Desalmada

ENCARNA MORÍN-.

Reparte guantazos a troche y moche aunque jamás usa las manos. Se sienta tras una mesa de despacho ubicada en el gran Palacio de Justicia. No es precisamente jueza, pero como si lo fuera. Trata a todos esos mocosos de “acusados” y a sus padres y madres de “irresponsables”.

Lo ha hecho tantas veces que hasta disfruta con ello, le divierte. Sabe que más tarde o más temprano, alguno de esos malos educadores, cometerá algún error. Y ahí está ella con la daga preparada para ponerle en su sitio. Faltaría más. Nadie hablará salvo que se le dé la palabra. Y no se las iba a dar en ningún momento. A callar. 

Era muy efectivo tener al mocoso delante y dirigirle una primera palabra intimidatoria que jamás fallaba, decía rotunda: “¡Siéntate bien!” Y el chiquillo se ponía rígido en aquella silla. Al mismo tiempo le daba a su madre una lección de autoridad. Que de eso fallaban estas memas… de dárselo todo hecho a sus retoños, para que luego terminaran siendo unos candidatos a golfos y yendo a parar a su despacho.

Había renunciado a sus propios hijos en pos de su impecable carrera. Pero era capaz de meter en vereda a todos los descarrilados o candidatos a serlo. Luego impartía conferencias en gabinetes altruistas y ONGs para dar buenas lecciones acerca de los menores en riesgo, del acoso escolar, de la peligrosidad de las redes sociales y todos esos temas que al parecer están eternamente de moda.

El individuo que tenía sentado delante era un trozo de carne con ojos, un consentido al que nadie había sabido poner en su sitio. Y lo primero que hacía era darle un par de vueltas de tuerca. Que se meara en el sitio si era tan valiente. Lo menos importante del caso era si se trataba de un culpable o un inocente. Salud preventiva que se llama. 

Cada mañana, cuando tenía una de aquellas guardias infernales, al colgar su bolso, dejaba dentro de él su alma en la sala contigua. Una vez deshecha de ella, sin sentimientos, sin misericordia de ningún tipo, se la veía con hijos y padres. Todos mayores de catorce años, o nunca habrían ido a parar a su despacho.

Los hijos que nunca tuvo estaban bien en el limbo, visto lo visto. Así que se convirtió en una autoridad en menores y jóvenes sin tener que pasar por el embarazo, el parto, ni siquiera la adopción.

La gorda que tenía allí sentada, se empeñó en tomar la palabra, aunque ella la puso rapidito en su sitio:

-Señora, usted aquí no ha venido a hablar, ni a opinar. Es un simple testigo autorizado mientras yo interrogo a su hijo. No va a decir nada, claro que no, y mucho menos va usted a cuestionar mi autoridad. No se lo consiento. Y como haga un nuevo intento de decir algo, la voy a poner fuera.

La mujer cerró la boca y casi estuvo a punto de no firmar aquella declaración de su niñato. Esto sí que hubiera sido un problema, así que por un instante, rectificó el rictus despectivo de su cara y se puso una máscara algo más humana. Todo en silencio. Nadie mejor que ella misma apara entender y manejar el lenguaje no verbal.

Y salió la madre por la puerta con su culo gordo y su niñato quinceañero. 

La funcionaria de turno trajo agua y se la acercó a la señora. Estas tías son un poco histéricas y les gusta dar la nota. Capaz era que se ponía a gritar como una perturbada. No era la primera vez. Pero preocupada por la decisión que ella tomaría sobre su hijo, seguro que estaría calladita. En un escritorio, bien visible, había un policía uniformado que se puso en pie ante el revuelo. Pero no hizo falta que actuara. La mujer sacó su abanico y salió dando gemidos.

Había un gran revuelo en la entrada porque precisamente hoy hacían un simulacro de evacuacuión. Así que cuando escuchó gritos y ruidos, ni se movió del sito. Pero ante la persistencia de los mismos, se dignó a levantarse y husmear.

Era esperpéntico: la tía de pie en el bordillo del hueco de hormigón armado dando gritos y el chiquillo tratando de conseguir que se bajara de allí le tendía su mano. En medio de aquella algarabía se podían entender las palabras que vociferaba la buena mujer.

-¡Qué yo soy un ser humano, grandísima cabrona! A mí nadie me trata como la basura impunemente. Tengo canas, seis hijos y otros tantos nietos. Y nadie ha osado jamás en la vida humillarme delante de uno de mis chicos de esta forma. No se lo consiento. Y si vas a bajar por la escalera, te vas a tropezar con mi cadáver. No creas que esto va a quedar así. No lo creas. Tengo dignidad. No me importa seguir viva si tú has logrado robármela. Vendré cada noche a tirarte de la manta y vas a recordar por fin el miedo. Ese que te acompañaba cada día cuando eras pequeña y recibías aquellas palizas. Tienes que parir un hijo grandísima hija de puta, para que sepas lo que duele.

Aquella mujer lloraba sin consuelo y sus cuerdas vocales debían estar rotas. Se iba a armar una buena. 

Así que la justiciera, desconcertada ante tal estruendo, se intentó acercar hasta el chaval, que de buenas a primeras le pareció valiente y educado. Le tomó del brazo y comprobó que era muy alto. Intentó sacarle de allí pero el muchacho no soltaba el hilo conductor que le permitía tocar a su madre aún en pie pero al borde del hueco del ascensor, que por algún error del simulacro quedó entreabierto.

No se lanzó al vacío, tampoco siguió gritando. Simplemente se desvaneció y en ese momento el muchacho logró sujetarla. Fue así como acabó todo. Menos mal que estas noticias están vetadas en la prensa, porque su renuncia a los hijos que no tuvo, sus noches en vela hincado codos, se habrían ido al traste con la gorda por el hueco del ascensor. Ojalá que a la buena mujer no le diera algo en la ambulancia que la trasladaba al hospital ya que había jurado que vendría a tirarle de los pies por las noches… y eso resultaba muy creíble. 

-Natalia, por favor, acércame a mí el agua que aún tengo citados a tres más en este turno. Y mi bolso, alcánzame mi bolso si me haces el favor. 

Desde el fondo del bolso, el alma abandonada, sonrió.


Fotografía: Kristhóval Tacoronte

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5 Comentarios

  1. Qué triste es leer este relato y tener la sensación de haber pasado por esa situación más de una vez en la vida. Muy bueno Encarna, saludos!

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  2. Con unos cuantos toques de ficción, la historia, una vez más, tiene su réplica en la vida real.

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  3. Anónimo20/5/15

    Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Las relaciones al interior de un colegio son complejísimas. Se requiere más tacto y habilidades diplomáticas que para dirigir un país.

    Muy bueno. querida Encarna.

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  5. El escenario de esta historia, querido Jorge, es precisamente el mismísimo palacio de justicia. En ese espacio en el que se trata con los menores de edad.

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