Roberto Burgos Cantor
Con motivo del reciente libro sobre la llegada de su familia italiana a Estados Unidos, el viejo y actual tema de las migraciones, el excelente escritor Gay Talese, dijo: “Hacer reportajes es mucho más interesante que inventar historias”.
La idea de invención me ha parecido, aplicada a las ficciones, un malentendido. Recordé la frase de Neruda: ¡Dios mío, sálvame de inventar! Estoy convencido de que el escritor de novelas y cuentos, no inventa. Y por supuesto cuando se contrapone el reportaje a la novela, es de presumir que la acepción utilizada es aquella que la describe como fingir hechos falsos.
Pero habrá lugar para discurrir sobre inventores. Frankenstein y el profesor Tornasol.
Hay algo en la frase de Talese que recuerda un asunto que viene de años atrás.
El espléndido editor y hombre de sabidurías de la vida, Bennett Cerf, alrededor de 1948, observó una tendencia. Cuando él empezó a editar libros, se vendía mucha ficción. Tuvo en sus proyectos a Faulkner y a Hemingway. A Joyce y al grande Dash Hammett. W. H. Auden.
La tendencia se manifestaba en que la ficción vendía cuatro veces más que la no ficción, hasta esos años cuarenta en que se invirtió.
¿Por qué?
Entre las conjeturas de Cerf, varias permiten comenzar a comprender lo que ocurre. Una de las llamativas la expresó así: la gente no lee novelas porque la vida es muy emocionante. Piensa, el editor, que ahora suceden más cosas en un mes que todo lo ocurrido durante la vida de los padres.
No sé si las emociones, que con probabilidad alimentan el gusto por los melodramas; y el vértigo de los sucesos atropellados, que confunden o hastían por sus repeticiones incesantes, sean circunstancias suficientes, desde esos años, para explicar el desdén actual.
La idea de emocionante resulta complicada. En estos días donde la promiscuidad informativa grita tragedias, se puede reflexionar sobre la franja de Gaza y el hecho sin nombre de tirarse bombas y misiles contra niños que perdieron el asombro y el miedo, mujeres abandonadas por el sueño, y el espantoso estado de conformarse con una vida, si es vida, entre la zozobra y la injusticia (noción que parece no importar a nadie). O Ucrania. O las primaveras árabes convertidas en una estación de barrizales, sangre y destrucción.
Salir de ese pasmo a lo mejor requiere una reconciliación con la intimidad de cada quien y buscar las imágenes del corazón humano en ese espejo de múltiples hablas que es un libro. Cerf, con lealtad, precisa que en el decaimiento de la lectura de ficción, hubo novelas recibidas con el anterior entusiasmo. Las confesiones de Nat Turner, y Doctor Zhivago. ¿Por qué?
Muchos soldados nazis llevaban en sus morrales a Hölderlin. No alcanzaron a leerlo. ¿Hubieran afirmado humanidad?
Conjeturo que la ficción más que mostrar revela y en ese suceso inesperado anida su misterio y su necesidad. Tal vez.
Imagen: Gay Talese
Imagen: Gay Talese
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