La realidad se ha encargado de corroer la armazón de las mentiras, solemnes de formalidad, con las cuales Colombia se ha puesto el maquillaje: elecciones, Congreso, rama judicial, culto a la ley y acatamiento a las decisiones de la justicia, pacifismo, sentimiento nacionalista de su ejército, contención en el discurso público.
No hay que desempolvar archivos ni contratar paleógrafos: compras de votos, amenazas, ausencia de programas. Congresistas condenados por tropelías que recorren de comienzo a fin el Código Penal y desconocen los principios de una ética de vecinos. Jueces que parecen un sindicato de privilegios en lugar de dadores de justicia, probos, y sabios: la ley se cumple si facilita el designio del gobernante y las bravuconadas contra las fronteras. Y se podría seguir.
Sin embargo unas conductas con motivo de la sentencia que puso término al diferendo con Nicaragua sobresaltan por sus desvergonzadas características. Entre la torpeza y el ridículo, entre el ineficiente y gastado retoricismo de nuestra América, confuso y pretencioso lenguaje de jurisconsultos, más gritos autoritarios de los guerreros y más inexpugnables admoniciones eclesiásticas: batiburrillo solitario del inepto poder.
De manera que Colombia también, como muchos de sus ciudadanos, se resiste a la observancia de la sentencia del juez cuando esta le resulta adversa. El espectáculo, vodevil de escenario ambulante que arrastra sus apolillados trajes por cuanto tablado encuentra en el camino errático de sus ambiciones pobres, no servirá para nada distinto que enriquecer a gestores sin argumento.
Ante situaciones que afligen por todas las razones, en especial por aquella que muestra que fuimos advertidos con suficientes señales, desespera que todavía el gobierno no afronte el conocimiento riguroso del Caribe.
La fotografía de los días cercanos a la sentencia del tribunal Internacional, donde un veterano capitán de goleta, en chanclas y con el ángulo de abertura de las piernas de los marinos que hablan con la tormenta en cubierta, sentado, ni siquiera se pone de pies para saludar al Presidente de los colombianos que llega desconcertado a San Andrés. Es obvio que revocó su mandato, si alguna vez lo dio. Es obvio que sabe que es tarde para cacareos. Pero la fotografía reciente es patética y el titular que la antecede ni se diga. Recuerda aquella verificación que han hecho los expertos: el ejercicio del poder vuelve feo al gobernante. Mujica y el patrón de la Città lo saben y juegan al anti poder.
Pero algo más antiguo vuelve: el poder enloquece. El sabio de la condición humana, Shakespeare, lo mostró. ¿Ustedes vieron en un Caribe bonancible a un señor frente a un micrófono en la cubierta de un buque, y su auditorio de militares, ministros, jueces, y mujeres con el viento en los cabellos?
¿Imaginan un torpedo en altamar? ¡Ay! El Estado.
2 Comentarios
Seguimos adelante, a pesar de ese poder, no gracias a ellos.
ResponderEliminarExcelente.
Saludos cordiales
Estamos en las mismas, lamentable que no hayan cambios significativos en este poder de la Nación Argentina.
ResponderEliminar