CONCHA PELAYO -.
Conservo esa fotografía oficial de Franco porque entró en el lote que me regaló la empresa CAMPSA, la antigua Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, S.A. cuando rescindí mi contrato con la misma. En aquellos años, todos los edificios oficiales tenían que lucir, obligatoriamente, la fotografía del General Franco. Yo trabajaba en CAMPSA y me fui antes de tiempo. Es decir, acepté una indemnización como hicieron otros compañeros porque se desactivaban muchas de las delegaciones y no nos apetecía ser trasladados a otros lares. Hay que decir que la empresa era muy poderosa y nos fuimos todos en muy buenas condiciones. A mí me dieron un dinero y el piso donde teníamos la oficina. Un apartamento de 114 metros en el centro de la ciudad. Me lo dieron con todo el mobiliario y enseres, incluida la foto del dictador. En un principio pensé deshacerme de ella pero, pensándolo mejor, decidí quedármela tal cual, con su marco de madera y protegida con su cristal y con su firma autógrafa. No sé si los coleccionistas le darían mérito. Qué se yo. El caso es que la foto duerme en mi buhardilla, olvidada de todos.
A la buhardilla apenas subo pues tiene una escalera muy peligrosa y apenas la utilizamos. Hoy me he acordado de ella al rememorar el Golpe de Chile. Inevitablemente me vinieron imágenes de Pinochet y de Franco, juntos y por separado, enfundados en sendas capas de paño, sus ojos aviesos, sus miradas descaradas. Y me vino a la memoria, siendo yo muy niña, la dictadura en todo su esplendor, cuando vi a Franco por primera vez. Venía a nuestro pueblo para celebrar o conmemorar algo de la Presa de Ricobayo. Todos los niños nos habían preparado para la excelentísima visita. Las niñas con falditas azules, plisadas y con blusas blancas. Los niños igual, pantaloncito azul y camisa blanca. Nos habían reunido en la escuela y nos dieron una banderita a cada uno y, una vez con ellas, nos hicieron salir a la calle, todos en fila y nos llevaron a la entrada del pueblo para esperar al dictador que llegaba rodeado de un cortejo de coches y motos levantando polvo pues entonces las carreteras no estaban asfaltadas. Los niños teníamos que decir todos a una: Franco, Franco, Franco, mientras las motos pasaban veloces a nuestro lado. Más tarde, me vi agarrada de la mano de mi padre mientras sostenía en brazos a mi hermano Luis, el más pequeño de los tres que éramos entonces. Más tarde nacerían mis otras dos hermanas hasta completar los cinco que somos. Mi padre gritaba enardecido, Franco, Franco, Franco. No hace falta que diga que yo no tenía ni idea de lo que ocurría. Ni sabía de dictaduras, ni de intelectuales en el exilio, ni de cárceles, ni de presos políticos, ni de nada. Tampoco hace falta que diga que mi padre era franquista porque se nota. Yo era una niña de cinco o seis años y estaba en eso mismo: "en el limbo de los niños" que decíamos antes. Pero sí recuerdo recibir una especie de alegría cuando al ver a Franco me dije: anda, pero si es ese señor que está en el retrato de la escuela. Naturalmente que lo era. Entonces no había televisión y en mi pueblo no había cine y por tanto yo no conocía el NODO, aquel legendario noticiario español. Esa misma tarde, los niños correteábamos disfrutando de la gran algarabía que se había organizado con la visita. Recuerdo que había una especie de puestos de helados, cosa nunca vista en nuestro pueblo, y que los heladeros manipulaban una crema blanca, podía ser merengue. Hacían pasteles con la misma pero no sabía para quién irían destinados. Muchos años después deduje que Franco se había traído sus propios cocineros porque no se fiaría mucho. Este es un dato que nunca he sabido con certeza y lo que digo es pura fantasía. Pero lo que sí puedo decir es que aquél día supe yo mucho de las clases sociales, de los que están arriba y de los que están abajo, de los que se ensoberbecen por su situación de poder y de los que se dejan