/ Del Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús
El famoso poeta de la calle Ituzaingo, Edmundo Morales, se caracterizaba por ser muy prolífico a la hora de dejarnos testimonios poéticos. No así a la hora de producir la mínima cantidad de bulones requeridas en su empleo como operario de la fábrica de tornillos "El retorcido".
Algunos denuncian– y la especie no fue desmentida– que jamás fue despedido de ese empleo porque contaba con la protección de Emilia, la hija del dueño de la fábrica, una dama de cierta distracción moral y un llano espíritu poético.
Sin embargo no es su tarea en la industria la que cada tanto motiva citarlo aquí, sino la buena literatura que Don Edmundo supo regalarnos casi diariamente.
Es justo decir que su estilo se iba acomodando a circunstancias no muy precisas. Tal vez por ello no faltó quién dijera que "Edmundo escribe a gusto de la consumidora de turno. Esto es: Según la mina que se esté queriendo levantar".
Sin embargo hubo una época en la que el poeta entendió (o creyó entender) que todo lo que la vida le entregaba era material dispuesto para la buena poesía. Desde las eternas interrogantes de la vida hasta un beso robado en las calles oscuras; desde el melancólico recuerdo de su madre al por qué lo perros quedan abotonados después de aparearse.
Y así nos topamos con su Libro de Lamentaciones, donde Morales no le hacía asco a ninguna temática quejosa.
Así por ejemplo, a través de su textos muchos pudieron saber (o suponer) por qué Edmundo fue detenido por la policía acusado de exhibicionismo, aquella tarde en la que salió raudamente por la ventana de la casa del Dr. Guampetti:
He perdido lo soñado y - sin embargo-
mucho más habré perdido en el futuro.
He dejado mi cantar en el más duro
sacrificio en los altares no sagrados.
Y he perdido, en cada vez, el sueño vano;
he perdido el placer de lo sencillo.
Y he perdido la honradez cuando he pecado…
¿ Dónde mierda habrá quedado el calzoncillo?
Hombre de un corazón oferente, fue muy extraño para sus vecinos y cofrades entender cómo y por qué durante dos semanas no se lo vio a Edmundo con ninguna señorita.
Sin embargo algunos encontraron la explicación a tal rareza en otros versos del Libro de Lamentaciones.
Oh, Eternas y voluptuosas Ninfas!
Oh, Hadas de un destino de desdén!
Oh, Náyades, que adoran a Artemisa!
Oh, Nereidas, que jamás usan sostén!
Ay de mí, Sirenas del hastío!
Ay de mí, piel de gramilla!
¿ Quién de todas se ha robado el sueño mío?
¿ Quién de ustedes me ha llenado de ladillas?
No obstante, algunos prefieren adjudicar el espanto del poeta a esta nefasta estrofa:
La besé y la abracé con desenfreno,
Cautivado por las mieles del amor!
Oh, Sorpresa! Al descorrer todos los velos…
… me di cuenta que, al final, era un señor…
Acaso El libro de Lamentaciones fuera el más leído por las viejas en las peluquerías. Edmundo, lejos de estar feliz por esto, descubrió que aquellas mentes obtusas no buscaban poesía sino chismosas revelaciones.
Tal vez por eso se las ingenió para introducir en todos los libros existentes, a modos de anexo, una página dedicada a las señoras que solo leían sus poemas para conocer las más oscuras indiscreciones del poeta.
Como reliquia saqueada de algún lejano templo sagrado, he aquí aquellos versos infames:
A las damas que frecuentan mi poesía
Solazándose en mis burdos desatinos,
les dedico mis más tiernos adjetivos,
que son hijos del desdén y la ironía.
Aconsejo: lean bien y con amor
estos versos florecidos a deshora.
Yo deseo que se vayan pues, señoras,
A la puta madre que las reparió!
No conforme con eso ( y un poco cebado ), el poeta intentó añadir otro poema llamado ¨Que se hagan dar por culo ¨, pero afortunadamente fue frenado de manera oportuna por sus amigos.
Hoy casi nada queda de aquellos poemas autorreferenciales.
Sin embargo es posible encontrarse con alguno de ellos tallado en algún banco de plaza o escatológicamente escrito en las paredes de algún baño de la Estación Lanús.
