ENCARNA MORÍN -.
Conservo en mis manos la reliquia deshojada de lo que una vez fue mi libro de lectura en la escuela. Al releerlo, compruebo atónita, que haber salido indemne de este despropósito no ha sido fácil.
Aquellas escuelas del régimen separaban al alumnado por sexos. Los maestros daban clase a los niños y las maestras a las niñas. La religión, la pseudohistoria, la naturaleza y todos los temas a aprender estaban impregnados por la ideología del sistema y avalados por El Vaticano.
Se repartían palmetazos a mansalva a todo el que no fuera capaz de memorizar las regiones españolas y sus provincias, los ríos de España y todos sus afluentes, los mandamientos de la ley de dios, las tablas de multiplicar y todo un pastiche de información que almacenaba una vetusta enciclopedia, con la que más de una vez se terminaba golpeando la cabeza del desmemoriado en cuestión.
Las escuelas del régimen decían que el futuro de la mujer era crear una familia y servir eficazmente a los destinos de España. En toda escuela de niñas que se preciara, se enseñaba costura y bordado. Reconozco que me ha sido de gran utilidad a lo largo de mi vida.
Si el lunes por la mañana la maestra averiguaba que alguien no había asistido a la misa de domingo, el castigo más leve era pasarse el recreo de rodillas y cara a la pared. Por eso nadie faltaba. Los hombres del pueblo, menos devotos que las mujeres cogieron la costumbre de quedarse en la puerta para cumplir y, a la vez, no hacerlo del todo.
En todas las aulas estaban el retrato de Franco, el mapa de España con las Islas Canarias recuadradas bajo las Baleares, una esfera medio derruida, el crucifijo presidiendo la clase, la pizarra y la palmeta. No había escuela sin palmeta.
Por entonces la imaginación de los niños y niñas fantaseaba, corrían leyendas falsas: que si te restriegas un ajo en la palma de la mano, o si le pones jugo de tabaiba, a la maestra se le rompe la palmeta cuando te pegue. Cosas de niños indefensos que no encontraban tampoco apoyo en la familia.
Mi incursión en la escuela fue más suave: me colé por allí sin haber cumplido los años precisos y me recibió doña Melitona, una maestra que no daba palmetazos. Pero en algún momento me tocó cambiar de clase y mis primeras filas de palotes fueron borradas de mala manera, aunque a mí me parecían estupendas. El grado de inclinación de mis palotes no le gustaba a la señorita Mercedes. Hacer palotes era francamente muy aburrido. Por entonces ya leía de corrido puesto que había aprendido cuando era una estudiante ilegal.
El asunto del cura fue también un poco peliagudo. Después de muchas horas de catequesis llegaba el día de la primera comunión. Ahí había que confesarse con el párroco que estaba al otro lado del confesionario. Yo no escuchaba nada. Él hablaba bajito y yo siempre tuve otitis. Pero recuerdo que me preguntó si yo había hecho “cosas feas”. Por un ataque de autoinculpación dije que sí. Y eso si que se convirtió en un problema. Quería todo lujo de detalles. Aún no había cumplido siete años, y creo que no entendí casi nada.
Como buenos supervivientes, los niños no perdimos nuestra naturaleza extrovertida y alegre y lo pasábamos bien con cualquier cosa: una soga, una pelota o una rayuela pintada con un trozo de cal en la plaza del pueblo.
Crecimos en esta gran confusión para ir descubriendo poco a poco las grandes mentiras que nos estuvieron contando. Aprendimos aquellas provincias y regiones, para ser incapaces de memorizar las Comunidades Autónomas cuando llegó la “democracia”. Descubrimos que las Canarias no están en el Mediterráneo, y que tenemos una historia propia de la que sentirnos muy orgullosos. No hay ríos ni afluentes, pero tenemos unos preciosos barrancos, unos volcanes únicos y el mejor clima del mundo. No nos avergonzamos de nuestro acento y además hacemos cosas feas o bonitas cada vez que se nos viene en gana y el cura habrá hecho lo propio.
¿Por qué me ha dado hoy por recordar las escuelas del régimen? Por esta reliquia -mi abuela siempre guardaba todo- un librito escrito por un señor llamado Agustín Serrano de Haro de la editorial Escuela Española. La edición data de 1953 y en la contratapa el NIHIL OSTAT del censor Balbino Carrillo deja claro que la censura del régimen lo ha filtrado, lo ha editado y enviado luego a las escuelas con precisas instrucciones de cómo utilizarlo. “Obra aprobada por la Autoridad eclesiástica y por el Consejo Nacional de educación para su uso en las Escuelas nacionales y privadas. Undécima edición”.