someter. Por la fuerza. Los niños pululábamos entre la gente sin control. Entonces no había peligro alguno, no como el de ahora. Mirábamos con la boca abierta, extasiados, aquellos montones de merengue, o de lo que fuera. Yo estaba muy cerca de uno de aquellos cocineros y recuerdo que me metió una cuchara llena de aquello en la boca. No sé porqué pero de pronto sentí repugnancia y lo escupí, no porque no me gustara sino porque en aquel gesto me sentí humillada, sentí que aquel hombre intentaba hacerme de menos y me sentí mal. Yo era muy pequeña, insisto, pero no he vuelto a olvidarme de aquello. Muchos años después, cuando yo había comenzado a publicar artículos de opinión en el periódico local, al recordar aquel hecho, escribí uno que titulé "Merengues y garbanzos" y en él hacia alusión a las clases sociales, a las dictaduras. Cuando niña, comíamos cocido, casi a diario, el cocido es uno de los platos más suculentos y exquisitos que hay en España, pero cuando se comía cada día, aburría un poco y yo, en mi inocencia, pensaba que ni los ricos, ni los profesores, ni los reyes, ni Franco, por supuesto, comían garbanzos, tan poco finos los veía yo entonces. Mi artículo era una reflexión muy profunda. Esa foto, también me sirvió otro día, para recitar poemas sobre las dictaduras en el Cuartel VIRIATO de Zamora, que se desactivó porque se llevó la tropa a otro lugar y unos cuantos zamoranos lo ocupamos para reivindicar su espacio. Allí Agustín García Calvo, Coomeote, Luis Quico , dos artistas muy buenos y otros zamoranos ilustres impartieron sabias conferencias ante el pasmo de los asistentes. Yo iba como alumna, pero también podíamos manifestarnos los alumnos como quisiéramos. No en vano estábamos en la Universidad de Sabidauría Popular como la denominábamos. Y un día llevé la foto de Franco, encendí una vela junto a ella y recité poemas que tenía escritos sobre las dictaduras. Uno de ellos el que hace referencia a Neruda y Allende. El Golpe de Estado de Chile, mañana se cumplen 40 años, me ha servido, nos ha servido a todos, a los de más edad y a los más jóvenes para remover nuestros sentimientos, para recrearnos en nuestros recuerdos. Los buenos y los malos.
A la buhardilla apenas subo pues tiene una escalera muy peligrosa y apenas la utilizamos. Hoy me he acordado de ella al rememorar el Golpe de Chile. Inevitablemente me vinieron imágenes de Pinochet y de Franco, juntos y por separado, enfundados en sendas capas de paño, sus ojos aviesos, sus miradas descaradas. Y me vino a la memoria, siendo yo muy niña, la dictadura en todo su esplendor, cuando vi a Franco por primera vez. Venía a nuestro pueblo para celebrar o conmemorar algo de la Presa de Ricobayo. Todos los niños nos habían preparado para la excelentísima visita. Las niñas con falditas azules, plisadas y con blusas blancas. Los niños igual, pantaloncito azul y camisa blanca. Nos habían reunido en la escuela y nos dieron una banderita a cada uno y, una vez con ellas, nos hicieron salir a la calle, todos en fila y nos llevaron a la entrada del pueblo para esperar al dictador que llegaba rodeado de un cortejo de coches y motos levantando polvo pues entonces las carreteras no estaban asfaltadas. Los niños teníamos que decir todos a una: Franco, Franco, Franco, mientras las motos pasaban veloces a nuestro lado. Más tarde, me vi agarrada de la mano de mi padre mientras sostenía en brazos a mi hermano Luis, el más pequeño de los tres que éramos entonces. Más tarde nacerían mis otras dos hermanas hasta completar los cinco que somos. Mi padre gritaba enardecido, Franco, Franco, Franco. No hace falta que diga que yo no tenía ni idea de lo que ocurría. Ni sabía de dictaduras, ni de intelectuales en el exilio, ni de cárceles, ni de presos políticos, ni de nada. Tampoco hace falta que diga que mi padre era franquista porque se nota. Yo era una niña de cinco o seis años y estaba en eso mismo: "en el limbo de los niños" que