ALBA SABINA PÉREZ -.
Me encuentro en el espacio que agoté, me deshabité a mí misma escuchando el silencio las noches en las que los transeúntes se dirigían a piscinas olvidadas por los turistas. Ellos estaban de paso, los otros también, se cortejaban sin quererlo en una marejada de miradas. Yo los observaba, de reojo, como una bestia furtiva que no quiere ser amiga de nadie. Y así terminé, sola, mata de adelfas que nadie quiere tocar, meciéndome en una esquina donde los hombres se preguntan por sus gatos muertos y por los dioses griegos. Los extranjeros nos miran como si nosotros fuésemos lo primero, los transeúntes, como si fuésemos lo segundo. Todos fueron colonos aquí, lo conquistaron todo. Vinieron con dinero de la venta de tulipanes y se quedaron con casas que construyeron nuestros abuelos, que ya trabajaban para otros extranjeros y transeúntes. Aquí nunca fuimos demasiado laboriosos para las finanzas, solo en tragarnos los gritos de guerra y dejar que nos ganasen. Yo también soy buena en eso. En dejar que me ganen. Sé bien sufrir en silencio. Me han enseñado cientos de antepasados. También ellos estaban equivocados. Me dieron genes de perdedora. Nariz respingona y lágrimas. Aparece un vecino negro y su gemelo. Se llama Ute. El año pasado no los distinguía. Ahora sí, Ute corre más. Es rápido. Su gemelo tiene la sombra perezosa. Pero es buen nadador. Le gusta tirarse de cabeza. Ahora la extranjera y el transeúnte se besan en la piscina. Son el ejemplo vivo de mi esquina. Ella rubia ceniza y él moreno de ojos verdes. Vivirán un agitado verano. Luego, se escribirán, pero no se verán nunca más porque aquí los cuerpos perfectos olvidan este rincón de héroes griegos y marchan a lugares donde la música no desafina. Pero yo pienso que ellos se lo pierden. Solo que ahora agoté este lugar. Lo agoté porque aquí también he muerto. Y cuando mueres en una esquina ya casi que no parece la misma aunque lo intentes muchas veces. Pero le concedo una oportunidad para perdonarla. Me ha dado demasiadas cosas. La piel de un árabe, la absenta de un belga, el aliento de un vikingo y el humo de un inglés. Ahora, es el momento de observarme un poco. Antes de que me reclamen los enemigos. En ese momento, todo se habrá perdido de nuevo y no tengo escondites para perderme. He encontrado un soplo de aire que no me ha esquivado. Me voy a la verja. Desde allí sé que podré tirarme al mar. Cuando la marea esté baja. El golpe será fuerte. Pero aquí solo quedan algunos polizontes y ellos no escuchan ya nada.
Imagen: Diego Mille
2 Comentarios
"...aquí también he muerto"
ResponderEliminarValioso texto, Alba Sabina. Un abrazo.
Perfecto Alba... Un beso.
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