-A ver, espera…-Guido sale al
balcón con el niño en brazos y le indica una dirección señalando el mar-.
-Allá, por allá está Viña.
Ese era un domingo de tantos en
el comedor de nuestra casa. Ellos, nuestros nuevos amigos, llevaban poco tiempo
en la isla. Estábamos en el año 1972, en
plena dictadura agonizante del régimen franquista.
Extrañaban a Chile. Pero era una
etapa de tránsito en sus vidas. Primero, llegó Guido y buscó un trabajo con el
que ahorrar un dinerillo para apoyarse en la aventura que tenía por delante. Disponía
de una beca para estudiar pesquería en Noruega concedida por el gobierno
chileno. Dos años tan lejos era mucho tiempo para esta joven familia, que no
quería separarse, así que decidieron ir todos juntos. Después de él, llegaron Marcela
y los niños. Francisca era una bebita de meses. Y Juan Gabriel tenía cuatro
años.
Nuestros domingos en la sobremesa
eran especialmente divertidos, compartíamos anécdotas y culturas.
-Acá me siento el toro que pasta
-decía Guido- hay cosas para consumir, pero nadie puede decir lo que piensa. En
mi país es al contrario: la situación económica de momento es algo más
complicada, pero tenemos libertad.
Nuestra anécdota más divertida
era la de Marcela, recién llegada de Chile, con la nena en brazos, al entrar en
una tienda de bebés y preguntar a la dependienta por el precio de un cochecito
para pasear a una guagua. La chica no entendía nada, en absoluto.
-No, señora, la parada de la
guagua está en la calle paralela por encima -le respondió la empleada de la
tienda, por decir algo- hasta que aclararon la situación y rieron al unísono-. En
Canarias llamamos guaguas a los autobuses.
¡Cómo tejía Marcela! Era motivo de admiración
ver sus manos veloces hilvanando las madejas para hacer jerséis y abrigos a los
niños -pensaban vivir un tiempo en un país frío- Por más que lo intentáramos, ninguna de nosotras era capaz de
imitarla. Con una aguja casi fija y la otra en pleno movimiento como si hiciera
croché. Empezaba por un extremo y terminaba por el otro y sin soltar las agujas
salía un suéter de una sola pieza.
Mantenían correspondencia fluida
con Chile y los familiares iban dando malas noticias de la situación del país.
Viajaron a Noruega y seguimos manteniendo contacto por un tiempo.
La última noticia que recuerdo de
ellos era una carta que en el remite decía: Viña del Mar. Ya había ocurrido la
hecatombe. Guido, Marcela y los chicos estaban de vuelta en Chile. Creo que ni
siquiera se sentían seguros a la hora de escribir. Por toda explicación para
hablar de su país decía escuetamente:
-Desgraciadamente, parece que por
un tiempo, a los chilenos nos va a tocar “pastar”.
Fueron nuestra familia por un
tiempo. Lloramos en aquella despedida que intuíamos como definitiva. Les vamos
a recordar eternamente, y seguramente ellos a nosotros también. Hablar de Chile
es evocarles: buena gente, amigables, amorosos, cultos… tan humanos, tan afables.
Y el acento...su dulce acento hacía que nuestro común idioma pareciera una
suave caricia.
Aunque aún no teníamos televisión
en nuestra casa, el 11 de septiembre de 1973 escuchamos la trágica noticia del
golpe de Estado. Para la dictadura española debió ser un golpe de suerte y en la portada de ABC, uno de los periódicos
nacionales de máxima tirada, podía leerse: “El Ejército de Chile, columna
vertebral de la nación y única posibilidad de salvación, se ha alzado en defensa
de la paz, del orden, la ley, la libertad, de las conquista sociales de los
trabajadores, del diálogo y la convivencia normales”.
Unos amedrentados estudiantes
adolescentes nos tiramos a la calle, para hacer acto de presencia y al poco salir corriendo, ya que las manifestaciones estaban prohibidas y la policía no se
andaba con chiquitas. Había que tragar bilis al escuchar las noticias del único
canal de la televisión española. En los pasillos de la universidad se decía que
nacionalizar las minas de cobre, había sido un acto de coherencia que Salvador
Allende pagó con su vida.
