EMANUEL MORDACINI -.
No tengo nada contra la novela
romántica, es más, la reconozco como un género de peso dentro de la cultura
popular. Tampoco me avergüenza confesar que soy lector de estas novelas. Desde
los lejanos Bolsilibros de Corín Tellado que compraba mi abuela y que yo
hojeaba a escondidas hasta ciertos títulos publicados por Harlequin Ibérica que
leí de grande, plenamente consciente de mis actos, considero que la novela
romántica o rosa es un género con mucha tela para cortar. Para empezar,
tengamos en cuenta los clichés, los lugares comunes puestos a propósito. La
novela rosa es literatura de estereotipos, yesto no es necesariamente malo. No
interesa tanto la credibilidad como la necesidad de ser fiel a esos
estereotipos. Todos sabemos que es imposible que Rambo pueda bajarse él solito
a toda una flota de helicópteros rusos, pero lo aceptamos sin titubear porque
sabemos que ese subgénero del cine de acción (al que pertenece Rambo) se
caracteriza por esa exageración, por esa estridencia, por esa inverosimilitud.
Con la novela romántica sucede lo mismo; esos galanes musculosos y viriles,
esas muchachas ingenuas y esos argumentos intrincados donde al final todo
encaja a la perfección constituyen un universo con reglas propias que nosotros,
los lectores, aceptamos a sabiendas. Se trata básicamente de jugar a creer lo que nos están contando o cerrar el libro y
buscarnos otra cosa. Tampoco podemos ignorar los distintos subgéneros de la
novela romántica; las hay familiares, las hay épicas, las hay sobrenaturales, y
las hay eróticas. La argentina Florencia Bonelli, por ejemplo, es una gran
autora de novela romántica histórica, con sus cautivas, malones, comandantes e
indias blancas de ojazos verdes. Hay muchos subgéneros dentro de la romántica,
hay muchos laberintos y senderos que se bifurcan. Por supuesto, en ese universo
coexisten autoras muy buenas con otras
francamente detestables. Hecha esta introducción, voy a centrarme en el tema
que quiero y necesito profundizar; la literatura erótica, su relación con la
novela romántica, y el fenómeno Cincuenta sombras de Grey.
Leí tres capítulos de la primera
parte de esta trilogía que vinieron de regalo en una revista de actualidad. No
leí nada más, ni pienso hacerlo. Me parece, y no creo estar muy errado, que el
éxito de la saga de E. L. James se debe más a un certero golpe de marketing que
a genuinos méritos literarios. Ni siquiera se trata de algo demasiado
escandaloso, en esas páginas de pacotilla hay poco de urticante o transgresor,
apenas salpicones de un erotismo tontorrón para que amas de casa aburridas se
sientan modernas y liberadas, al menos durante el tiempo que les lleve acabarse
lo tres libros. De hecho, la propia autora definió el mote con que quiere que
se recuerde su obra: porno para mamás. Así las cosas, Cincuenta sombras de Grey
sigue vendiendo a lo loco y miles de mujeres que en su vida leyeron un libro
piensan que la literatura erótica se reduce a eso. Inútil sería hablarles de
Henry Miller y su visceralidad, de Charles Bukowsky y su realismo sucio, de la
tecnología sexual de J. G. Ballard, de la explícita delicadeza de los relatos
de Anais Nin, de la pornografía existencial de Ercole Lissardi o del dulce melodramatismo
de la china Wei Hui. Señores, aquí estamos hablando de
novela romántica para adultos, y más precisamente de Cincuenta sombras de Grey,
y no vamos a salirnos del tema. Partamos de una base cierta: E. L. James no
creo nada nuevo, simplemente se limitó a manipular los estereotipos que hacen a
cierto subgénero literario y cinematográfico. Pienso en la película 9 semanas y
media (y en la novela en que se basa, escrita por Elizabeth McNeill) ¿Acaso no
es Cincuenta sombras un robo descarado a ese film emblema de Adrian Lyne?Y lo
más irritante; ¿No estamos ante un hurto desvergonzado a la novela de McNeill?