Ya en el prólogo, las primeras líneas dejan claro que aquí no hay que inventar nada:
“La enseñanza de la historia es muy difícil, y en los primeros grados, más, tanto, que hay muchísimas Escuelas, millares y millares de Escuelas, en las que los Maestros, frustrados los primeros generosos intentos, han abandonado la difícil empresa, malogrando así gérmenes preciosísimos y fecundos de educación intelectual y moral y de formación patriótica y ciudadana… –literalmente transcrito, con excesos de ies griegas incluido-
El propósito del libro era generar personas sumisas, serviles, obedientes, devotas, sacrificadas, y dispuestas a darlo todo por un ente abstracto llamado “La Patria” de la que se sentirán todo el tiempo muy orgullosos, por sus hazañas pasadas y presentes.
Valga como ejemplo la transcripción de la lectura número 10
“CASTIGO DE DIOS”
“Como los romanos eran tan malos, Dios los castigó. Y para castigarlos mandó a los bárbaros, que eran gentes muy valientes que entraban en los pueblos dando gritos espantosos y quemándolo y destruyéndolo todo.
Tenían los bárbaros un rey tan terrible que decía: Donde pone mi caballo la planta una sola vez no vuelve a crecer la hierba.
También vinieron los bárbaros a España. Pero como los españoles eran muy buenos, ellos se hicieron buenos también.
Los bárbaros ya no querían tener esclavos y les gustaba la guerra y el campo. Sus reyes tenían corona y se ponían un hermoso manto real.
En aquel tiempo los más sabios que había en el mundo eran los monjes de España.
Y en las iglesias y los conventos había escuelas para enseñar a los niños la Religión y a leer y a escribir. En estas escuelas también se daban ropas y comidas a los niños pobres y desamparados.”
Fin del texto. No entramos a la letra chica, en la que se hacen sugerencias al docente. Patria, dios y religión se escriben con mayúscula. La educación fue el motor de un sistema totalitarista y represor en un proyecto elaborado a largo tiempo -hemos de admitir que les ha funcionado-
Desde los púlpitos se daba el golpe de gracia con el temor a dios y al fuego eterno. Todo el mundo era culpable de algo. Nos sentíamos avergonzados de ser pobres, a veces de haber nacido mujeres, de nuestro acento… en definitiva, de ser quiénes éramos. En las películas, las pocas veces en que podíamos ir al cine, había que adivinar mucho, pues a veces los diálogos no encajaban debido a los tijeretazos del censor.
Aprendíamos consignas y cánticos como loros. Las fórmulas matemáticas eran para memorizarlas sin más explicaciones. Nada que pensar, solo recitar de memoria.
Mi escuela de niñas tenía algo más que la convertía en siniestra: ubicaba en un antiguo cuartel en tiempos de la guerra civil, debió haber sido lugar de brutales palizas a más de uno. No siempre por ideologías, que la gente de mi pueblo era tranquila. A veces, la camisa azul fue utilizada para saldar viejas rencillas o apostar por una novia.
A mi abuela le daba por contarme historias en la cama, cuando estábamos despiertas con la luz apagada.
-Pasamos muchas penurias hija, en tiempos de la guerra. Un hombre que tenía cinco hijos a los que no podía alimentar, se tiró un día en el aljibe de la escuela. Cuando lo sacaron por la mañana tenía las uñas negras de tanto arañar las paredes intentando salir -contaba la abuela- a partir de entonces, yo no me acercaba por los alrededores de aquella aljibe y por supuesto tampoco bebía agua, aunque estuviera muerta de sed.
De aquella aguas estos lodos. Hay secuelas de aquellos sitios siniestros que fueron las escuelas franquistas. Fue un arduo trabajo demoledor. Todo pasaba por dios y por la patria.
Por eso yo defiendo una escuela en libertad, respetuosa con la inteligencia humana, que haga felices a los niños y niñas, con igualdad de oportunidades y derechos.
Una escuela en las que las palabras “No valgo” o “No puedo”, estén erradicadas, donde todas las personas son valiosas sin necesidad de entrar en competencia insana y dañina con sus iguales.
También por haber sido hija de aquellos adoctrinamientos, que jamás conseguí creer a pies juntillas, mis hijos son unos analfabetos religiosos, lo que a veces les dificulta resolver algún que otro crucigrama. Ninguno de ellos ha sido bautizado, en un alarde de coherencia de una madre disidente de tanta represión. La única religión que conocen y practican, es la de ser buenas personas.
Y mi cuerpo y mi alma me pertenecen. Que nadie lo dude. Ser mujer es maravilloso.