Algunos años más tarde, nuestro
propio golpista había falleció de
muerte natural, así que pudimos ver en los cines -solo en algunos cines muy
significativos- el documental que nos mostró la dura realidad de lo que pasó
allá. No quiero tirar de hemeroteca, la única fuente que consulto es mi
memoria. Recuerdo las imágenes de los trabajadores pidiendo las armas al
presidente, que seguía pensando que esa no era la vía para salvar la
democracia, recuerdo los tanques lanzando chorros de agua a las personas.
Incluso una escena muy significativa: un soldado que se acerca a una mujer
parada en la acera y le corta los pantalones a la altura de la rodilla, porque
no llevaba falda. Estupor…
Rememoro las dolorosas imágenes
del estadio de Santiago de Chile. Y el bombardeo del palacio de la Moneda. Las
últimas palabras de Salvador Allende a través de la radio, quedaron grabadas en
mi memoria, por eso no nos creímos lo del suicidio. Aquello fue un asesinato en
toda regla.
El nombre de Viña del Mar aparece asociado a los acontecimientos siniestros, como el lugar en el que se organizó y planificó el golpe.
El nombre de Viña del Mar aparece asociado a los acontecimientos siniestros, como el lugar en el que se organizó y planificó el golpe.
Cuando ya era más que evidente
que la CIA había participado y perpetrado éste y otros golpes sangrientos en
Hispanoamérica, el vicepresidente estadounidense Henry Alfred Kissinger ostentaba el premio Nobel de la paz. Es el momento que seguimos esperamos que alguien explique cómo es que
aún lo exhibe. Lo que no sabemos es si ha logrado dormir por las noches con
tantos muertos en su espalda. Quien sabe si su castigo habrá sido continuar
respirando. ¿Tendrá conciencia esta gente?
En 1998 el magistrado español Baltasar
Garzón sorprende al mundo con un proceso contra el general golpista Augusto
Pinochet, viejito y con cara de abuelo hasta parecía inofensivo. Fue arrestado en Londres, haciendo
alarde de un acto de justicia colectiva con una sentencia más simbólica que real.
Su senectud venía a confirmar lo que de sobra sabemos: que de momento nadie se
ha quedado aquí para siempre. Aún se recogen firmas para que se otorgue al juez
Garzón el preciado Nobel de la Paz. Posiblemente la academia sueca no se lo
ofrezca, tampoco es necesario que lo haga. La humanidad ya lo ha premiado.
En memoria de todos ellos:
estudiantes, políticos, militares, periodistas, amas de casa, policías,
sacerdotes, obreros, sindicalistas, indígenas y un largo etcétera, debemos hacer un alto en
el camino para honrar su memoria y recordar que cambiando de escenario, los
amos de la guerra siguen operando en diferentes lugares del mundo con cualquier
burda excusa para dar uso a sus siniestro negocio de aniquilar la vida. Ese va a ser el
demonio del que hablan algunas religiones.
El compañero presidente está
presente, más presente que nunca, porque el heroico acto de defender con su
vida el lugar que el pueblo soberano le otorgó, le ha dado un sitio para
siempre en la historia de la humanidad, convirtiéndole en inmortal, ocupando el
lugar que le corresponde a los héroes de la paz.
Quiero pensar que nuestros amigos
y sus hijos habrán alcanzado a pisar la plaza liberada en la que una vez de Pablo Milanés se detuvo a llorar por los ausentes.
5 Comentarios
...y los seguiremos llorando! extraordinario relato, Encarna. No puede ser escrito de mejor modo.
ResponderEliminarEstaba viendo que este blog pronto alcanzará los mil seguidores. Es indudable la calidad de muchos trabajos, tanto en el aspecto literario como en sus contenidos, A tí Encarna, y al resto del grupo de escritores, A seguir así!
ResponderEliminarValioso escrito, querida Encarna. Ante tanta impunidad oficial, lo que nos queda es hacer justicia por medio de la memoria, reforzándola, perpetuándola, enrostrándola cada día.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte
Supongo que por afinidad y fechas alguna vez habremos coincidido en el Cine Estudio Canarias...
ResponderEliminarValiente escrito,Encarna.
J. Manuel
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