CONCHA PELAYO -.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras y estoy segura de que, casi todos, hemos utilizado esta expresión en alguna ocasión. Pues bien, hoy vamos a interpretarlo al revés porque una palabra, dos en este caso, pueden ofrecernos mil imágenes. A saber: ante el título de este escrito, “El Guardaespaldas” el lector pensará inmediatamente en un hombre fornido, un cachas” que camina junto a un jefe de estado, un rey, un ministro, un actor famoso, un cantante, una actriz. También imaginamos a uno de estos hombres apostado en la puerta de una discoteca o de un establecimiento donde se celebra un evento para prohibir la entrada a los intrusos. En definitiva, alguien que por defender a sus protegidos será capaz de todo, incluso de matar. Como ven, un guardaespaldas sugiere numerosas imágenes.
Pero hoy voy a referirme a otro tipo de guardaespaldas, a esos que no muestran esa apariencia de fuerza física porque no van a atentar contra nadie pero que su actitud puede, sin pretenderlo y sin ser consciente de ello, hacer de sus protegidos seres pusilánimes, cobardes, veleidosos o egoístas, a los que, desde siempre, se les mima, se les consiente que hagan su voluntad o capricho sin recibir ni un solo reproche o castigo, lo que va a repercutir muy seriamente en el entorno familiar y sobre todo en los que no reciben la misma protección o trato.
Como no es posible continuar sin ejemplos, voy a aventurarme y a referir lo que yo creo que, también, este tipo de conducta por estos "guardaespaldas" puede provocar entre los hijos. La familia, como todos saben, pero conviene recordarlo de vez en cuando, es el núcleo más universal donde se fundamentan los principios de convivencia como son la solidaridad, la amistad, la protección, la compasión, el amor. Todo, en definitiva, para que cualquiera de sus miembros crezca y se desarrolle sin complejos, sin fisuras, sin envidia, lleno de amor, en definitiva.
De algo tan sencillo como lo que expongo se podría deducir que si todos los seres humanos hubieran recibido de sus padres el mismo trato, la misma deferencia, nunca habría habido problemas entre ellos, no habría familias que no se tratan, no habría hermanos que no se hablan, no habría discusiones, ni conflictos, ni odios, ni, incluso, crímenes. Todos viviríamos en un mundo feliz.
Me atrevería a decir, incluso, que si cualquier ser humano no se hubiera sentido, de alguna forma, discriminado, subestimado, comparado, despreciado o menos querido que sus otros hermanos, me atrevería a decir, insisto, que ni siquiera existirían las guerras.
Los padres, y más concretamente las madres, estas protectoras en exceso, esas "guardaespaldas", tienen tendencia a proteger más, -entienden ellas- a los más débiles. A éstos, como son más vulnerables, -entienden- se les consiente más, se les perdona, se les cobija ante cualquier situación sin tener en cuenta que los otros hermanos, tal vez, sufren por ello porque éstos también se sienten vulnerables, solos, incomprendidos o tristes aunque no lo demuestren y les gustaría que con ellos también tuvieran la misma actitud. Y así van creciendo y formándose unos y otros y los años van pasando sin que los progenitores se hayan percatado de que entre esos hermanos ha ido creciendo, además del amor y la amistad, también la ira, el rencor, el odio o la envidia. Sentimientos que están dormidos, cubiertos, como a las brasas cubre la ceniza, pero que en el momento menos inesperado, por un “quitamealláesaspajas” -que se puede traducir por miles de situaciones familiares que todos conocemos-, despertarán con virulencia y aparecerán los reproches, las palabras hirientes, el dolor. Un dolor profundo e intenso que quema el alma y abre ese túnel oscuro que no tiene salida. Porque no hay nada más doloroso que alguien a quien queremos no empatice con nuestro sentir, que no sea capaz de ponerse en nuestra piel. Que ni lo intente siquiera. Existen demasiados guardaespaldas que matan sin que se note.
5 Comentarios
Dura, directa y comprensible reflexión. Estoy muy de acuerdo con sus palabras.
ResponderEliminarSaludos, qué gusto volver a leerla por acá.
No hay peor cuchillo que la propia familia, solía decir mi abuela materna. Los ejemplos son abundantes. Es algo muy difícil de reparar, sino imposible. Muy buen texto, querida Concha. Abrazo afectuoso.
ResponderEliminarImpecable narrativa, interesante reflexión. He pasado por esa situación y he lidiado con ese dolor, a mi manera lo resolví acercándome más a mi hermano y olvidando los cuestionamientos a mis padres. No vale la pena mantener este tipo de cuentas pendientes, los padres se equivocan como todos los seres humanos.
ResponderEliminarAdmirable
ResponderEliminarLorena, claro que sí, a los padres les perdonamos porque son padres y los admitimos con sus virtudes y sus defectos, lo malo es que de su comportamiento dejan estelas dolientes en las relaciones de los hermanos y como dice Jorge, son difíciles de reparar.
ResponderEliminarEn cualquier caso, celebro que entendáis mi reflexión. No tenía muy claro llegar a los demás. Un beso y gracias.