8 Comentarios
Encarna,la historia de los libros,manuales escolares como los de enseñanza de la lengua , literatura, lectura,redacción,etc. en un país o sistema educativo revelarán siempre los paradigmas pedagógicos y regímenes politicos de la época en que fueron ideados, usados y aplicados cómo método de enseñanza como tan bien describes en esta testimonio.Lo Argentina no ha sido ajena a ello tampoco ; desde aquellas escuelas de principios de siglo XX pasando por el nefasto períodos de la dictadura tenemos una historia de libros escolares que incluye los mismos rasgos a los que te refieres en el texto.Es un tema muy interesante para continuar dándote mis apreciaciones , opiniones... dada mi labor docente pero ahora estoy con breve tiempo, apenas un alto antes de levantar a mi niña para llevarla ala escuela.Una escuela pública, sin educación religiosa aunque Argentina tiene como religión oficial el catolicismo y la mayoría casi el cien por ciento de sus maestros son católicos practicantes. Con esto quiero decirte que hay una fuerte influencia catolicista en la educación aunque la constitución dictamine una educación laica.Mi hija es la única de su curso (y creería que de toda la escuela a la que asiste)que no va a catecismo y eso es visto casi como una herejía. Más adelante te seguiré aportando otras impresiones acerca de este que me es tan cercano por ser madre, docente y ciudadana en un tiempo en el que aún seguimos con escuelas tradicionales y conservadoras si bien ha habido cambios y evolución en muchísimos aspectos.Un abrazo y luego me explayaré más en este tema tan interesante que has planteado.
ResponderEliminarMis prácticas de estudiante de magisterio las hice con un viejo "maestro" sin título, que el régimen colocó de profesor "idóneo" por haber sido militar durante la guerra. Lo primero que quiso enseñarme fue su máxima como educador: "La letra, con sangre entra"... estoy hablando del año 1974.
ResponderEliminarFascinante escrito, querida Encarna. Muy bien narrado e históricamente aportador.
ResponderEliminarLa educación finalmente como el candado de la libertad, el sendero obligado hacia la mansedumbre, el tobogán ineludible hacia la perpetuación de los rigores sociales.
Un fuerte abrazo
Inmenso repaso a nuestra castrante historia educativa, todavía quedan profundas secuelas de aquellos tiempos y mira que han pasado años.
ResponderEliminarEsteban.
Estupendo, Encarna! Tuve la suerte de haber hecho la primaria en Argentina, y eso me ahorró muchos de tus pesares. Eran raras las maestras que usaran más que un toque suave con una reglita, o algún eventual tirón de orejas a alguno que había hecho una muy grande, o que se resistía a esperarla en la Dirección. Era una escuela pública de Provincia (Santa Fe) y de mi pueblo de actual residencia. La escuela era laica, aunque el cura venía a algunos actos, o los abanderados (alguna vez me tocó) tenían que concurrir a la iglesia con la bandera. A pesar que me daba mucha vergüenza, porque la gran mayoría eran católicos practicantes, lo hacía. Sin embargo (vivía a 80 metros de la iglesia) solía jugar a la pelota con el cura y los monaguillos. Y el cura nunca se metió conmigo por el hecho de no ir a la iglesia ni ser bautizado, o que mis padres fueran reconocidamente ateos. Es decir que, por una parte las limitaciones en lo social de no ser parte del "culto mayoritario" no pasaban de ser las que uno mismo se imponía, y por otra la intrusión de la Iglesia en la educación pública era prácticamente nula. Recuerdo también que en la escuela se anunciaba, con un letrero o una nota a los docentes, alguna notificación de la iglesia sobre la preparación o las fechas de comuniones y confirmaciones, no sé si se sigue haciendo, pero hasta hace unos años en que fui docente de la escuela donde hice la "primaria", siempre se hizo. Es decir, hay una actitud de mutua colaboración institucional, pero no de intrusión. Otra cosa son las escuelas privadas, de las cuales la amplia mayoría pertenecen a la Iglesia Católica. Ja Ja Ja, los palotes! en mi época ya no se usaban tanto y las maestras no eran tan estrictas. Quizás si lo hubiesen sido mi letra actual sería mejor ¿? Pero a mí me pasó algo parecido, fui bastante precoz a los 3 leía y a los cinco les contaba a mis buenos vecinos las noticias del diario, con un cierto nivel de interpretación y comprensión. ¡Te podrás imaginar cómo me fastidiaban los jodidos palotes! Muy bueno tu relato, Encarna! Besos!
ResponderEliminarRecuerdo, en relación al comentario mío anterior, que una maestra se enojó conmigo una vez, en que siendo escolta o abanderado, me negué a ir a la iglesia. Después me llamó aparte, me habló de tolerancia de opiniones, me recordó que tenía el honor de portar la bandera, y me explicó cómo debía proceder. Finalmente acepté,¡ y no fue tan terrible, ja ja ja!
ResponderEliminarAmigo Carlos: muy simpático y enriquecedor tu comentario. Ya sabes que en Estado español se sigue financiando la educación católica. está contemplada la enseñanza de la religión en el curriculum escolar, aunque es voluntario por parte de las familias. El profesorado lo paga el Estado y lo elige el obispado.
ResponderEliminarEs un escrito tremendamente realista... así se enseñó durante la dictadura. Durante la corta República anterior se había avanzado bastante, y la religión no estaba tan metida en la escuela. Todavía estamos pagando el atraso educativo franquista. Todavía hay quiénes en los colegios no pegan porque no está permitido. Y es que como tú bien dices, Encarna, el régimen lo hizo muy bien: represión.
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