GABRIEL PRACH -.
Ella leía a Navokov. Yo luchaba por continuar mi lectura de Carver contra el peso de mis párpados. La tarde era calurosa y en esa esquina de la biblioteca se formaba un arco que casi la ocultaba del resto del público. Allí el calor era peor pues el aire casi no circulaba. Pese a lo anterior, ella leía a Navokov, y tenía en su mano derecha un lápiz de grafito que usaba para subrayar algunos párrafos que meticulosamente copiaba en una libreta que extrajo de un bolso marrón que colgaba de una silla. Lo que me inquietaba era tener la conciencia de que jamás sabría los párrafos que a ella tanto le interesaban. Un misterio inquietante dando vueltas mientras Carver se revolcaba en las observaciones banales de los amigos de su actual mujer. Yo levantaba la vista de mi libro y le dirigía rápidas miradas para no ser sorprendido, sin embargo ella estaba tan abstraída de su lectura que no se percataba de mi observación. En su mano izquierda llevaba un par de anillos. Ninguno era una argolla de matrimonio, es más, pude observar que su dedo anular izquierdo lucía la palidez del sitio que no alcanzó el sol pues de seguro hubo una argolla antes ahí, pero ya no estaba. ¿Qué buscaría con tanto afán en “Lolita” del ruso? Imaginé entonces al lector medio, aquél de tardes de domingo, en el silencio bajo la sombra de un árbol en el patio, o hundido en un sillón con los pies en una mesita de centro identificándose con algún personaje, viviendo sus peculiares vidas ficticias, siendo uno o varios personajes en una historia quizá traumática de final infeliz.
Entonces lo supe, de improviso la mirada de ella se clavó en la mía con un reproche intenso, una especie de odio contenido en un par de pupilas negras, mordiendo sus labios y dejando caer una lágrima negra hasta el borde de su boca que borró de un golpe con el dorso de su mano. Dejé a Carver y su bebida alcohólica y la última cita con su mujer de años y la despedida, y el viaje a mundos separados pero unidos en cierta parte que no alcanzo a comprender bien cuál es, y su si me necesitas llámame, y la maleta, y el auto y la carretera. Lo dejé todo sobre la mesa y me marché sin volver la cabeza.
3 Comentarios
Intrigante y con ritmo. Me quedo pensando qué estarán pensando los del relato.
ResponderEliminarwena!
ResponderEliminarEn su brevitud reside un inapelable atractivo de esta lectura. Muy bueno, me atrapó.
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