CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.
Bełżec, el primer campo de exterminio nazi, situado en el sur de Polonia, en ese momento muy cerca de la línea divisoria alemana con la Unión Soviética, fue, por décadas, casi olvidado. Se debió a la política hitleriana de extirpar la memoria de los judíos. Apenas dos prisioneros sobrevivieron, y una niña que se escondió por un par de años en la leñera de una campesina. Uno de ellos fue asesinado en 1946 por un grupo derechista polaco, el mismo día en que testificaba acerca del campo. De los comandantes y soldados SS, aparte de los guardias ucranianos, se juzgó más tarde a ocho, en Munich, condenando a uno a 4 años de prisión, de los que sirvió 2. Hablamos de un centro que hizo desaparecer entre 450.000 y 800.000 judíos en el lapso de un año, cuyos nombres fueron borrados.
Guillaume Moscovitz (Francia) realizó el 2005 un documental acerca de Bełżec, tratando de recuperar la historia. Entrevistó a la poca población civil contemporánea del drama que contó sus recuerdos de cómo y cuándo se construyeron las barracas, del “misterio” de para qué se transportaba tanta gente allí. Del olor insoportable de las piras crematorias, en constante funcionamiento, y de cuando se desenterraban los cuerpos para incinerarlos a tiempo de abandonar -en 1943- el sitio, tratando de eliminar todo rastro de su existencia. Los germanos incluso plantaron árboles que supuestamente disimularían su ubicación. Arrasaron las edificaciones y aplanaron el terreno. Sin embargo, ya idos, los habitantes se dedicaron con ahínco a excavarlo en busca de oro, joyas de las víctimas, dejándolo removido, con restos de cuerpos humanos en la superficie, huesos de toda índole y tamaño: quijadas, tibias, dedos infantes…
Se utilizó mano de obra esclava para tareas diversas. Judíos se encargaban de deshacerse de los restos, y eran ejecutados regularmente para evitar conspiraciones y testigos. Caminaban dentro de las gigantescas fosas comunes, “con sangre hasta las rodillas” según uno de los declarantes. Más adelante, se los obligó a exhumar cuerpos y quemarlos, mientras lo hacían también con las víctimas recientes. Chaïm Hirszmann, durante su testimonio, relató que había visto a uno de los judíos de los grupos de “limpieza” arrancar un trozo de muslo de un cadáver que ardía y devorarlo. Tanta era el hambre.
Comienza el documental con cierta carta de algún judío al encargado del ghetto de Varsovia, tratando de averiguar qué había sido de los suyos. La escribe desde la fascinante ciudad de Zamość, joya renacentista de la Europa central: paradoja de un mundo que se transformaba en pesadilla. Hace frío en Bełżec, como lo hacía en Chelmno (otro campo de “labor”), dice, y a la vez que pregunta de unos cuenta el destino de otros. La cámara gira por las edificaciones de la hermosa Zamość, pero no nos hace olvidar que se trata de muerte.
Bełżec no se recordó hasta la caída del comunismo, cuando investigadores de la Shoah se interesaron por el destino de sus mártires, comprobando la imposibilidad de saber a ciencia cierta cuántos perecieron, aun conociendo el lugar de procedencia de los convoyes: Lvov-Lemberg, Lublin, Cracovia…; se hizo lo único posible, honrarlos, levantar un memorial, arrebatar a los fascistas el triunfo de haber casi extinguido una memoria, el recuerdo -en boca de un poblador local- de una bella judía de largas trenzas negras que saltara del tren con su hijita de 3 años. El rechazo de los pobladores a ocultarlas. Su huída a los bosques donde, seguro por denuncia, se las halló y asesinó. Otra bella mujer judía, alta, caminando por las calles de la ciudad envuelta en una chalina, con la que se ahorcaría a la noche para evitar el horror.
Hoy encuentran en Libia fosas comunes de condenados por el coronel Qadhafi. Éste, atrapado, es linchado como animal, sodomizado antes. Gobernantes que se creen dioses. Todos verdugos, hasta las víctimas. Y la cámara muestra casi como en sueño la plaza de Zamość.
26/10/11
Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 28/10/2011
Publicado en Semanario Uno 434 (Santa Cruz de la Sierra), 04/11/2011
Imagen: Gitanos aguardando su ejecución en Bełżec
2 Comentarios
Kosinski refiere en su prólogo al Pájaro Pintado la incredulidad y el descrédito que se hacía de los pormenores de su novela. Desde diferentes lugares se le tachó de exagerado, de tergiversador de la realidad, de usar intencionalmente recursos literarios para ensombrecer su novela, para volverla más dramática y sangrienta de cómo recordaban la realidad millares de lectores a través del mundo. Sin embargo, lo que relatas aquí es muy similar a lo narrado en aquella novela, y en casi todas las memorias sobre el holocausto. Es difícil imaginar algo peor que los hechos tal como ocurrieron.
ResponderEliminarValioso texto. Un abrazo, querido amigo.
Jorge, no he leído esa novela de Jerzy Kosinski. Debo hacerlo porque es un autor que me gusta mucho. Gracias por el dato. La tragedia de Belzec se ahonda más porque casi hicieron desaparecer sus rastros. Los detalles de los cuerpos desenterrados que permitieron ubicarlo parece inverosímil. Un abrazo.
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