Muchas incautas tienen la impertinencia de comparar la historia de Christian
Grey y Anastasia Steele con la película La Secretaria (2002), protagonizada por
James Spader y Maggie Gyllenhaal. Pocas dudas quedan; E. L. James vio el film y
metió mano también allí, eso es incuestionable. Pero en lo que respecta a los
aspectos artísticos, Secretary tiene una profundidad argumental y de personajes
de la cual Cincuenta sombras carece. El abogado compuesto por Spader (apellidado
Grey; ¿casualidad?) es un hombre oscuro, taciturno, plagado de deudas y
seriamente maníaco. Lee, la chica encarnada por Gyllenhaal, se autoflagela ante
la incapacidad de reaccionar frente a su padre alcohólico y su madre
sobreprotectora. Cuando empieza la película, nos encontramos a Lee saliendo de
un neuropsiquiatrico. Salvo contadas excepciones, historias como ésta se sitúan
bien lejos de los estereotipos naif de la novela romántica. Secretary y Fifty
shades of Grey se encuentran a años luz de distancia, son dos estilos
totalmente irreconciliables. Vuelvo a decirlo, no tengo nada contra la novela
romántica, y justamente por eso me molesta tanto la modernidad plástica de
Cincuenta sombras de Grey. Y sí, soy lector del género, no uno acérrimo, pero
sí bastante avezado. Voy a tirar dos títulos al azar: Dirty, de Megan Hart, y
El perfume de Cleopatra, de Jena Bacaar. La primera cuenta la historia de una
treintañera de pasado oscuro que se acuesta con cuanto hombre se le cruza,
hasta que llega a su vida el galán de rigor, con quién inicia una relación
bastante mórbida. La segunda narra las aventuras amatorias de una mujer en la Alemania
Nazi durante los días de la Segunda Guerra. Ambas novelas son extensas, fueron
publicadas por Harlequin Ibérica, están escritas en primera persona, son
profusas en truculencias sexuales y son infinitamente mejores que Cincuenta
sombras de Grey. A las dos las conseguí pagando veinte o treinta pesos en
kioscos al paso. En definitiva, no hay nada novedoso en el pastiche regurgitado
por Erika James. Mención aparte merece su prosa; torpe, reiterativa y simplona,
aun dentro de las imprecisiones propias de toda traducción. Investigando un
poco me entero que la tipa ostenta por único antecedente literario haber
escrito un par de fanfictions de la saga Crepúsculo. Y bueno, no hay que pedir
peras al olmo. Seguramente a la horda de fanáticas de Christian Grey les
interesará un comino lo que yo escriba o deje de escribir, pero, al menos, me
voy a dar el gusto de decirles algo a través de estas líneas. Hace poco más de
una década, una italianita llamada Melissa Panarello escribió una novela en clave
de diario íntimo llamada Cien cepilladas antes de dormir, donde daba cuenta con
lujo de detalles de su intensa vida sexual a la edad de diecisiete años. En ese
momento el libro causó mucho revuelo, se generaron polémicas en todos los
medios de comunicación, se instalaron toda clase de debates acerca de las
“lolitas” y la autora, una adolescente regordeta y con acné, se erigió como
referente ineludible de la erótica de la época. Un año y monedas duró el
fenómeno, después la chica escribió un par de novelas que no interesaron a
nadie. Hoy, difícilmente se la recuerde fuera de los límites de su Italia
natal. Pero, a diferencia de 50 sombras de Grey, Cien cepilladas antes de
dormir es un buen libro, aun con todos sus defectos. Mientras tanto, las
librerías continúan llenándose de antifaces, látigos y esposas, los títulos
siguen apilándose sin descanso y decenas de nuevas autoras parecen no dar
abasto ante tanta demanda. El mercado es voraz, y mientras los ecos generados
por E. L. James se mantengan es improbable que algo vaya a cambiar. “Cincuenta sombras de Grey es lo que sucede
cuando una mujer no consume literatura ni pornografía”, leí en alguna
parte. La verdad no ofende a nadie.
2 Comentarios
D.H. Lawrence, creo que ese sería el consenso ideal, y alejaría las malas sombras de Grey. Excelente artículo, amigo Emanuel.
ResponderEliminarLujuria envasada para tiempos estíticos, amigazo...
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