decíamos antes. Pero sí recuerdo recibir una especie de alegría cuando al ver a Franco me dije: anda, pero si es ese señor que está en el retrato de la escuela. Naturalmente que lo era. Entonces no había televisión y en mi pueblo no había cine y por tanto yo no conocía el NODO, aquel legendario noticiario español. Esa misma tarde, los niños correteábamos disfrutando de la gran algarabía que se había organizado con la visita. Recuerdo que había una especie de puestos de helados, cosa nunca vista en nuestro pueblo, y que los heladeros manipulaban una crema blanca, podía ser merengue. Hacían pasteles con la misma pero no sabía para quién irían destinados. Muchos años después deduje que Franco se había traído sus propios cocineros porque no se fiaría mucho. Este es un dato que nunca he sabido con certeza y lo que digo es pura fantasía. Pero lo que sí puedo decir es que aquél día supe yo mucho de las clases sociales, de los que están arriba y de los que están abajo, de los que se ensoberbecen por su situación de poder y de los que se dejan someter. Por la fuerza. Los niños pululábamos entre la gente sin control. Entonces no había peligro alguno, no como el de ahora. Mirábamos con la boca abierta, extasiados, aquellos montones de merengue, o de lo que fuera. Yo estaba muy cerca de uno de aquellos cocineros y recuerdo que me metió una cuchara llena de aquello en la boca. No sé porqué pero de pronto sentí repugnancia y lo escupí, no porque no me gustara sino porque en aquel gesto me sentí humillada, sentí que aquel hombre intentaba hacerme de menos y me sentí mal. Yo era muy pequeña, insisto, pero no he vuelto a olvidarme de aquello. Muchos años después, cuando yo había comenzado a publicar artículos de opinión en el periódico local, al recordar aquel hecho, escribí uno que titulé "Merengues y garbanzos" y en él hacia alusión a las clases sociales, a las dictaduras. Cuando niña, comíamos cocido, casi a diario, el cocido es uno de los platos más suculentos y exquisitos que hay en España, pero cuando se comía cada día, aburría un poco y yo, en mi inocencia, pensaba que ni los ricos, ni los profesores, ni los reyes, ni Franco, por supuesto, comían garbanzos, tan poco finos los veía yo entonces. Mi artículo era una reflexión muy profunda. Esa foto, también me sirvió otro día, para recitar poemas sobre las dictaduras en el Cuartel VIRIATO de Zamora, que se desactivó porque se llevó la tropa a otro lugar y unos cuantos zamoranos lo ocupamos para reivindicar su espacio. Allí Agustín García Calvo, Coomeote, Luis Quico , dos artistas muy buenos y otros zamoranos ilustres impartieron sabias conferencias ante el pasmo de los asistentes. Yo iba como alumna, pero también podíamos manifestarnos los alumnos como quisiéramos. No en vano estábamos en la Universidad de Sabidauría Popular como la denominábamos. Y un día llevé la foto de Franco, encendí una vela junto a ella y recité poemas que tenía escritos sobre las dictaduras. Uno de ellos el que hace referencia a Neruda y Allende. El Golpe de Estado de Chile, mañana se cumplen 40 años, me ha servido, nos ha servido a todos, a los de más edad y a los más jóvenes para remover nuestros sentimientos, para recrearnos en nuestros recuerdos. Los buenos y los malos.
5 Comentarios
Recreando la historia desde los ojos de una niña. Admirable relato, mi querida Concha.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Ya al escupir esa cucharada de merengue podía atisbarse el temple de tu carácter.
ResponderEliminarY por cierto que los garbanzos son una delicia universal, una sabrosa razón extra para vivir.
Tú siempre alentándome, alentando a todos. Eres un ejemplo de cordura, sabiduría y bondad. Un beso grande.
EliminarUn relato con mucho sentimiento y una sensatez admirable. Gusto de leerla, saluditos.
ResponderEliminarRealmente un relato vivo, algo como si hubiese ocurrido sólo ayer,muy bonito!
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