahora ha llegado el momento de plantarle cara y, realmente, pienso hacerlo. Para ello he de cruzar el desierto, lleno de alacranes y culebras. Posiblemente no saldré indemne pero sí fortalecida. Mis cicatrices serán evidentes, así sabré mejor a qué atenerme.
Me voy, dado que de otra manera no podría continuar hacia adelante. Seguiría como hasta ahora: girando sin parar en torno al mismo círculo.
No eres el culpable de mi tristeza ni de mis vacíos. El inmenso hueco que se presenta en la boca de mi estómago y se expande por todo el cuerpo, es solo mío. Todos tus abrazos han sido incapaces de llenar ese agujero inmenso. Ahora sé que de ninguna manera iba a llenarse, hasta que yo no fuera capaz de admitir cuanto me dolía. Me abordaba un frío inmenso que era incapaz de aplacar. Mi mirada perdida, en unos momentos, y mi risa compulsiva, en otros, eran la forma de evadirme de todo ello.
Es por todo esto que he decidido partir. Quiero saber a ciencia cierta quién soy yo realmente. Recoger aquella niña del fondo del pozo y abrazarla. Recién he descubierto que nada fue mi culpa. Creo que necesito cuidados y, fundamentalmente, poder cuidar de mí. De otra forma nunca podré quererte. Precisamente porque estoy aprendiendo a quererte es que me voy.
Fotografía: Kristhóval Tacoronte
2 Comentarios
líneas estremecidas, una mujer se adentra en el desierto de su niñez arrebatada, arrastrando sus pies, despojándose de sus girones de ropa, y en el intento descubre que su alma se expande y nunca acaba de poderse desnudar del todo. Es un alma grande, una mahatma. Honra a ti Encarna. Del modo en que lo has escrito, abierto y generoso, dejas resquicios para que todos nos empapemos de lo que salpica tu alma.
ResponderEliminarHay historias que la vida nos muestra de forma cercana... reales y universales a la vez. Cada vez que la vislumbro miro al fondo, al sentimiento de esa gran superviviente.
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