Lo contundente es que Morales ya no hizo catarsis a través de sus versos.
Para eso siguió prefiriendo cogerse a la esposa del Dr. Guampetti, siempre tan predispuesta, ya sea para rendir culto a Venus como para prestarle el oído al poeta y consolarlo sabiamente con un siempre mendaz pero efectivo…¨ Tranquilo, mi amor. No hay mal que dure cien años ¨.
La respuesta de Morales siempre sería la misma:
"No tengo tanto tiempo…"
Pintura: Roger De La Fresnaye-The Poet
13 Comentarios
Próximamente en su librería favorita: El Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús y El Libro de Lamentaciones.
ResponderEliminarIngeniosa e hilarante narración, amigo Edu.
Un abrazo grande
Gracias, amigo Jorge! Seguiré haciendo fuerza para que eso de las librerías se vuelva realidad.
EliminarUn abrazo enorme
El amor de un poeta tiene ese no sé qué que te pone al borde del abismo y que encanta. Aplaudo la versatilidad del poeta para hacer a cada enamorada una creación y que no lo pillen en las similitudes, porque un amante no ama muy diferente a sus diferente mujeres.
ResponderEliminarMuy buen relato.
Gracias, bella Lore. Estoy seguro de que Morales habría tenido en usted un muy buen material para sus creaciones.
EliminarMi pluma favorita de todo el plumero y plumaje hispano.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
Eliminarcelebro que Eduardo vuelva a publicar otro relato de humor (especie en peligro de extinción entre los escritores hispanos, Bryce Echenique dixit); por él dejé algo que estaba leyendo, "El Paraíso de las mujeres" (1922), novela-script que Hollywood le encargó a Blasco Ibáñez; en su prólogo despliega un humor fino y desdeñoso, con toques de picardía, más propio de un chileno:
Eliminar"AL LECTOR
Considero necesario dar una explicación sobre el origen de este libro.
Una casa editorial cinematográfica de los Estados Unidos me pidió hace un año una novela para convertirla en "film", recomendándome que fuese muy "interesante" y se despegase por completo de los convencionalismos y rutinas que hasta ahora vienen observándose en las historias presentadas por medio del cinematógrafo.
Yo admiro el arte cinematográfico -llamado con razón el "séptimo arte"-, por ser un producto legítimo y noble de nuestra época. Como todo progreso, ha encontrado numerosos enemigos, que fingen despreciarlo; especialmente entre los escritores faltos de las condiciones necesarias para servir a este arte, aunque lo deseasen. La llamada República de las Letras es un estado conservador y misógino, que se subleva instintivamente ante toda novedad y la repele con sarcasmos que cree aristocráticos.
Cuando se inventó la imprenta, una gran parte de los literatos de entonces también la consideraron como algo populachero y ordinario, que nunca podría gustar a los espíritus escogidos. Fue preciso el transcurso de algunas decenas de años para que todos se convenciesen de que el libro impreso, aunque menos hermoso que el códice escrito a mano y con letras capitulares artísticamente iluminadas, servía mejor a la difusión de las ideas y al mejoramiento intelectual de la humanidad.
Dentro de un siglo las gentes se asombrarán tal vez al enterarse de que hubo escritores que presenciaron el nacimiento de la cinematografía y no hicieron caso de ella, apreciándola como una diversión pueril y frívola, buena únicamente para el vulgo ignorante.
Conozco todas las objeciones contra el cinematógrafo y su creciente difusión. Son las mismas que todavía a estas horas formulan algunas devotas, en el fondo de las provincias, contra la novela y contra el teatro, creyéndolos la perdición de la humanidad y la causa de todas las inmoralidades existentes."
GRacias, Piru!!! No table texto!
EliminarNuestro poeta,¿habría sido tan prolífico sin las musas que lo amaban( o favorecían).
ResponderEliminarSaludos.
Nadie hace casi nada si no es para hacerse querer de algún modo, amigo Luis!
EliminarSiempre tan ocurrente! Me encantó! besitos
ResponderEliminarGRacias, Sofi! Siempre tan generosa! Besitos
Eliminar